“Un muchacho vestido de mujer hacía un número de baile en la pista: llevaba un traje de noche cuyo escote le llegaba hasta las nalgas. Los taconazos del baile español retumbaban sobre el suelo… ”, escribió en 1935 Georges Bataille en su libro El azul del cielo para dar cuenta del ambiente de La Criolla, el cabaret del Barrio Chino de Barcelona. 

La mejor literatura erótica de la época se instalaba allí para dar algunas de sus mejores páginas. “Una muchedumbre de calles estrechas, oscuras y sucias forman el Barrio Chino”, escribió Jean Genet el primer capítulo de Diario del ladrón, donde visita también La Criolla para cartografiar en su memoria esa primera mitad de la década del 30 en tugurios de perdición, entre putas, travestis, ladrones, maricas y drogadictos donde encontraba un erotismo criminal que lo conmovía. Toda la marginalidad, no solo española sino europea en general, que circulaba por ese Barrio Chino se enfiestaba en La Criolla. Pero no solo la literatura describía “el music-hall más frecuentado por los profesionales del vicio y del delito”, también el periodismo. 

En 1933, José María Aguirre escribió una crónica en la publicación Mundo Gráfico que comenzaba diciendo: “En la alta madrugada, el ambiente de La Criolla —el más típico cabaret del barrio chino barcelonés — está cargado de influencias inquietantes y densas. Los siete pecados capitales, y aún alguno más cuya existencia escapó a la previsión de los sagrados legisladores, tienen en el recinto cumplido asentamiento.” Aguirre logra fotografiar al dueño de La Criolla junto a seis personas entre las que destaca a Flor de Otoño, un muchacho que “tras las cejas depiladas, el maquillaje del rostro y los pintados labios en forma de corazón, sus treinta y dos años se metamorfosean hasta el extremo de que el ambiguo sujeto aparenta exactamente la mitad.” Mientras Flor de Otoño baila con “afeminadas contorsiones”, Aguirre hace una semblanza del muchacho como “un peligrosísimo individuo, asiduo concurrente a los medios extremistas y pistoleros de acción”, quien ayudó a introducir la “propaganda anarquista” entre los obreros. Esa nota terminó creando una figura enigmática y un mito todavía inquietante.

La Flor de mi secreto

Inspirado en ese artículo de Aguirre, el dramaturgo Rodríguez Méndez escribe 40 años después la obra teatral Flor de Otoño, ubicándola a inicios de 1930 durante la “dictablanda” del general Berenguer. En 1972, en plena dictadura franquista, la censura no permitirá publicar la obra. Dos años más tarde, cuando consigue ser editada, nadie se atreve a representarla en teatro hasta 1982. En el medio, en 1978, Pedro Olea adapta el texto original para la película Un hombre llamado Flor de Otoño, pero ubica la acción en la década del 20, durante otra dictadura, la de Primo de Rivera. En todos los casos, quien protagoniza la obra es un homosexual anarquista que trabaja como transformista en un club nocturno en medio de un contexto dictatorial. Esa superposición de relatos periodísticos, teatrales y cinematográficos crearon el complejo mito de Flor de Otoño. Un mito que todavía esconde muchas incógnitas en sus pliegues. Porque quienes investigaron en la época no encontraron otra mención a Flor de Otoño fuera de esa nota periodística, y aunque sí hay otras más fotos de la misma persona retratada en el artículo, nadie la llama de esa u obra manera. ¿Quién era ese ser andrógino que aparece en distintas fotos con su cara blanqueada y sus labios delineando un corazón? ¿Había en el anarquismo de las décadas del 20 y 30 alguien como Flor de Otoño? En su libro de 2019 Invertidxs y rompepatrias. Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de género en el estado español (1868-1982), Piro Subrat descarta la posibilidad de que una travesti o transformista forme parte del anarquismo, que por aquellos años condenaba mayormente la homosexualidad y la vida de los tugurios del Barrio Chino, y cita un periódico anarquista como Solidaridad Obrera que se preguntaba “¿para cuando la obra de higiene moral que tan urgente es realizar en esos antros de vicios?”. Coincidiendo con el historiador José March Fierro, Subrat sostiene que tanto su filiación con el anarquismo como el nombre Flor de Otoño es inventado para el artículo, y adhiere a la tesis de que la artista detrás de ese nombre era una travesti traficante de cocaína que apareció con el nombre de Miss Flor de Liss en una entrevista algunos años después. En 2021, en un extraordinario artículo publicado en Alicant Obrera, Lola Lóbula descubrió la posibilidad de que Flor de Otoño o de Liss haya sido la artista llamada Flora Torres, quien se presentaba como Mimosa, una cantante que formó parte de la Troupe Buenos Aires y fue pionera en introducir el tango en Barcelona. “Tener repertorio propio lo diferenciaba de la mayoría de transformistas, que habitualmente eran del tipo imitadores de estrellas. Con su ambigua puesta en escena, siempre con pantalones, con su maquillaje de polvo de arroz y sus labios escarlata, la estilista de tangos Mimosa se encontraba en la cima de su carrera”, escribe Lóbula, quien incluso apuesta a que los orígenes de Flora son hispano-argentinos. No hay certezas, su mito aún habita la ambigüedad de la historia.

Uno de los retratos de la enigmática Flor de Otoño

Tiempo de la transición

Cuando Pedro Olea decide filmar la película basada en la obra Flor de Otoño, convoca al escritor y guionista Rafael Azcona, alguien que había escrito guiones para Marco Ferreri y Luis García Berlanga que, con el ardid de la comedia, enfrentaron inteligentemente al franquismo. Y aunque un cartel antes de iniciar la película habla de que está basada en hechos reales, tal vez nada de lo que la película cuente haya sucedido porque se basaba en un artículo periodístico que daba información equivocada. La película finalmente nada tenía que ver con un pasado que existió, sino que era una intervención en el presente, como las obras de Shakespeare: usar lo histórico para hablar de lo que estaba sucediendo. Tras la muerte de Franco a fines de 1975, durante la llamada transición democrática, en Cataluña volvió con una fuerza descomunal el movimiento anarquista: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), organización anarcosindicalista mayoritaria en Barcelona antes de la guerra civil, comenzó a tener mayor afiliación y el discurso ácrata se extendió en las juventudes catalanas. Un movimiento cultural revolucionario que terminó, en julio de 1977, en unas Jornadas Libertarias multitudinarias en el Parc Güell, donde se leían textos anticapitalistas con alternativas a la sociedad industrial y se citaba a Bakunin. Allí los performers y pintores Ocaña y Camilo junto al historietista Nazario, todos artistas maricones de la Rambla, irrumpieron en el escenario para tener sexo en público, escandalizando, pero también rompiendo, la histórica homofobia del movimiento anarquista. Un hombre llamado Flor de Otoño termina siendo un retrato de esa época como lo fue el documental Ocaña, retrato intermitente de Ventura Pons, filmado al mismo tiempo en 1978, donde el propio Ocaña habla de una ideología “libertataria”, agregando una sílaba más a la doctrina libertaria, adosando un nivel de desobediencia sexual al discurso anarquista.

La banana ácrata

A su modo, Pedro Olea con Un hombre llamado Flor de Otoño termina siendo un reflejo de aquel presente del movimiento libertario aunque la película hable de la década del 20 con los nombres cambiados. Y la potencia del anarquismo de acción para planear derrocar al tirano Primo de Rivera está garantizada por el coraje del grupo de maricones encabezado por Flor de Otoño, interpretada por un joven José Sacristán cuyo compromiso artístico es inmenso, siendo que el mismo año actúa en El diputado, dirigida por Eloy de la Iglesia, interpretando otro personaje homosexual. En una escena, Flor de Otoño se encuentra con otro anarquista y disidente principalmente porque quiere sumar en la lucha el “derecho a la homosexualidad”, un diálogo que retoma la histórica postura higienista y homófoba del movimiento ácrata. No solo la performance drag de Sacristán impacta sino que incluso es coautor de “Loca”, una de las canciones que interpreta en el cabaret. Pero él no está solo en el grupo de transformistas del cabaret, está muy bien acompañado. El casting incluye otros dos aciertos que suman al compromiso anarcotrans de la película. Por un lado, está Paco España, quien realmente había trabajado como transformista en el Barrio Chino, en el cabaret que tomó la posta de La Criolla durante el franquismo, resistiendo las redadas policiales desde el escenario queer. Ya convertido en una celebridad madrileña en ese momento, Paco España interpreta a La Mondonguera y aporta su talento y testimonio histórico de la resistencia drag. Pero si Un hombre llamado Flor de Otoño establece una relación con el pasado transformista, también lo establece con el futuro porque la película significa el primer personaje en cine como actor de Pedro Almodóvar, en el papel de “la maravilla de Las Antillas, Lola Nicaragua, la reina de la banana”, que hace su show afro-drag con la cara pintada de negro. En sus pequeñas intervenciones, dos años antes de debutar con su primer largometraje, Almodóvar parece prefigurar parte de su universo como cineasta y cantante, como si su papel fuese escrito por él mismo. Al inicio de la película hay un crimen de odio, matan a una drag que acude al cabaret Bataclán y Almodóvar y Paco España, a dúo, denuncian que “como es una maricona” la policía no investiga, una toma de conciencia de la falta de igualdad y de acceso a la justicia de la comunidad LGBTIQ+. Una dimensión política que funcionaba tanto en ese momento histórico como en el presente, porque la película tiene aún una vigencia suficiente para pensar que otras formas de lucha son posibles.

Un hombre llamado Flor de Otoño de Pedro Olea se exhibe el sábado 26 de marzo, a las 18 horas, en el ciclo Las Metamorfosis en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA.