Titane es una fantasía cromada con grasa de motor chorreando sobre moretones y sangre caliente. Una piña en el estómago y caños lubricados. También es una película sobre la compasión y las distintas dimensiones de la ternura y el goce en medio de la crueldad. Como en los cuentos de Lo que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, la realizadora introduce elementos violentos y perturbadores en medio de un mundo conocido que, inevitablemente, se torna extraño y viceral.

La película nos presenta a Alexia, una joven que, de niña, tuvo un accidente automovilístico y a la que le debieron colocar un implante de titanio en el cráneo. Ahora, ella es una bailarina erótica ultra femme que trabaja en exposiciones de autos donde se mueve como una serpiente sobre un Cadillac poderoso. En medio de la muchedumbre que la mira atónita, ella baila sobre el capot como si nadie la viera: solo es ella y el auto. Alexia se refriega y menea contra las puertas, cierra los ojos y se desploma sobre él entreabriéndolos. El mundo parece detenerse en ese encuentro íntimo y gozoso: ella es plena y humana.

Sin embargo, cuando termina el show, Alexia se convierte en un una máquina de matar; no siente, no se inmuta, no habla, no tiene un ápice de humanidad, su mirada se torna salvaje y su comportamiento impredecible. Su cicatriz al costado de la cabeza nos recuerda a un Frankenstein monstruoso. Eventualmente debe huir de su casa, ya que se torna en la principal sospechosa de una masacre. Tratando de perseguir este objetivo, usurpa la identidad de Adrien, un niño que había desaparecido hace diez años. Vincent, su padre, desesperado por recuperarlo, ve en Alexia a su hijo perdido y, enseguida, decide adoptarlo.

La actriz Agathe Rouselle es Alexia/Adrien.


El giro a una identidad andrógina


A partir de este giro, la película explora cómo Alexia debe metamorfosearse hacia una identidad andrógina para introducirse en un mundo masculino que le es adverso y peligroso, ya que su ¿nuevo padre? es el jefe en una estación de bomberos y quiere que ¿él? ¿ella? sea parte de este universo de pactos de varones. La protagonista, en este nuevo escenario, se sumerge en este entorno hostil al cual no logra ni le interesa integrarse. Ahora es ella la que corre peligro y debe estar lista para defenderse, como un animal acorralado. La película explora su vulnerabilidad dentro del cuartel de bomberos donde comienza a trabajar. Si antes se comportaba como un robot programado para asesinar a sangre fría, ahora debe aprender a mantener con vida a quienes están al borde de la muerte. Si antes usaba el fuego para matar y desvanecerse, ahora debe conocer cómo dominar este elemento en medio del caos para colaborar con sus compañeros.

La película, por otro lado, navega entre la lucha contra los propios cuerpos y sus tortuosos devenires en estados incontrolables. Vincent vive en un cuerpo imposible de habitar: se inyecta esteroides para evitar el paso del tiempo y vive con frustración saber que su desempeño físico se está deteriorando. Alexia, por otro lado, debe ocultar su femineidad lacerándose y convive con un monstruo de titanio en su interior que se expande dentro suyo lastimándola desde el centro de su núcleo interno, llegando a herir y destruir su carne, y haciéndola sangrar grasa y aceite de motor.

En medio de estas condiciones inhumanas, Vincent busca entablar un vínculo de cariño con Alexia a través de la complicidad y la ternura. ¿Puede una máquina dejarse amar y aprender a hacerlo? ¿Hasta dónde puede llegar la desesperación por querer cuidar y proteger a alguien? A lo largo del filme, no solo es él quien busca empatizar con ella: el espectador también desarrolla sentimientos de compasión por este monstruo cyborg herido y parturiento. Al final, la imagen de Alexia gozando sobre el capot de un auto parece un recuerdo lejano, y sus escenas de violencia explícita podrían hasta perdonarse.

A través de una tempestad de crueldad no apta para personas impresionables, Ducornau pasea al espectador por un recorrido que oscila entre el terror más agudo y el cuerpo en carne viva para oscilar entre las distintas aristas de la masculinidad, el deseo femenino y la búsqueda de ternura y compasión como el elemento que nos hace humanos.