Hace pocos días el diario La Nación publicó un escrito de un psiquiatra que explica la atroz violencia de una violación en patota recurriendo exclusivamente al cerebro y sus circuitos. En todo el texto no se lee ni una sola vez el vocablo “cultura”. No vamos por buen camino si encaramos por allí.
Considero un deber público manifestar mi malestar con la nota citada, y mi desacuerdo con el argumento esgrimido para abordar una problemática compleja y delicada.
Reduccionismo es el intento de explicar un fenómeno complejo --en este caso la conducta humana-- recurriendo a uno solo de sus elementos constituyentes. Ese único elemento, aislado del resto, jibarizado, no alcanza para construir una explicación plausible, aceptable, del fenómeno, y, peor aún, confunde a la opinión pública en temáticas de dolorosa trascendencia que deberían abordarse con la mayor seriedad posible, ayudando a la ciudadanía a posicionarse, a comprender y a exigir cambios culturales insoslayables --leyes, políticas preventivas, estrategias educativas, etc.--.
Los psiquiatras no trabajamos con el cerebro aislado sino con el ser humano en su totalidad. Ninguna conducta humana puede explicarse exclusivamente recurriendo a la neurociencia, como tampoco reduciéndola a la problemática edípica, o a la carencia emocional en la infancia, o a la inequidad social. Lo complejo no admite simplificación; exige, más bien, toda nuestra capacidad de análisis y de síntesis para abordarlo.
En el texto que critico se menciona, por añadidura, el término “patológico”. No hay duda de que existen conductas patológicas --es decir, determinadas por algún tipo de enfermedad o trastorno--, parte de las cuales son objeto de la psiquiatría como especialidad médica, dentro del campo de la salud mental. Pero no es el camino correcto a la hora de intentar aportar luz para comprender conductas violentas, desadaptadas e inaceptables como la del grupo de violadores de Palermo.
Más aún. Uno de los mayores logros culturales del momento es haber desacoplado la hipótesis patológica de las conductas nacidas no de la enfermedad mental sino de los postulados mismos del patriarcado, es decir, de un sistema de dominación que --sin haberlo jamás puesto en negro sobre blanco, pero con una eficacia demoledora-- coloca al varón como propietario indiscutido de la mujer, de su sexualidad, de su autonomía y de su voluntad. No hablamos aquí de patología individual sino de un sistema --¡un sistema!-- generador de violencia del varón hacia la mujer.
Conductas como las de este grupo de delincuentes violadores deben ser repudiadas, investigadas, juzgadas y condenadas por todas las instancias de nuestra cultura, a la vez que deben ponerse en funcionamiento todas las estrategias destinadas a generar un cambio urgente e indispensable en el tejido social, entre ellas la Educación Sexual Integral (ESI).
Pero también es indispensable que quienes tenemos el privilegio de hablarle a la sociedad desde los medios de comunicación hagamos el mayor de nuestros esfuerzos para contribuir a una comprensión desde la complejidad, una comprensión que habilite actitudes claras y transformadoras destinadas a generar el cambio que nuestra sociedad necesita y exige. Sabemos que la ciencia utiliza metáforas para armar sus hipótesis. Es clásica la explicación de la evolución del cerebro humano como una superposición de cerebros más antiguos, hasta que la filogenia va “haciendo aparecer” estructuras nuevas, que terminan constituyendo el llamado neocórtex. Pero sacado de contexto, utilizar el término “cerebro reptiliano” en el intento de explicación de un delito como el de los violadores de Palermo abre la puerta a la desresponsabilización. “No fui yo, fue el cocodrilo que habita en mí”.
Patriarcado, cultura, crueldad, violencia contra la mujer. Violación. Femicidios. Privilegios inaceptables, un sistema judicial anestesiado, unas fuerzas de seguridad sin formación, unos medios de comunicación que multiplican la violencia en lugar de prevenirla.
Habitemos nuevamente la metáfora, y propongámonos un cambio real a partir de una concepción ética, histórica y social de la persona. La psiquiatría tiene mucho más que aportar que solo enfoques reduccionistas, que vienen generando un empobrecimiento inaceptable en el proceso de construcción de sentido colectivo.
* Santiago A. Levín es psicoanalista y psiquiatra.