Marianne Costa se ríe del mote con que la presentan en Buenos Aires: “la taróloga más famosa del mundo”. “Soy famosa en la Argentina, un poco en Italia, medianamente en Francia”, aclara, en el departamento de una amiga que tiene una florería y donde pasó los últimos días rodeada de plantas. El lugar donde duerme está afuera: una preciosa cúpula en pleno centro de la ciudad. Esa cúpula representa para ella el arcano XVIII, la Luna. Esta francesa de 56 años, que vive entre París e Ibiza, comenzó a tirar las cartas a los 17. Por un tiempo dejó la práctica hasta que en 1997 conoció a Alejandro Jodorowsky, quien le tiró las cartas en un bar y fue su pareja. Entonces, retomó los arcanos y no volvió a soltarlos. Pero es mucho más que taróloga. Es cantante, actriz, ha escrito libros de poesía, sabe varios idiomas –habla perfectamente castellano-, tiene una maestría en literatura francesa y comparada.

En su concepción, el tarot es un “arte”. Lo ejerce y lo enseña. Ha publicado, después del best seller La vía del Tarot -escrito en conjunto con Jodorowsky- el muy valorado El tarot paso a paso (Grijalbo). Varios motivos la trajeron a Buenos Aires (su visita había quedado postergada por la pandemia): la presentación de un pequeño oráculo de Marsella en la Feria del Libro y la realización de un seminario y una velada "tarotanguera". La noche del Tarot del Tango se llama el espectáculo, y es este domingo a las 20 en el Tasso (Defensa 1575). Costa canta y baila tango y además ha creado, junto a la argentina Ana Groch, un mazo enlazado con el género.

Fresca, alegre, ofrece un café fuerte y muestra los zapatos que compró a artesanos porteños para bailar. Se lamenta por haberse contagiado un virus que le impidió disfrutar de más noches de milonga. Se sienta en el piso, en un almohadón negro. “Hace 39 años mi mamá se estaba divorciando de mi viejo, estaba medio mal, necesitaba una taróloga en la casa. Me compró un librito medio trucho para leer cartas de póquer. Yo tenía una fascinación por los idiomas y los alfabetos, y cuando me di cuenta de que las cartas con las que jugaba podían ser un lenguaje me entusiasmé. Empecé a coleccionar tarots. Terminó todo muy mal: mis viejos se separaron; fue el peor divorcio del siglo. Yo viví el delirio del ego. Mucha gente me pedía lecturas, me ponía a inventar tiradas y empecé a tener pesadillas, alucinaciones, a sentir que El Diablo (uno de los arcanos mayores de la baraja de 78 cartas) estaba en mi cuarto y tiré todos los tarots. Entre los 20 y los 29 no quería ni cortar el mazo: había entendido que ésa era una fuerza que me superaba”, recuerda.

En esos años se abocó, entre otras cosas, al estudio del I Ching, milenario texto oracular chino. En el ’97 una amiga la llevó a un café parisino donde Jodorosky leía las cartas. “Había en él una inteligencia, una claridad, una bondad… y algo medio de chanta. Jodo siempre tuvo eso: era un latinoamericano en París, venía con sus dos hijos, tipo mafia… era como los tipos que vienen al tango con la chaqueta blanca y el pelo engominado pero bailan bien. Era una época en la que estaba muy comprometido con lo que llamaba ‘El camino de la bondad’. Quería imitar a la santidad. Se le había muerto un hijo un par de años antes; estaba en un momento en que hacerle bien al otro era fundamental. Eso me resonó”, cuenta. Se entusiasma mucho al hablar de su próximo libro: El Tarot para vivir, texto "operativo, lúdico, interactivo", que, como el pequeño oráculo --bellísimo objeto-- busca "empoderar" a los curiosos. 

"Considero la lectura del Tarot como un arte. Ni ciencia ni predicción ni terapia. Podríamos decir magia en la medida en que el tango también lo es. Nos lleva al hemisferio derecho, que no es el del pensamiento articulado sino el que se enciende cuando estamos meditando, el que se necesita para criar hijos, sentir el cuerpo, cualquier forma de arte, recibir información de tu jardín", define. Y suma: "Observamos formas y nos empiezan a hablar. Sucede cuando observamos las plantas, las nubes, el movimiento del agua, cómo baila el fuego.  Apostamos a que estas imágenes sean un lenguaje coherente, decretamos que el mazo es un alfabeto, una especie de jeroglífico por descifrar. El Tarot tiene una iconología muy anclada en el Medio Evo, en el mundo renaciente, conectada con el misticisimo cristiano, la pintura italiana del siglo XV, etcétera. Una riqueza cultural, léxica, una numerología muy interesante. Todo esto juega, pero al final estamos observando imágenes y pidiendo a una forma que nos inspire una respuesta oracular. El oráculo es la boca que habla la palabra divina. Buscamos que una imagen sea el umbral, la ventana, la taquilla donde tenemos cita con lo que más anhelamos. Es un juego con el sentido. ¿Tiene fundaciones científicas? No. ¿Se puede comprobar? No. ¿Se puede convencer a alguien que es escéptico? No. No vas a convencer tampoco a alguien de bailar tango..."

-¿Cómo llegás al tango?
-Conocí por casualidad a "El Indio" Pedro Benavente. El y su mujer me querían intercambiar una sesión por un curso de tango. Me hizo caminar primero empujándolo, con mi mano en su pecho, y después abrazados, y fue todo. Y me mostró más o menos como pivotear y chau. Eso me entró a los huesos. No es una prueba: es una vivencia. El Tarot es lo mismo: te llega por vivencia, porque te abre el corazón y la mente, porque te encanta su belleza.

-Al interés renovado que se ve por el Tarot se opone un fuerte escepticismo, hasta rechazo. ¿Esto es porque muchas personas lo siguen asociando a la adivinación?
-El siglo XIX agarró un juego de mesa, que era el Tarot y que todavía se juega en Francia, y los naipes comunes y los convirtió en mancias. Tengo la hipótesis de que la cartomancia viene de dos fuentes. Las mujeres jugaban a paciencias. Jugando sola la persona proyectaba sus preocupaciones en las cartas. Muchas veces cuando juegas con tu teléfono al solitario le apuestas algo: "Si puedo vencer tres juegos seguidos me pasará tal cosa". Por otro lado, la revolución industrial, aunque obviamente tuvo muchos beneficios, fue aplastante. Iba en Europa con una burguesía super estrecha, un machirulismo tremendo. Desde la pobreza se poblaron las Américas con gente que esperaba sacar provecho a esos territorios. Creo mucho en la ley de la física de acción y reacción. Creo en esto a nivel colectivo. Ese impulso de crear nuevas máquinas, desarrollar la medicina, construir ciudades, tiene un efecto secundario. Una especie de aspiración casi delirante por lo invisible y la espiritualidad, que no se puede cuajar en el cristianismo porque en el siglo XIX se convirtió totalmente en una cosa política. El siglo XIX lo lee todo: el café, la caca de rata, las velas. No es que el Tarot es predictivo. El siglo XIX lo es, por reacción a esa enorme ola tecnológica y científica. Cuando los filósofos y esoteristas redescubren el Tarot a lo largo de siglo XIX lo ven como un objeto de contemplación y especulación filosófica, como un respaldo a toda la filosofía masónica, y ahí no hay predicciones. Pero la calle está en plena predicción. Eso nos lleva al siglo XX, cuando los surrealistas se aficionan a todas las cosas que han caído a la basura y se enamoran del psicoanálisis y del Tarot. La gente que dice que el Tarot es predictivo se ha quedado antes de 1925, porque ya los surrealistas dicen con mucha claridad que es un mapa del inconsciente, en términos freudianos. Italo Calvino escribió en los sesenta una novela apoyándose sobre el Tarot como estructura, tirando cartas al azar que le servían para crear la narración. Se apoyó en una tesis que dice que la cartomancia, predictiva o no, es una forma narrativa. El Tarot es un lenguaje. Hay gente que con mucho candor va a querer ejercer una toma de poder. Es infantil el cartomante que toma a sus consultantes como si fueran muñecas.

-¿Y a qué se debe el interés actual por el Tarot?
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Estamos viviendo una época de adicción a la imagen. Y el Tarot son imágenes. Va con la moda del tatuaje, la importancia tremenda de la imagen personal. Cuando yo tenía 15 años nos disfrazábamos de los rockstars que nos gustaban, pero todo el mundo tenía el culo gordo, chiquito, eran altos, pequeños… la autoimagen no era tan importante. Nuestra época actual es una dictadura de la imagen, y el Tarot entra a jugar un papel ahí. Pero creo que la gente siente que desde este juego de mesa se puede armar uno mucho más esencial. Recibir una lección de vida de una herramienta aparentemente humilde. No sé por qué crea mucho delirio egótico. Una de las cosas por las cuales enseño es para tratar de parar un poco los delirios egóticos que desencadena, tan peligrosos como la cartomancia predictiva. Yo hablo un poco de castellano y un poco de lunfardo. ¡Pero no me voy a empezar a golpear el pecho porque sé decir "piola"! (risas).

-¿Cómo se conectan el Tarot y el tango? ¿Y cómo es el show?
-Hay varias maneras de juntarlos. Este finde es probable que cada mesa sea representada por uno de los arcanos mayores, y vamos a ir jugando para que la gente tenga una respuesta o interpretación cantada. Me encanta la idea de que pueda haber una respuesta a una tirada que sea un canto. En el canto está la narración y es un oráculo vivo. Hilando el Tarot con canciones, con un repertorio muy conocido, se ve más aún la polisemia. "Oblivion", de Piazzolla, que tiene un texto precioso en francés, que lo cantó Milva, es una historia de ruptura como hay 50 mil, pero tiene un metatexto que es hablar del puente entre continentes, de la resiliencia del tango, que es esencialmente argentina. El tango enamora a Francia porque le falta esa dimensión. Acá la gente chupa cada rayo de sol que puede, en una situación que es cien mil veces peor que la nuestra. Poner en espejo Tarot y tango es una manera de desvelar la dimensión oracular del tango, que es un exorcismo, o más bien una catarsis, o más bien una palabra de sabiduría. Va de la nostalgia a la invocación, que se rompe un segundo después con un tango bien callejero o una milonga bien traviesa. Eso es muy del Tarot: te presenta figuras terroríficas, al segundo algo sublime, al siguiente algo burlesco. Tienen muy en común la dimensión del camino de vida y la temática de la pareja. El Tarot está organizado en parejas o pares compementarios. El tango bailado es una cuestión de encuentro entre uno que juega a guiar y otro que juega a seguir.