“Hay obras que surgen espontáneamente, que están hechas con tanta sencillez que nos asombran por la longevidad que logran”, dice Toquinho del otro lado del teléfono. El guitarrista brasileño habla de La Fusa, el mítico disco que compartió con Vinicius de Moraes y Maria Creuza en 1970 y que constituye uno de los más entrañables documentos de la bossa nova de todos los tiempos. A cincuenta años más dos de aquella edición del recordado sello Trova, Toquinho ofrecerá un show conmemorativo, el viernes a las 20.30 en el Teatro Gran Rex. Será la celebración de una forma de decir que dejó una marca inconfundible y perdurable. Con él estará la excelente cantante Camilla Faustino, acaso un buen ejemplo de cómo aquel disco todavía retumba en las nuevas generaciones de cantantes brasileñas. La etapa argentina de la gira comenzó en el Domo del Centenario de Resistencia y pasó luego por el Auditorio Montoya de Posadas, el Teatro Libertador San Martin de Córdoba, el Auditorio Juan Victoria de San Juan y el Cine Odeón de Concordia. Después del Gran Rex la gira continuará por Santiago de Chile, antes de cruzar hacia España.

“En aquella oportunidad todo se unió a la perfección”, rememora Toquinho. “El espectáculo fue un éxito desde el primer día. Un éxito en todo sentido: el club estaba lleno, el público participaba y habíamos logrado una gran interacción entre los tres. A pesar del poco tiempo que llevábamos juntos, el clima era el de personas que venían haciendo lo mismo desde hacía años, de tan espontáneo que salía todo. Por eso la grabación en directo de un LP fue una consecuencia inevitable. Había que mantener esa frescura que venía del repentismo, de la imperfección y también, por qué no decirlo, de una forma de irresponsabilidad. Después se grabaron algunos extractos en el estudio para mejorar la calidad del sonido y otros puntos técnicos, pero el éxito del disco y su perdurabilidad viene de la belleza de las composiciones y la frescura de las interpretaciones”, agrega el músico. Tanto fue el éxito de Vinicius en La Fusa con Maria Creuza y Toquinho, ese es el nombre de la primera edición del disco, que al año siguiente tuvo una secuela en la sede que La Fusa abrió en Mar del Plata, y la cantante fue la bahiana María Bethania.

La idea original para esta conmemoración era que coincidiera con los 50 años de aquellos conciertos que tuvieron lugar en el reducto ubicado en Barrio Norte, en la galería Capitol de la avenida Santa Fe, entre Callao y Riobamba. Y que estuviera también María Creuza. Primero fue la pandemia la que atrasó todo y cuando las cosas parecían encaminarse, Creuza anunció que no podía ser de la partida por un inconveniente de salud. No obstante, Toquinho asumió el compromiso de honrar esa memoria y se entusiasma al anunciar un show en el que junto a su banda y artistas invitados rendirá homenaje a ese repertorio y al espíritu que lo sostiene. Esperados clásicos de Vinicius como “Garota de Ipanema”, “A felicidade”, “Chega de saudade” y “Tarde em Itapoã” se conjugarán con otras canciones queridas de Toquinho, preparadas entre relatos y anécdotas.

-- ¿Cómo ve hoy Toquinho, mirando hacia atrás, al músico que era hace 50 años?

-- El tiempo no borra lo que arde en nuestra alma, pero creo que hoy hago mejor las cosas. Siento que en mí persiste la sensación de constante renovación y superación. Cada año fortalece al siguiente y las décadas se diluyen en el descubrimiento de nuevas técnicas y en la extensión del vigor acrecentado por conquistas y éxitos. Me considero un artesano de la música, siempre apoyado en la guitarra, que representa el inicio y el desarrollo de todo. Mi guitarra es mi equilibrio con la vida y la música siempre será una llama para calentar mi dedicación al instrumento. Estudio todos los días buscando nuevos acordes y armonías para llevar al escenario, que es la extensión de mi casa. En definitiva, amo hacer lo que hago.

-- En 1970 la bossa nova era un estilo ya consolidado y apreciado en el mundo. ¿Cuáles eran en ese momento sus modelos como guitarrista y compositor para tocar bossa nova?

-- Pertenezco a una generación cuyo patrimonio principal es la belleza de la bossa nova. Puedo decir que toco la guitarra por João Gilberto. Él fue el verdadero referente de la generación que se formó musicalmente a partir de la década de 1960. A eso le sumé mi formación como solista recibida de Paulinho Nogueira y una fuerte influencia de Baden Powell. Por supuesto también tuve siempre una gran admiración por Carlos Lyra y Roberto Menescal, que además fueron grandes melodistas. Todo eso me dio los elementos para acercarme estéticamente al pensamiento de Vinicius de Moraes.

-- ¿Cómo siente que cambió la manera de hacer bossa nova a través del tiempo?

-- En sus matices entre tradición y modernidad, la música es dinámica, como la vida. Pero la bossa nova no tiene tiempo ni edad y su estructura armónica sigue influyendo en tendencias musicales que se atreven a preservar la belleza melódica a través de los tiempos.

El recordado poeta Mario Trejo solía asegurar que fue el tocadiscos del Club 676 el primero en propalar una bossa nova en Buenos Aires. En el local de la calle Tucumán, donde solían actuar Miguel Saravia, Astor Piazzolla con su quinteto y Segio Mihanovich y Jorge López Ruiz con sus respectivos grupos, se escuchaba a fines de los ‘50 Cançao do amor demais, el disco donde Elizeth Cardoso canta “Chega da saudade”, el tema de Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobim, con la guitarra de Joao Gilberto.

Desde entonces, el sonido de la bossa nova fue penetrando los oídos más curiosos y los caracteres más sofisticados y la imagen de Vinicius quedó ligada a un imaginario sugestivo, formas sensoriales de la inteligencia que tenían que ver con playas cálidas, tragos a toda hora y mujeres bonitas. Eso que para el pensamiento de cierta burguesía argentina de la época representaba formas del paraíso. En aquel paso por Buenos Aires de comienzos de los ‘70, el poeta carioca cautivó a muchos con su calidez y su informalidad, con ese magnetismo particular que lo llevaba a practicar la vida como “el arte del encuentro”, que es el nombre pensado para la conmemoración del Gran Rex.

“Aquellos días de La Fusa fueron maravillosos”, dice Toquinho y enseguida recuerda los numerosos encuentros, que para aquel muchacho de 22 años resultaban sorprendentes e enriquecedores. “Había grandeza en cada voz, en cada instrumento, en cada relación humana. Recuerdo que a Astor Piazzola le gustaba lo que hacíamos. Él venía a La Fusa acompañado de Amelita Baltar y de Horacio Ferrer y después cenábamos juntos y hablábamos de música. Ya sea en el camarín de La Fusa o en el restaurante Edelweeis, Vinicius era un faro que atraía a todo el mundo. Así pude conocer y compartir veladas con Mercedes Sosa, Aníbal Troilo y muchos más. Tuve el privilegio de haber convivido con grandes artistas de esa época y de haber sacado de ellos mucha inspiración para mi música”.

--¿Cómo recuerda a Vinicius?

-- Aprendí mucho de él, tanto a nivel profesional como personal. Nuestras afinidades en la música facilitaron la experiencia de una gran amistad, que nos permitió la creación de más de cien canciones, que pudimos mostrar en más o menos treinta álbumes y más de mil shows alrededor del mundo. Pero siempre antepusimos la vida al arte. Nuestra vida cotidiana, agradable y fértil, fue nuestra principal inspiración. Los temas de las canciones nacieron de esta cotidianidad, del placer de vivir. Así pudimos componer con naturalidad, sin sacrificios, y logramos canciones armoniosas, agradables de escuchar. No tuvimos miedo de usar el “lugar común” y nunca pensamos si eran temas reaccionarios o revolucionarios. Simplemente transportamos la vida a la música.

-- ¿Qué piensa que diría un tipo como Vinicius al ver un mundo como el de hoy, dominado por la tecnología, con pandemia y más guerras?

 

-- Seguramente su alma poética sufriría mucho con todo esto que pasa en el mundo de hoy. Ante realidades tan bizarras, tal vez estaría enviando a todos una vez más a "tonga da mironga do kabuletê". O tal vez estaría reformulando conceptos poéticos que pudieran reemplazar y humanizar la tecnología de nuestro tiempo. No lo sé. Lo que es seguro es que seguiría enarbolando al amor como solución para todo y, muy indignado, seguiría escribiendo "Rosa de Iroshima”.