El duelo ante la muerte de un ser querido es tan personal como idiosincrático. Siendo un estado, pero también un tránsito, ni su talante ni su extensión pueden ser anticipados. Mucho menos examinados a la luz de una supuesta objetividad. Eso es precisamente lo que logra transmitir Ensayo de despedida, la ópera prima de Macarena Albalustri que, desde su mismo título, juega con las palabras: el ensayo es tanto una prueba, una práctica antes del acto concluyente, como una definición de la forma y los objetivos del largometraje. Porque si bien todo o casi todo lo que ocurre delante de la cámara podría encuadrarse sin titubeos en el terreno del documental, no deja de ser cierto que la realizadora, en varios momentos, hace evidentes las costuras y remiendos de la película, incluidos aquellos momentos de hesitación ante el camino que debería tomar el relato. Todo ello le da forma a una creación que es absolutamente íntima –la muerte en cuestión es la de la propia madre de Albalustri– y, al mismo tiempo, universal en sus alcances. Al fin y al cabo, la pérdida es algo que toca a todo el mundo, más tarde o más temprano, y toda vida en tiempo presente está sostenida por el delicado tejido de los recuerdos.

Los primeros minutos de Ensayo de despedida –que tuvo su lanzamiento en la última edición del Festival de Mar del Plata– recorren los días previos a otra muerte, la de un gato longevo que supo acompañar a la directora desde su adolescencia. La (im)posibilidad de terminar de despedirse de la mascota es el disparador de la prosecución de un proyecto que había quedado trunco apenas un tiempo después de su puesta en marcha. La muerte del animal es transformada por la narración en la excusa para recomenzar un camino que le permita despedirse (o no) de su madre, fallecida como consecuencia de una grave enfermedad una década atrás. Con una presencia casi constante en pantalla, Albalustri alterna una serie de entrevistas a su padre con secuencias donde la inexistencia de imágenes en movimiento de la familia durante su infancia (no todo el mundo tenía una cámara Super8 o de video en aquellos tiempos) se convierte en una búsqueda de sucedáneos en material de archivo ajeno. Ya en esos primeros tramos del film se hace evidente el deseo poético de la narración, la necesidad de encontrar una huella formal que evite el estancamiento en la simple anécdota.

En la búsqueda telefónica de la psicóloga que atendió a su madre durante los años de la enfermedad (secuencia que puede traer el recuerdo de la multiplicación de Silvias Prietos en el film de Martín Rejtman, aunque aquí no haya un encuentro de homónimas), la realizadora continúa sumando voces que, supone, le permitirán agregar más líneas a ese bosquejo difícil de completar: las ideas, sentimientos y emociones de quien está por partir. Allí están algunas de sus amigas, tomando el té en un jardín y discutiendo sorpresivamente sobre la existencia o no de un Más Allá. En ese derrotero, reflexiona también acerca de los gestos típicos de una despedida, para concluir que un abrazo o un gesto de saludo con la mano no pueden aislarse de su contexto. En uno de los momentos más emotivos, los párrafos de una carta manuscrita son desmenuzados sin que ello traiga aparejada una conclusión sobre su contenido. Aparentemente convencional en su punto de partida, pero definitivamente atípica en su ejecución –y no exenta de varios momentos de humor, a pesar de su leitmotiv casi excluyente–, Ensayo de despedida aporta una mirada singular sobre el peso de la ausencia.