Desde Barcelona

UNO El albatros, siguiendo a un barco mar adentro, trae y lleva buena suerte. Pero, ay, si a alguno de los que allí flotan atraviesa su corazón con una flecha: todo se va a pique. De ahí, el albatros en The Rime of the Ancient Mariner de S. T. Coleridge ilustrada con perfecta puntería de pluma por Gustav Doré. Y, después, el albatros en Frankenstein y en Les Fleurs du Mal y en Moby-Dick.

Para Rodríguez, sin embargo, el albatros es el escritor español Gonzalo Suárez.

DOS Porque así habló Gonzalo Suárez: "Yo me identifico con el albatros: el ave que persigue barcos sin saber su rumbo y alimentándose del pescado que descartan. Pero no soy un escritor tramposo. Los tramposos son los que intentan hacer creer que un libro es como la vida misma. La verdad de mis libros estriba en el hecho de que son mentira. Yo siento que me aproximo y profundizo más en la realidad a través de la ficción. Esa es mi paradoja. Me aburre estar diferenciando entre ficción y realidad. La verdad, no sé dónde está la frontera. Eso es por el síndrome del explorador, que padezco desde que era niño y leía los libros de aventuras en la biblioteca de mi abuelo. Todos esos inmortales muertos. Y es que los vivos, si no están presentes físicamente, no se diferencian de los muertos. Para mí Stevenson está más vivo que mi tía Emilia".

Y Suárez es, para Rodríguez, alguien mucho más vital que casi todos los parientes de todos. Y lo viene siendo desde 1980, cuando leyó su Gorila en Hollywood y, luego, fue a por todo lo anterior escrito y filmado por él. Y ahora la buena noticia (la buena suerte que trae el albatros Suárez) es que tiene nuevo libro. Relatos reunidos y unidos por sutiles interconexiones --libro de cuentos y no, apenas, libro con cuentos-- en El cementerio azul donde vuelve a manifestarse el genio de Suárez y, también, el creciente misterio de por qué Suárez no es más celebrado por lo suyo.

Y Rodríguez una vez leyó algo de ese escritor argentino que no soporta pero al que de pronto, como en un impredecible cuento de Suárez, sintió ganas de abrazar y hasta invitarle una copa. O dos.

Y lo que allí leyó era más o menos esto:

TRES Resumen de lo publicado: Suárez apareció por primera vez en Oviedo, Asturias, 1934, lugar y año de nacimiento. Luego, en 1963, firmó su primer libro. Y, en 1966, se puso por primera vez detrás de una cámara. Y ahí sigue. Aquí, allá y en todas partes: como visible hombre invisible de apellido que no puede obviarse aunque complique paisajes, generaciones y teorías. Porque, ¿puede ubicarse a Suárez junto a Eduardo Mendoza y Javier Marías como tercer padre fundador de una Nueva Literatura Española? Creo que sí. ¿Conectan sus maniobras metaficcionales con lo que suele hacer/deshacer Enrique Vila-Matas a la hora de ficciones no-ficciones en las que el escritor es persona y personaje? Por supuesto. ¿Anticipan en décadas su manipulación de artefactos y arquetipos de la cultura popular y su atomización de estructuras (incluyendo al alias deportivo de Martín Girard) mucho de lo que se ofrece como vanguardia de último momento? Exacto. ¿Llega Suárez a flirtear, en Operación Doble Dos, con el best seller paranoico-conspirativo mucho antes y mejor? Pues sí. ¿Desentonaría un relato como "Ombrages" en el Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño? De ningún modo. ¿"Los de abajo" podría ser un relato de Haruki Murakami escrito antes de Murakami? Ajá. ¿Conecta lo suyo con lo que hacían en Estados Unidos nombres como Barth & Barthelme & Coover & Pynchon & Vonnegut & Brautigan & Holst y sintoniza en sincro su periodismo con el new journalism de Wolfe & Talese? Yes.

Y, aun así, Suárez no suele figurar en ningún canon peninsular y latinoamericano. Y --cuando desde hace años vengo intentando iluminar los ángulos del enigma-- siempre tropiezo con dos respuestas que no me parecen suficientes ni me alcanzan para explicar los motivos de semejante crimen imperfecto. La primera es: "Suárez está considerado más un cineasta que un escritor" (coartada inmediatamente desmontable; porque primero fue la tinta y luego el celuloide, y tanto una como otro han sido atendidos con pareja dedicación). La segunda: "Suárez nunca se preocupó por trabajar su perfil literario" (lo que resulta más que inquietante; porque siempre pensé que trabajar de escritor pasaba, fundamentalmente, por escribir grandes libros; y Suárez lo ha hecho tantas veces). Como dije: sinrazones. Me parece más pertinente una tercera pero igualmente imprecisa opción: Suárez (aunque supo ser valorado y elogiado de gente como Vicente Aleixandre y Pere Gimferrer y Julio Cortázar y Ray Bradbury y Sam Peckinpah y fue uno de los primeros fichajes de Carmen Balcells) molesta y complica, desarticula y enturbia, inquieta y descompagina y desenfoca una historia moderna de las letras ibéricas. De ahí que, mejor, hacerlo a un lado y no percibir su influjo. Su fan/estudioso Javier Cercas (responsable del certero aforismo "Gonzalo Suárez es siempre el mismo porque es siempre distinto") me comenta que Juan José Millás dijo que Suárez llega siempre antes a todas partes y que, para cuando lo alcanzan los demás, Suárez ya se ha ido. Así que siempre ha estado solo y a solas pero tan bien acompañado por sí mismo. Un --en argentino porteño-- "bicho raro".

CUATRO ¿Es el albatros un bicho raro?, se pregunta Rodríguez. Quién sabe qué es lo raro. Una cosa sí es segura: El cementerio azul (con rodajes difíciles, físicos nucleares y porn-stars, habitaciones milagrosas, eternos amores de ascensor fugaz, Chaplin y Einstein y Cervantes, balnearios ahogados, manuscritos chinos y bicicletas espacio-temporales, posibles robots escribiendo cartas a Clarke & Dick & Lem, fantasmas pasajeros y La Muerte observando todo lo eternamente fugaz) es un libro normal de Suárez para los seguidores de Suárez. Es decir: es algo único. Y dijo Suárez: "Yo no me creo la continuidad: somos momentos. Las ideas no sé de dónde me vienen. Muchas ni siquiera son mías, vienen de fuera. Yo abro las ventanas de mi conciencia y entran pájaros, por casualidad o por causalidad: nunca se sabe. Escribir es dejar las ventanas abiertas y cazar esos pájaros. Pero no matarlos. Aunque los escritores seamos asesinos. Cada palabra mata la realidad. Algunos prefieren copiar del natural, como determinados pintores. Yo prefiero desordenar el caos".

 

Y Rodríguez pesca frases de El cementerio azul: "El arte ignora a los artistas como el bosque al cazador", "Te preguntas si no será la muerte otra de esas mentiras como la de aquellos Reyes Magos que, a lomo de sus camellos, traían del Lejano Oriente los juguetes del escaparate de la tienda de la esquina", "La felicidad de los enamorados siempre es eterna mientras dura", "No pararé hasta que la historia de Adán y Eva se nos cuente desde la perspectiva de la manzana", "Quise eliminar la imagen en mi mente, pero la mente no tiene papelera", "Dios no existe pero nos sueña. El Diablo tampoco existe, pero lo soñamos nosotros" y "El castillo derrumbado siempre seguirá reflejándose en el agua". Así, Rodríguez sigue subrayando y viendo volar a Gonzalo Suárez, esquivando flechas, tras la estela de ese barco llamado Gonzalo Suárez.