Babeamos. Con este Mundial babeamos. Debe ser el lujo, el glamour, lo exótico. Lo diferente. Debe ser el embrujo de la insolencia extravagante de la riqueza extrema. Ese deslumbramiento de lo inusitado. Lo cierto es que babeamos. Este Mundial puede con todo. Con la sangre, con los muertos, con el trabajo esclavo, con la corrupción, con la comunidad LGTBI. Y sigue adelante. Resiste. Hay algo de naufragio en este babeo colectivo. En esta aberrante dislocación de la realidad.

En estos tiempos tan poco propicios para la utopía surgen del averno clásico los desmanes de la deshumanización del otro. Ese espacio de miseria moral que nos habita y nos desconsuela. Así nació este Mundial. Perfectamente “diseñado”, con su cara visible y su otredad. Con su rencor de clase, paralelo a su rencor de género, atesorando un optimismo trágico.

Vivimos una época de interpretación de la realidad, con una cierta orfandad por los hechos. ¿Dónde están los hechos? Nos los esconden. Pero están. La Confederación Sindical Internacional calcula en torno a las 5.900 los fallecidos en la construcción de las infraestructuras y los estadios del Mundial de Qatar. La ONG Fundación para la Democracia Internacional manifestaba hace dos años: “Todo el planeta debe saber que el Mundial de Fútbol de 2022 se jugará en estadios manchados de sangre”. Los decesos vienen precedidos por la continua explotación del trabajo esclavo -el sistema Kafala- un modelo sostenido en el rígido control y monitoreo de los trabajadores, que autoriza y permite a las empresas la restricción de derechos y libertades. A este escenario cuasi feudal, miles de inmigrantes del sudeste asiático llegan a Qatar como los nuevos esclavos de la modernidad. Vienen a levantar sus ciudades, sus hoteles, sus estadios. No los quieren, pero los necesitan. Las grandes corporaciones les retienen los pasaportes, les impiden transitar por el país, les prohíben la mezcla con los lugareños, el contacto, el roce. Los esconden. Son cuerpos huecos, vacíos, como “matriuskas” rusas de piel canela.

La insensibilidad parecer ser la textura emocional de nuestro tiempo. Solo una voz se alzó. Solo una. Con su pena negra y su soledad de desierto: “Un mundial aquí es inaceptable. Este Mundial fue concedido en condiciones inaceptables. Deberíamos pensar en los heridos y los familiares de los fallecidos”, expresaba en el Congreso de la FIFA en Doha, la presidenta de la Federación Noruega de Fútbol, Lise Klaveness. El resto de las 211 federaciones internacionales mantuvieron el silencio. Enseguida la cruzó el secretario general de Qatar 2022, Hassan Al Thawadi: “Debe ser más educada. Antes de hablar de Qatar hay que conocer a su gente y su cultura. Le invito a que nos visite y le enseñemos el país”. La respuesta de Klaveness no se hizo esperar: “Hemos estado antes en Qatar, nos invitaron ustedes. Por eso mismo hacemos este alegato por los derechos humanos, tenemos que aprovechar la oportunidad para hacerlo.” El portavoz del Comité Organizador se sumaba a la “fiesta”: “El país recibirá a los aficionados de la comunidad LGTBI y permitirá su asistencia a los partidos. Pero las muestras de afecto en la vía pública están prohibidas”, expresó. Una suave invitación a dejar de “ser” para ser “otro”. Para estar sin “estar”. Un Mundial desapacible.

Lo dejo escrito Rafael Chirbes: “No hay medicina que cure el origen de clase, ni siquiera el dinero que puede llegar luego, o el prestigio social que se adquiera. Es una herida de cuyo dolor te defiendes, e incluso ante tus propios hijos ya desclasados sacas las uñas de animal de abajo”.

Nosotros, seguimos babeando. Babeando sobre la enorme montaña de muertos.

(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Tokio 1979