El próximo 22 de noviembre la fuerza redentora del fútbol hará lo que siempre espera de ella un poder absolutista. Que pueda maquillar o disimular las huellas de sus crímenes y las violaciones a los derechos humanos que el mundo denuncia con su típico doble estándar. 

En nuestro país lo sabemos de sobra desde 1978. La Selección Argentina debutará ese día en el Mundial con Arabia Saudita, una monarquía que impone leyes del medioevo, realiza fusilamientos masivos, bombardea a menudo un país vecino como Yemen y tiene en su historial el asesinato y descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi. 

Su influencia creciente en el universo deportivo no es nueva, como tampoco la de Qatar, el emirato que organiza la suntuaria Copa de la FIFA. Son dos reinos afines como enfrentados en el pasado reciente que tienen demasiado en común. Su política restrictiva hacia las mujeres y las minorías sexuales, o el sistema laboral de explotación que deja cautivos del patrón a sus trabajadores. Pasó con las empleadas domésticas de Sri Lanka en Riad, y las muertes que se cuentan por miles en la construcción de estadios de Doha. Aberraciones propias de un modelo feudal en pleno siglo XXI.

Si el modelo productivo qatarí quedó expuesto hace 12 años cuando fue elegido para organizar el Mundial 2022, el de Arabia Saudita -aliado clave de Estados Unidos en la región- no sería alcanzado por las críticas hasta que levantó su perfil deportivo. La monarquía wahabita interviene en la guerra civil de Yemen que lleva cerca de 380 mil muertos y más de tres millones de desplazados hasta hoy. Ese estado absolutista ya tomó la posta del expansionismo en los grandes eventos u operaciones costosas donde siempre dominó su vecino Qatar.

Un fondo saudí compró por 353 millones de euros el club Newcastle de Inglaterra en octubre de 2021. El reino también decidió organizar la Supercopa de España en Yeda, su segunda ciudad en importancia, después de invertir 120 millones de euros por los tres primeros años. En 2019 había sido la sede de un torneo de tenis ajeno al circuito ATP que ganó el ruso Daniil Medvedev. La Diriyah Cup que repartió tres millones de dólares. Fue anfitrión del Gran Premio de la Fórmula 1 que se corrió el 5 de diciembre pasado. Y además lleva realizadas tres ediciones del Rally Dakar, la última a comienzos de 2022.

Ese despliegue ostensible de recursos elevó el perfil de la monarquía y de su príncipe heredero, Mohammad bin Salmán. El multimillonario que tiene de aliado al presidente de la Fundación FIFA, Mauricio Macri. El mismo que lo invitó en noviembre último a su país, desde donde intenta mostrarse al mundo como la corriente de aire fresco que oxigena al reino. El esfuerzo que pone para lavar su imagen -con el deporte como crema de enjuague- no le permitió despegarse de la imagen negativa que tiene en Occidente. El asesinato planificado del periodista Khashoggi el 2 de octubre de 2018 en el consulado árabe de Estambul, Turquía, todavía resuena en los oídos de la comunidad internacional.

Un ex agente de inteligencia saudí, Saad al-Jabri, detalló en una entrevista que le concedió a la cadena estadounidense CBS que el príncipe es “un psicópata, asesino, con infinidad de recursos en Medio Oriente, que representa una amenaza para su gente, para los estadounidenses y para el planeta”. Desacreditado por el régimen de su país, Saad al-Jabri está exiliado en Canadá y sus hijos retenidos en Riad, la capital del reino.

A diferencia de su voz, mucho menos escuchada, las denuncias de Amnesty Internacional contra la monarquía son sistemáticas y se apoyan en decenas de testimonios. El informe de 2021-2022 señala: “Continuaron las restricciones del derecho a la libertad de expresión, de asociación y de reunión. El Tribunal Penal Especializado impuso duras penas de prisión a personas por su trabajo de derechos humanos y por expresar opiniones disidentes. Entre las personas detenidas arbitrariamente, enjuiciadas o condenadas había defensores y defensoras de los derechos humanos, personas críticas con el gobierno y otras que realizaban activismo político”. En Arabia Saudita no existen los partidos como en cualquier democracia parlamentaria o en las naciones socialistas de partido único.

El periodista español Carlos de las Heras, responsable de un extenso trabajo sobre Deporte y Derechos Humanos en Amnesty, escribió: “El sábado 12 de marzo 81 hombres fueron ejecutados. Varios de ellos habían sido declarados culpables de ‘desestabilizar el tejido social y la cohesión nacional’ y de ‘promover y participar en sentadas y protestas’, que incluyen actos amparados por el derecho a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica”.

Así como Saad al-Jabri es ignorado por la monarquía saudí, la organización internacional de DDHH es soslayada por la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). “Hemos enviado a la RFEF brazaletes con la leyenda ‘Derechos Humanos’ para que los luzcan en los partidos de la selección, para protestar por las víctimas mortales por el Mundial de Qatar. No hemos obtenido respuesta”, explicó De las Heras.

Los futbolistas sauditas que debutarán en el Mundial contra el equipo de Lionel Scaloni son ajenos a estas denuncias por violaciones a los DDHH, la mayoría juega en su país y no necesita irse a campeonatos más atractivos porque ganan muy bien. El dinero que en muchos casos se impone, es la zanahoria para que estrellas del fútbol visiten el reino y se presten al lavado de cara. Un nombre en inglés define esta estrategia: Sportwashing. La monarquía de Salman bin Abdulaziz, el padre del príncipe Mohammad, lleva invertidos miles de millones de dólares para mejorar su imagen. Aunque suele fracasar en el intento.

Cuando el año pasado se invitó a Lionel Messi y Cristiano Ronaldo a promocionar la campaña “Visit Saudí” destinada a estimular el turismo, una ONG británica le salió al paso enseguida. Grant Liberty inició la campaña titulada “No lo hagas Messi. ¡No aceptes el dinero ensangrentado saudí!”. El capitán argentino no viajó. Tampoco el PSG a jugar un amistoso en Riad por el rebrote que tuvo la pandemia en Europa durante el último verano. Pero el mejor futbolista del mundo sí participó de un comercial para Riyadh Season, un festival de entretenimiento y deportes que se desarrolló desde el 20 de octubre de 2021 hasta marzo pasado en la capital saudí. Es parte del llamado plan Visión 2030 que aspira a cambiar lo que se piensa del régimen en el exterior.

La cancelación de la visita del poderoso club francés impidió que se materializara un capítulo del deshielo entre Arabia Saudita y el emirato que organiza el Mundial 2022. El PSG le pertenece al fondo público Qatar Investment Authority. La ruptura de relaciones diplomáticas entre los dos reinos -bloqueo saudí mediante entre junio de 2017 y enero de 2021-, no lo permitía. Pero ahora dejó paso a los rentables negocios que se avecinan.

Para lograrlo, estas monarquías de las que brotan divisas del suelo, como el petróleo que comercializan a precios altísimos en tiempos de guerra, necesitan figuras: Messi, Mbappé y Neymar lo son con valor agregado. Las violaciones a los Derechos Humanos que cometen el reino saudí y el emirato qatarí tienen mucha menos difusión. Hoy el mundo del fútbol es una gran pantalla. En esto se parece a la burka o el chador, los velos que cubren a las mujeres oprimidas por el absolutismo de las monarquías del Golfo Pérsico. No dejan pasar la luz, no dejan ver la vida que transcurre adentro.

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