Ivy Perrando Schaller es fotógrafa documental y trabaja en el servicio de Justicia de Río Gallegos, Santa Cruz. El estrecho vínculo de su ciudad con las Islas Malvinas y un fuerte sentido de pertenencia le imprimieron el deseo --casi la necesidad-- de visibilizar los rostros y las historias de las mujeres que estuvieron en Malvinas. Tenía la convicción de que solo así lograría desterrar la creencia de que no hubo veteranas de Malvinas. “Soy riogalleguense y santacruceña. La experiencia de Malvinas la escuchás todo el tiempo en mi pueblo; y las consecuencias se hacen notar hasta el día de hoy, en todos lados”, aclara Ivy en diálogo con Página/12.

“Valientes: una historia de mujeres” recupera la experiencia de las dieciséis mujeres que son parte de Malvinas. Para contar cómo comenzó este proyecto se remonta a su propia historia, su nacimiento y su crianza en Río Gallegos. Fueron tres años de búsqueda denodada: mensajes, llamadas, esperas e insistencias hasta saber qué fue de la vida de las dieciséis mujeres reconocidas en la Resolución 1438, firmada en 2012 por la ex ministra de Defensa de la Nación, Nilda Garré.

En 1982, estas mujeres tenían entre 19 y 57 años y pertenecían a la Marina Mercante --Mariana Soneira (19) Marcia Marchesotti (22) Graciela Caceres (23) Marta Gimenez (25) Graciela Gerónimo (F) y Doris West (50)--, a la Fuerza Aérea --cabo principal Liliana Colino (25)--, y al Ejército Argentino --Silvia Barrera y Cecilia Riccheri (23), Marta Lemme (25), Norma Etel Navarro (25), Susana Mazza (27 F) y Angelica Sendes (33)--. Sylvia Storey (51 F), Maureen Dolan de Richards (57 F) y Cristina Cormack (22) eran de la Misión Diplomática “Influencia”.

En una charla en la que se entremezclan la propia experiencia vivida durante la guerra, la pasión por la fotografía y la necesidad de “contar historias guardadas, liberar el peso del espíritu y compartirlo con alguien”, Ivy Perrando narra el proceso de trabajo de “Valientes”, la historia de aquellas mujeres que “eligieron dónde estar”.

--¿Cómo comenzó el proyecto que tiene como títuloValientes: una historia de mujeres”?

--Nací en 1982 en Río Gallegos, Santa Cruz, una provincia que tiene tres de las cinco ciudades más cercanas a Puerto Argentino. Antes de que Malvinas se declarara, desde Gallegos salían dos vuelos semanales a las Islas. Nuestro contacto, tanto cultural como geográfico, siempre fue muy cercano. Con la guerra, mi pueblo y los pueblos costeros de todo Santa Cruz --una costa que tiene casi 950 kilómetros de largo-- quedaron totalmente traumatizados, como queda un pueblo que un día se levanta y ve su territorio lleno de tanques, soldados, de acentos que vienen de todas partes, de chicos de 18, 19, 20, 25 años. Un pueblo que, de pronto, ve su vida totalmente cambiada. Cuando termina Malvinas y llega la democracia, viene Alfonsín y uno de los elementos más importantes que sucede es la desmalvinización. En la profunda importancia de los medios como los gestadores de opinión y de realidades, esa desmalvinización nos pasó totalmente por arriba. Nací y me crie en un pueblo que nunca olvidó. La primera estatua de los pilotos de Malvinas la tiene Gallegos. Malvinas es una constante, a través de las vigilias y de un silencio pesado y traumático.

--Dentro de esa desmalvinización que señala puede estar la clave para entender por qué se conoce tan poco acerca de la presencia de mujeres en Malvinas. ¿Cómo supo de esa presencia?

--Lo supe por una enfermera del Ejército, que en ese momento estaba en Río Gallegos. Me preguntó por qué no hacía algo con las veteranas de Malvinas. Esto fue hace casi cuatro años. “¿Veteranas, con ‘a’?”, pensé. Me contó que ella había trabajado con una veterana de Malvinas en el Hospital Central. Ese relato me llevó a investigar.

--¿Cuál fue el primer indicio que encontró en esa búsqueda?

--Encontré una foto en un diario que decía: en 1982, el 8 de junio, seis instrumentadoras quirúrgicas estuvieron en el aeropuerto de Río Gallegos esperando que alguien las encontrara. Nadie sabía que venían, aun cuando de Puerto Argentino se había dado la orden de que mandaran instrumentadoras quirúrgicas porque las necesitaban para los quirófanos. A partir de esa nota empecé a investigar y me encontré con el libro Mujeres Invisibles, de Alicia Panero, donde se evidenciaba que no era una, dos o seis, sino muchas más. En ese texto también encontré que, en Puerto Belgrano, al lado de Punta Alta --el mismo lugar donde nació mi papá--, había un grupo de aspirantes, enfermeras e instrumentadoras que recibieron a los hombres que rescataron del hundimiento del Belgrano. Hasta entonces lo que sabía de Malvinas era otra historia, la que se contaba. El hundimiento del Belgrano provocó casi la mitad de las muertes de la guerra. Cada fuerza tenía su propio sistema de sanidad, los marinos iban a hospitales marinos, por ejemplo; si bien cuando llegaban a continente se los trataba a todos, después se los derivaba a cada rama de asistencia. Cuando conocí esa parte de la historia empecé a leer y a buscar, porque sentí que había una deuda.

--¿Qué similitudes y diferencias encontró entre las veteranas retratadas?

--Lo que todas tenían en común era un aspecto voluntario. Las 16 mujeres están dentro del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), la línea imaginaria que rodea a Malvinas. Todo aquel que estuvo dentro de ese TOAS es considerado veterano según la ley; los que estuvieron afuera, no. Dentro del artículo de la veteranía están los apartados para los militares y los apartados para los civiles. Esos documentos distinguen la situación de “entrar en combate”, que contempla a los militares, de la de “haber ejercido algún tipo de operación de apoyo o de logística para el servicio de la guerra”, que incluye a civiles. Quince de las dieciséis mujeres son civiles; ellas ejercieron la soberana potestad de elegir dónde querían estar. Es una cualidad que, al hablar con veteranos de Malvinas, no siempre se ve. A muchos de ellos los subieron como ganado; no hubo opción. Hay madres que todavía se preguntan en qué tumba están sus hijos. Estas 16 mujeres, en cambio, se las ingeniaron y lograron meterse dentro del TOAS; integran una nómina que lleva más de 20 mil varones. Y ellas son solo 16. Entonces, sentí que podía encontrarlas.

--¿Por qué estas mujeres eligieron ir a Malvinas?

--Las 16 mujeres que integran la investigación de "Valientes" estuvieron dentro del TOAS. Algunas, incluso, dentro de las 200 millas. Todas eligieron ir a las Islas, y llegaron. La única militar, Liliana Colino, vino en la segunda tanda. Hubo tres tandas de enfermeras en Comodoro Rivadavia: la de abril, la de mayo y la de junio. Liliana llegó en mayo, y su historia es singular.

--¿Qué la hace singular?

--La Fuerza Aérea le había dado la orden de ir al hospital reubicable en Comodoro. Sin embargo, el capitán Smith, sabiendo que su misión era traer a continente una gran cantidad de heridos, la noche del 21 de mayo le preguntó a Lili si los quería acompañar. Ella no figuraba en ningún plan de vuelo y, aun así, fue la única mujer que “se manchó los botines de turba”, como los llaman los veteranos.

--¿Qué significa exactamente que se haya manchado los botines?

--Que Liliana corrió por la pista de Puerto Argentino siguiendo de cerca el Hércules mientras bajaban los conteiners y pertrechos y subían las ambulancias con heridos del hospital para evacuarlos. Si bien la Fuerza Aérea reconoció a más de 1200 mujeres, la única que hizo el salto a Malvinas fue Liliana. Y esa decisión fue suya, no dependió de una orden militar. Ella eligió ir. Y de las dieciséis que integran el proyecto “Valientes”, es la única que no piensa en volver. Porque ella pisó Malvinas cuando flameaba el pabellón argentino y, “hasta que no nos las devuelvan” --expresa--, no piensa regresar.

--De estas 16 veteranas reconocidas formalmente tuvo la oportunidad de encontrarse con diez. ¿Cómo relatan su experiencia, usan el singular o lo hacen en plural, el nosotros inclusivo?

--Hay una Malvinas distinta por cada veterano y cada veterana. Porque la memoria es caprichosa y la ignorancia, perversa. Entonces, en 40 años de una mente que ha quedado traumatizada, que sin duda no vuelve a continente de la forma que se fue, hay un montón de cosas que se mezclan. La gran mayoría, si no todas, habla siempre desde lo personal. Marcia Marchesotti y Graciela Cáceres estaban embarcadas en el mismo barco, pero tuvieron vidas completamente distintas. A una le preocupaba que hubiera un desperfecto en el barco y se decía a sí misma: “cuando caiga, la bomba no me va a preguntar si soy mujer o varón”. Esa frase la repiten varias veteranas. En el círculo del infierno más cercano, ellas mismas se planteaban que les podía ocurrir lo mismo que al varón que tenían al lado; una suerte de destino que no reconoce diferencias.

--De alguna manera la historia invisibilizó a las veteranas de Malvinas. ¿Qué dicen ellas al respecto?

--Creo que es una suma de cosas que operan en contra: un desinterés enorme de gran parte de la política, que no tiene idea, y un nivel de desinformación más enorme todavía. Yo sabía que en cuestión de tiempo vendría alguien a decirme que en Malvinas no hubo mujeres. Y que el mero relato de una veterana no alcanzaría. No a mí, que sí me alcanzaba. De a poco fui recolectando un acervo hereditario de testimonios, fotografías, resoluciones, textos, fotos, cartas enviadas por la Armada en 1983 y diplomas dados en 1982. Y un montón de otras pruebas tangibles. Cuando preguntaba sobre la presencia de mujeres en Malvinas, nadie decía: “no sé si hubo mujeres”; directamente asumían que “no hubo”. Sumado a esa desinformación, al desinterés y a la desmalvinización, hay otro factor que tiene que ver con una profunda misoginia y una especie de depredamiento de las historias de mujeres.

--Más allá de no armar un cuerpo identitario, ¿han tenido algún contacto entre ellas después de Malvinas?

--Después de la guerra muchas se separaron. Una se fue a estudiar medicina; otra se cambió de hospital; las de la Marina Mercante siguieron navegando y después eligieron la maternidad. Liliana Colino, por ejemplo, quería ser guardaparque; en esa época, una actividad solo para varones. Entonces decidió estudiar enfermería y veterinaria. Cuando volvió de la guerra fue reconocida por la Fuerza Aérea y por el Senado, porque en ese momento era la única veterana militar de Malvinas reconocida en esta nómina de 20.000 varones. Pero pasaron los años y no la ascendieron. Colgó su estetoscopio y continuó su vida como veterinaria hasta hoy. En 2012, hicieron un reconocimiento en el Senado y muchas de ellas se juntaron y se conocieron por primera vez.

--¿Cómo trabajó sobre los retratos para que esas fotografías lograran representarlas, para que pudieran condensar sus historias?

--Lo único que yo pedía era que hubiera algo verde. Porque en mi historia narrativa era importante la esperanza, la reivindicación de la primavera, de la madre naturaleza, de esta fuerza femenina que se va transformando. Ese era mi único pedido, era lo que yo entendía que se produciría en ellas. El retrato lo seleccionaron ellas porque, de ese modo, elegían cómo querían ser vistas. Esa imagen es lo que yo tengo para darles.

--Pensando en la forma de relatar y sentir, ¿cómo percibe que estas mujeres recuerdan su paso por Malvinas?

--Todas son muy modestas con lo que consideran su aporte. Cuando reflexionábamos recién sobre los plurales y el “nosotros”, pensaba que para ellas hay un “ellos”: los soldados. Así como para el soldado ese “ellos” son los caídos, hay una especie de escala de quién vivió más Malvinas. Me dio la sensación de que ellas validan su experiencia, pero recalcan que hubo experiencias aún más extremas y trágicas. Para ellas, “ellos” son los soldados de Malvinas y por ese “pequeño” trabajo que hicieron --así lo perciben-- sienten orgullo, tienen la certeza plena de que volverían en cualquier momento. Y coinciden en un rechazo enorme al tema de la revictimización.

--¿Por qué esa resistencia? ¿Acaso no fueron víctimas de esa guerra?

--Una de ellas, Mariana Soneira, dice: “Yo no me siento víctima, yo cumplí con mi trabajo, hice lo que tenía que hacer. Tomé la decisión de quedarme en el barco y permanecer a bordo”. En 1982, Mariana tenía 19 años. Era la más joven de las mujeres y no necesariamente mucho más joven que los otros soldados que estaban allí. Los barcos mercantes y los cargueros de la Armada no tenían defensa. Navegaban en el Mar Argentino, oscuro, complicado y peligroso; un mar por el cual tenían que llevar del continente a las islas lo que las islas necesitaran. Estas tripulaciones navegaban sin protección: en “sigilo”, con silencio de radio, con los ojos de buey pintados de negro para que en la noche del mar no se los pudiera ver. Y las seis mercantes estuvieron allí. Los que eran detectados por el enemigo, corrían riesgo de ser atacados. A veces, incluso, eran atacados por error, como le pasó al B/M Formosa, que recibió tres bombas y una balacera. Allí dentro estaba Doris West.

--Sostiene que las consecuencias de Malvinas se advierten en la cotidianeidad de Río Gallegos. ¿A qué se refiere con esa frase?

--Cualquier abuso que no se hable, permanece. Cuando digo que las consecuencias de Malvinas se hacen notar hasta el día de hoy, no solo hablo de mi ciudad, hablo de nuestro país. En Gallegos no olvidamos. Nuestra memoria permanece inamovible a pesar de la desmalvinización, que hizo todo lo posible para erradicarla. En el país entero, Malvinas existe en cada veterano, cada veterana, en cada madre, en cada hijo, en cada esposa... Una vez, una veterana me dijo: “Tenés que pensar que los silencios están claramente vinculados al abuso. El abuso del Estado sobre la sociedad. El abuso de la sociedad sobre los veteranos cuando volvieron”.

-¿Qué piensa del silencio Malvinas?

--Entiendo el silencio como castigo, como reproche; la culpa del sobreviviente, la invalidez de la propia experiencia al compararla con la experiencia de quien la pasó peor. ¿Pero quién tiene la regla con la que se miden las desgracias, las penas o los miedos? Si no empezamos a hermanar las historias seguiremos dividiéndonos por las diferencias. A 40 años de la guerra de Malvinas creo que hablar de Malvinas nos hermana. Nos permite contarnos historias guardadas, liberar el peso del espíritu y compartirlo con alguien. Podemos empezar a sanar, si nuestra sociedad también se predispone a llevar la carga de lo que nos costó Malvinas. Si la parte de las mujeres no está, la historia está incompleta. Por eso creo que es tan importante contarla.