Un día larguísimo terminó como mejor se esperaba: se abrieron las puertas e Higui saliódel tribunal. Había demasiada gente y apenas se la veía, con su camisa azul cuadriculada y su pelota de fútbol. El micrófono estaba en silencio y la multitud coreaba: “Una lesbiana se defendió, se llama Higui y tiene la absolución”. El rumor ya había corrido como pólvora y había tantos grupos de lesbianas festejando como otros que apenas podían creer lo que pasaba: “¿La absolvieron?” “¿Ya salió?” “¿Qué se sabe?”, se escuchaba. Enfrente de esta cronista, pasó una chica con la noticia confirmada en el celular: “¡La absolvieron!”, le decía a sus amigas, corriendo a abrazarlas. En tiempos de pospandemia, al fin el contagio hermoso: la noticia fue una mecha y el fuego fue un grito de victoria, de lágrimas emocionadas, de abrazos inmensos entre cinco, diez, entre cien, entre las miles que estuvieron ahí y las que no, en un pogo gigante, en un “¡esto es histórico, vieja!”. Porque Higui efectivamente había sido absuelta y este fallo es un precedente para todas, para todes.

Aferrada a su pelota de fútbol, su pasión y su lazo social más fuerte, Higui de Jesús agradeció “el cariño, la sabiduría, el respeto” con que la acompañaron desde que su caso se conoció y se hizo militancia en 2017, cuando se logró sacarla de la cárcel --donde había pasado 8 meses-- y se empezó a desmantelar la historia de la lesbiana amenazante que había cometido un homicidio simple para reponer el derecho a la autodefensa de quien había sido atacada en patota con la intención de violarla “para hacerte mujer”, lo último que ella recordaba antes de quedar inconsciente y despertarse sólo para ser detenida. Eva “Higui” de Jesús se había defendido con una herramienta de jardinería, la misma que usaba en su trabajo cotidiano. Ese ataque, hasta el día de hoy, no tiene imputados ni investigación en curso que pese sobre los autores. La absolución y la emoción que llenó la calle frente a los tribunales de San Martín abre camino para esa justicia en suspenso.

En varias ocasiones durante la tarde, lxs compañeras de la Asamblea de Absolución para Higui habían pedido a lxs presentes que, cuando la vean saliendo del tribunal, sean cuidadoses con elle: que no la abrumen ni se le tiren encima para abrazarla, que no la persigan poniéndole la cámara en la cara para hacer un vivo para Instagram. Por eso, cuando finalmente salió triunfante, después de haber protagonizado un fallo histórico, tras haber dicho algunas palabras frente a la multitud que la esperaba coreando su nombre de a cientos, se abalanzó frente a las primeras tortas que vio. “¡Loco, dale, un abrazo!”, les dijo, agarrando a las primeras que tenía enfrente que, con lágrimas en los ojos, la miraban como si fuese un fuego artificial.

Hay que decirlo: la mayoría se esperaba lo peor. Que la cosa estaba muy complicada, que parecía que iban a adelantar la sentencia, que desfilaron no se sabía cuántos testigos en su contra, que iban a pedir la apelación y que la militancia no se iba a terminar ahí. Eso, nunca. Pero que había que estar preparadas, porque Higui la tenía muy difícil. Esas eran las frases que circulaban en cada encuentro de caras conocidas que se acercaban a reencontrarse y saludarse entre la multitud y que fueron entretejiendo, durante todo el día, esta red apañe. Una articulación colectiva que se fue nutriendo y engrosado a medida que pasaban las horas y que funcionó a base de guiso popular, gaseosas, mate, galletitas, puchos y mucho agite, con cumbia de fondo. Nada de alcohol ni de marihuana. No había que darle una mínima oportunidad de letra a quienes estaban esperando, afilando los colmillos listos para recriminar que lxs amigxs de Higui son una manada de inadaptadxs, una manga de borrachxs drogones, como ya se había dicho.

Los últimos minutos antes de la sentencia --ya era casi de noche--, esa horda diversa, encendida e imantada de lesbianas, lesbianxs, y militantes que estaban acompañando a Higui a las afueras del Tribunal de San Martin se sacudían la ansiedad coreando que “una lesbiana se defendió”: “¡se llama Higui queremos la absolución!”, y “Lo dijo Lohana y Sacayán: al calabozo no volvemos nunca más”. En varias mochilas, parches con la cara de Tehuel --el muchacho trans desaparecido hace un año-- y los colores LGBTIQ+. Banderas y carteles por todos lados y los bombos bien tensos. Inquietud organizada, una vibra intensa y a cruzar los dedos. De fondo, se escuchaban los tambores de la murga. A pesar de los cantos, había un clima eléctrico de especulación e incertidumbre. Nadie se retiraba ni para ir al baño por temor a perderse ese momento histórico y conocer el desenlace de la jornada. Y el final, fue una fiesta que al momento de cerrar esta nota seguía en las plazas de San Martín.

Higui no sólo está libre de culpa y cargo porque se le reconoció su legítimo derecho a la defensa. Ella, que creía que no tenía derecho a nada por lesbiana masculina y por pobre, ahora demanda por todes. “Por Tehuel, por los chicos muertos por el gatillo fácil, porque aparezcan los nietos desaparecidos”, se apuró a decir en el micrófono sin soltar la pelota. Esa también es una victoria. Y una manera de defenderse.