Brasil está sumergido en una crisis de proporciones que esta teniendo impactos negativos en la región. Restar importancia al lugar central que ocupa en la dinámica económica y política de su entorno geográfico es una muestra de desconocimiento del recorrido histórico del líder latinoamericano. No sólo aparecieron cientistas sociales que han empezado a minimizar la relevancia de Brasil como potencia, sino que también han concentrado la explicación del estallido exclusivamente en la debacle de los políticos asociada con una red de corrupción pública-privada. De ese modo desplazan del debate el origen que gatilló el derrumbe y que dejó al desnudo las miserias de un sector importante de la clase política y del establishment brasileño. Ese punto de partida es la crisis económica precipitada por un descomunal ajuste fiscal y monetario. La descomposición de una forma de hacer política y de un sector de la clase política brasileña es el síntoma del desastre económico al que condujo una estrategia de gestión dominada por la bicicleta financiera y el ajuste permanente.  

El dispositivo para exculpar a las medidas económicas de castigo a los sectores populares con concentración de la riqueza se basa en orientar el análisis acerca de una clase política decadente. Así quedan libres de responsabilidad quienes han promovido e implementado iniciativas que lanzaron a la principal economía latinoamericana a la depresión. Es la inversión del sentido común. Brasil se hunde, en un contexto externo no tan favorable, cuando comienza a satisfacer todas las demandas del establishment, especialmente la de reducción del gasto público social. El objetivo exigido era la destrucción de las bases económicas del populismo. La ortodoxia económica arrastró al país de ese modo hacia el desastre. La inestabilidad política, característica de las históricas alianzas brasileñas en un Congreso atomizado, ha sido potenciada por la crisis económica. 

Otras experiencias en la región e incluso en Brasil enseñan que las tormentas políticas son manejables cuando la economía ofrece indicadores positivos en un contexto de bienestar general. Las crisis políticas con desenlace en represión, muertes y desorden social son consecuencia de una crisis económica previa desencadenada por el ajuste. Cuando comienza ese circuito de deterioro, la política y la economía se van retroalimentando, pero el origen se encuentra en lo último. 

La habilidad del poder económico dominado por la lógica de las finanzas globales, cuyos representantes públicos en cargos o en los medios son economistas de la ortodoxia o heterodoxos conservadores, es desentenderse de los efectos de medidas que castigan a la mayoría de la población y hunden a la economía en la recesión. Cuando irrumpe la reacción por el hastío social por la pérdida del bienestar, gran parte de la clase política no sabe dar respuesta a esa situación porque, convencida por ideología o comprometida por negocios corporativos, se abrazó a los verdugos o son parte de ellos. En ese momento comienza la cacería de políticos, arrinconados por casos ciertos o inventados de corrupción o por la ineptitud en la gestión diaria, pasando a ocupar el lugar de los principales culpables de la crisis. Es repudiable el manejo irregular de fondos públicos y la red de corrupción pública-privada asociada a campañas políticas o enriquecimiento personal. Esa clase política obviamente es responsable de la debacle pero lo es, fundamentalmente, por haber dispuesto programas que hunden a la economía en la depresión.  

Causalidad

  La debacle económica brasileña con su derivación en la política tiene antecedentes en la región que sirven para entender la causalidad de esos procesos. El caso argentino puede ofrecer dos experiencias no muy lejanas para comprender en forma amplia la secuencia de una crisis generalizada. 

  El derrumbe del gobierno de Raúl Alfonsín, con saqueos, muertes, represión y entrega adelantada del poder político, fue el saldo traumático de una política económica que derivó en hiperinflación. Fue el fracaso de economistas radicales que no supieron como administrar los efectos negativos de un contexto internacional desfavorable y las pujas por los recursos públicos entre la banca acreedora y los grupos económicos locales, entonces denominados “Capitanes de la Industria”. El liderazgo político se diluyó al quedar subordinado a la lógica del ajuste, que comenzó con la llamada “Economía de guerra” de 1985. Con breves períodos de cierta estabilidad, el deterioro se fue acelerando hasta el estallido en 1989. El ocaso de Alfonsín fue el síntoma de una economía desquiciada. 

Varios de los economistas que transitaron esa experiencia reincidieron en el gobierno de la Alianza de Fernando de la Rúa y fueron parte de otro acontecimiento traumático en términos políticos (hoy sus ahijados del Torcuato Di Tella son funcionarios del gobierno de Macri). El saldo final fue la crisis de 2001 donde se sucedieron cinco presidentes en pocos días. Fue otro fracaso de un grupo de economistas que no supieron, estaban convencidos o no se animaron a romper con la lógica del ajuste de la convertibilidad, hasta que fue convocado el padre de la criatura para terminar de desmadrar el cuadro económico. Además de un marco externo que no ayudaba, la economía venía de una recesión que había comenzado en agosto de 1998 por la inflexibilidad extrema que imponía la paridad cambiaria inamovible por ley. La crisis política fue consecuencia de medidas económicas regresivas que castigaron a gran parte de la población. 

El ciclo político del kirchnerismo es la contra cara de esos procesos caóticos. La preservación del bienestar general en ese período de doce años pese al shock externo negativo de 2009, la irrupción de la restricción externa en 2011 y la devaluación del 2014, incluso con un sendero económico no tan bueno en el segundo gobierno de CFK, permitió mantener la fortaleza política. No hubo ajuste ni endeudamiento. El establishment postulaba con ganas la inminencia del estallido de una crisis económica y, tras ese deseo, la anunciaba una y otra vez sin éxito, para debilitar al gobierno con la expectativa de un derrumbe político. No pudieron cumplir con esa meta pese a que lo intentaron con entusiasmo. CFK terminó el mandato y se despidió con una Plaza de Mayo colmada. La situación de la economía en ese último año de gobierno, con un crecimiento de 2,5 por ciento, logró desarticular las fuerzas de inestabilidad provenientes de la política. 

El recorrido económico de la gestión de la Alianza macrismo-radicalismo es inquietante teniendo en cuenta lo que está sucediendo ahora en Brasil y las experiencias traumáticas que se vivieron en el país en el pasado reciente. Analistas del establishment eluden evaluar la debilidad económica de base. Plantean que los interrogantes que tiene el poder para decidir inversiones se deben al temor a un eventual retorno del populismo con el triunfo electoral de CFK. Los intelectuales orgánicos del macrismo saben que tienen que adelantarse en la construcción del sentido para que el fracaso neoliberal no sea identificado en el origen de sus propias recetas. El argumento que ya han instalado es que la economía no arranca y puede ser que no arranque por la presencia dominante en el escenario electoral de CFK. Es una excusa para eludir los profundos desequilibrios que existen en el frente fiscal, financiero y del sector externo. La restricción no es la figura y lo que representa Cristina, o sea la situación política que enfrenta el gobierno, sino la economía que no logra reactivarse para consolidar un proyecto de y para las elites. 

La economía está transitando una crisis autoinfligida con elevados costos sociales y laborales. La emisión descomunal de deuda facilita su maquillaje. El crecimiento acelerado de las Lebac y del pago de intereses de la deuda del Tesoro Nacional son dos potentes perturbadores de la estabilidad. Cuando la política no pueda dar respuesta a esas dos restricciones, no será la incertidumbre de un eventual resultado electoral débil del oficialismo lo que acelerará la crisis económica, sino que será oportuno recordar, como enseña hoy el caso brasileño y las experiencias argentinas de 1989 y 2001, que el deterioro económico fue el origen para la posterior debacle política de otro capítulo neoliberal. 

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