La respuesta eludió cualquier tipo de sutilezas. “Son amanerados, y a pesar de las muchas rayas, vacíos”, le dijo tajante Juan Del Prete a Yente al ver sus obras. Ella le había insistido: quería su opinión sobre aquellas pinturas que ya había expuesto, pero él se resistía. “Soy muy demoledor”, le confesó. Y aunque ella calificó su respuesta como “despiadadamente sincera”, aquella incipiente relación entre ambos devino en un amor de más de medio siglo.
“Tiempo después, consolidada nuestra amistad, destruimos entre los dos toda esa serie que representaba años de labor y me sentí aliviada por ello”, escribió Yente en Anotaciones para una semblanza de Juan Del Prete, publicado por la editorial rosarina Iván Rosado.
Con una selección de más de 150 piezas de los años 30 hasta los 80, entre pinturas, esculturas, collages, tapices, dibujos y libros de artistas, Yente – Del Prete. Vida venturosa, en el Malba, es la primera muestra conjunta de la pareja, pionera de la abstracción en el país.
La imperdible exhibición recorre el camino que ambos artistas –que pertenecían a mundos muy diferentes– transitaron entre la abstracción y la figuración. Eugenia Crenovich, apodada Yente por su familia judía, primera artista abstracta de nuestro país, provenía de una familia acomodada rusa de la actual Ucrania. Hija menor entre cinco hermanos, estudió Filosofía en la UBA y luego pintura. Antes de convertirse en pintora, escultora e ilustradora, asistió al taller de Vicente Puig y a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Santiago de Chile, donde tomó clases de pintura y composición. Desde 1933 a 1935 vivió en la casa de su hermana en Santiago de Chile, donde tomó cursos de dibujo y pintura. Y en 1935 realizó su primera muestra individual en Amigos del Arte.
“En la última década, gracias a las transformaciones producidas por los feminismos, el reconocimiento y la valoración de la producción de Yente crece y se consolida. Su obra circula entre los espacios emergentes como la de una artista de culto para las generaciones más jóvenes”, señala en el catálogo María Amalia García, curadora en jefe del museo y curadora de esta exhibición. Y concluye: “Les Yente-Del Prete, con las cinco e disidentes de sus nombres, sobreviven y reaniman su vida futura”.
Nacido en Vasto (Italia) e hijo de inmigrantes italianos, Del Prete, que no llegó a completar la escuela primaria, trabajó con su familia en un taller de calzado. Hizo pie en La Boca, donde montó taller y engulló de todas las vanguardias y estilos. Participó en la revista Abstraction Création, junto a Calder, Kupka, Mondrian y Moholy-Nagy, entre otros grandes artistas abstractos. Autodidacta, llegó a representar a la Argentina en la Bienal de Venecia y en la de San Pablo.
Yente y Del Prete se conocieron en 1935 en una sala de la revista Sur, en la calle Viamonte, donde Del Prete exponía. “Y fue una soledad de a dos, por decirlo así, porque la Yente también empezó a hacer arte abstracto”, recordaría él en una entrevista. Ella ya había visto su obra en una muestra de dibujos en Amigos del Arte, pero esas témperas –que se exhiben en el Malba— la conquistaron. Cuando expuso allí la crítica del diario nacionalista Bandera Argentina espetó: “La Asociación de Amigos del Arte nos hizo ingerir veneno ordinario con la pintura de ese pobre paranoico y analfabeto que se llama Del Prete y los adefesios soviéticos de Alfaro Siqueiros”.
“Aunque de maneras bien diferentes, fueron voraces apropiadores de diversos estilos, materiales y procedimientos. En el caso de Del Prete, es parte del anecdotario del arte argentino remitir a su glotonería —como la calificaba Joan Merli en la primera monografía sobre su obra— para referir a su volcánica manera de producir”, señala García en su texto curatorial.
Con sello personal, Del Prete tomó de las vanguardias con avidez; Yente hizo pinturas, dibujos, esculturas, textiles y libros de artistas. En 2009, Malba le dedicó una exposición a Yente y Lidy Prati con co-curaduría de García y Adriana Lauría. Y el año pasado, el museo adquirió Tapiz, realizada por ella en 1958, que también integra la exposición.
Esa compulsión tragaldabas y bacanal, sin prejuicios ni límites, es lo que se encuentra en sus obras. El piolín es el lazo artístico entre ambos: Del Prete ya lo usó en sus reconocidos collages de los años treinta realizados en París y Yente en Circo (1941), un libro que se puede ver desplegado en el primer núcleo de la exhibición. También ella lo incluye en Modesto testimonio. Homenaje al piolín (1984). El piolín, para la curadora, encarna un diálogo íntimo que “se construye al calor de la pareja porque es Yente la que genera estas analogías y arma el relato”. Ella tuvo un rol clave en la carrera de Del Prete. El piolín, que une la historia de la pareja, se proyecta en la museografía con paredes curvas.
Para Yente, Del Prete destruía sus obras por el escaso espacio del que disponía para trabajar. En un texto que se consigna en Pintura montada primicia, el libro que la galería Roldán Moderno le dedicó a Del Prete, describe al taller que olía a un mix penetrante de aguarrás, óleo y barniz donde trabajaba como “un ambiente reducido, donde la luz filtraba por una enjuta ventana” y donde se acumulaban “pilas de cuadros superpuestos en ingeniosa economía de espacio, esculturas arriba y abajo, las telas grandes adosadas a la pared y en el suelo, y en el pasillo los cuadros aún frescos”.
Esa misma severidad que tuvo a la hora de juzgar las pinturas que Yente le mostró, al poco tiempo de conocerse, pesaba sobre sí mismo. Sus pinturas montadas estaban hechas con sus propias obras destruidas; otras incluían desde material de rezago de electrodomésticos que compraba la pareja –en la sala del Malba se exponen una serie de obras hipnóticas que hicieron con deshechos que se repartían como una especie de botín y que incluyen obras hechas con embalajes de telgopor— hasta parquet de su casa y piezas de extractores y seca-platos.
Del Prete producía a ritmo vertiginoso al tiempo que se deshacía de sus obras o las reformulaba. Obras destruidas, publicado por la pareja en 1971, da cuenta de las piezas aniquiladas. Pensaba que las obras de muchos artistas de su generación habían sido sacadas prematuramente del taller por los impacientes marchands. “El haber conservado la mayor parte de su producción le ha permitido depurarla”, consideraba Yente. Hizo pocas piezas de una vez y para siempre: destruía o repintaba una y otra vez. Esa compulsión que ella definió como “manía revisionista” trajo “acaloradas discusiones” en la pareja.
Yente realizó varias producciones dedicadas al amor de la pareja. El libro de artista Vida venturosa de Onofrio Terra d’Ombra (1952), que narra la crónica de sus vidas, tiene como protagonistas a sus dos alter ego: Del Prete es Onofrio, un pintor incansable y apasionado; Yente, Fragilina, “maestra de labores que borda por vocación”.
Antes de salir de la muestra, recomiendo volver a la entrada de la sala para ver nuevamente El abrazo, una pintura que Del Prete le obsequió a Yente a los dos años de conocerse y que condensa el vínculo amoroso y artístico compartido. Acaso esa “soledad de a dos”, como la definió Del Prete. Allí está la pareja fundida en un abrazo - lazo —un hilo indestructible— que opaca y hasta vuelve intrascendente el entorno. Yente la eligió en su taller: le atrajo “su gran fuerza sugestiva”. Llevó la pintura a la casa de sus padres, con quienes vivía. Allí quedó por siete años, hasta que él se la llevó para hacerle algunos retoques (por eso la fechó 1937 - 1944). “El abrazo —recuerda Yente en Anotaciones para una semblanza de Juan Del Prete — no volvió a casa, pero Del Prete siempre la consideró de mi pertenencia y nunca dejé que pasase a otras manos”.
Yente – Del Prete. Vida venturosa se puede visitar en Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415). Miércoles a lunes de 12 a 20. Martes cerrado. General: $600. Estudiantes, docentes y jubilados: $300. Miércoles: general $300; Estudiantes, docentes y jubilados sin cargo. Hasta el 27 de junio.