Desde Río de Janeiro

Los medios están llenos de elucubraciones sobre un Golpe: será martes o jueves. A lo mejor en agosto. Seguramente antes de las elecciones de octubre, porque Bolsonaro sabe que no ganará en las urnas. Las encuestas se repiten siempre: Lula 45 por ciento de intención de votos contra Bolsonaro con 31 por ciento (subió con los votos de Moro, que desistió de ser candidato). En segunda vuelta, si la hay, Lula gana por 20 puntos.

¿Con quiénes cuenta para el Golpe? Con los empresarios, que tienen dinero pero no tienen votos. Con militares (no se sabe cuántos), que no tienen sufragios, pero tienen armas. Con evangélicos, cuya fe está dividida entre los dos candidatos.

¿Le basta? Está claro que Bolsonaro quiere el Golpe. Pero, ¿podrá?. Aun cuando cuente con los militares, éstos no se atreverían sin el apoyo de los Estados Unidos. Que ya ha enviado emisarios para decir a Bolsonaro que respete las elecciones. Biden teme a Trump, que cuenta con Bolsonaro. Por eso Biden no lo apoya.

Pero Bolsonaro no tiene alternativa, porque teme lo que ocurrirá con él y con sus hijos, en caso de que tenga que abandonar la presidencia. Subió el tono de sus discursos: anunció que los militares harán un conteo paralelo de votos, dijo que, si hay situaciones anómalas, él podría suspender las elecciones (como si tuviera poder para ello). Vuelve a convocar a que las personas se armen, a acusar a las urnas electrónicas como fuente posible de fraude.

Ya había desconocido la condena a prisión dictada por el Supremo a un parlamentario muy vinculado a él, por amenazas en contra del Poder Judicial, y Bolsonaro le concedió el indulto que le evitó ir a prisión, no así la pérdida de mandato y la suspensión de sus derechos políticos. Se intensifica así la guerra entre el presidente y el Poder Judicial. El Tribunal Superior Electoral negó la posibilidad de que los militares se erijan en controladores del conteo de los votos.

La combinacion entre esas declaraciones, las denuncias de ellas, periódicos que dan por establecido de que habrá golpe, periodistas que recomiendan a la gente prepararse para ello, guardando plata (considerando que la obtengan), han creado un clima de naturalización del Golpe.

Hasta que Lula hizo el acto de lanzamiento de su precandidatura a la presidencia, con su vicepresidente, Geraldo Alckmin – la campaña se inicia oficialmente en agosto, con horarios en los medios y lanzamiento definitivo de las candidaturas. El acto se dio en un gran auditorio de San Pablo, con 4 mil invitados y presencia de gran cantidad de representantes de los siete partidos que lo apoyan, de dirigentes de otros partidos y de miembros de movimentos populares de todo el país.

Fue un acto simple: Alckmin habló de su casa, porque se contagió la covid. Lula leyó su texto, en 45 minutos, de candidato a la presidencia de Brasil, con tono de estadista, denunciando la situación catrastrófica del país y recordando lo que su gobierno ya ha hecho por Brasil y con las medidas que pretende tomar. Con algunos momentos de improvisación al inicio y al final de discurso.

El eje de la redemocratización del país y medidas de carácter antineoliberal. Entre éstas, una reforma tributaria que permite al Estado recuperar la expansión de la economía y de implementación de políticas sociales. La recuperación de las empresas vía estatización. La revisión de la reforma laboral, que atenta gravemente contra los derechos de los trabajadores. La anulación del llamado techo de gastos, entre otras medidas.

Lula salió del acto para retomar sus viajes por el país –Minas Gerais, Santa Catarina-, la semana que viene. Hasta el 17, porque el 18 de mayo Lula se casa de nuevo, con una mujer que lo acompañó todo el tiempo en que estuvo en prisión en Curitiba (de donde heredó también la perrita Resistencia, que vive ahora en su casa).

Bastó ese acto para cambiar el clima político en Brasil. El golpe pasó’ de una certeza a una posibilidad lejana. La presencia de la candidatura de Lula reintrodujo la esperanza en su victoria, la confianza de que va a ganar, gobernar y volver a cambiar el pais para mejor.

Bolsonaro, en el momento del acto, hacía un paseo en moto con sus correligionarios en el interior de Río Grande do Sul. Bajó’ el tono de sus declaraciones, acusó el cambio de clima politico.

A poco más de cuatro meses de la primera vuelta de las elecciones presidenciales – del 2 de octubre -, Brasil oscila menos entre dos posibilidades radicalmente distintas.