Los obispos católicos se reunieron en asamblea general la primera semana de mayo teniendo como telón de fondo la tensión económica, social y política que vive el país. Pero contrariamente a lo que ha sucedido tantas veces, en esta ocasión la jerarquía eclesiástica católica decidió culminar su encuentro -en Pilar el viernes 6 de mayo- casi en silencio. No hubo ni una reflexión final, ni un documento para fijar la posición del episcopado frente a la coyuntura. Apenas una “información de cierre”  a modo de raconto institucional y memoria de la agenda casi formal de lo realizado por los obispos en esos días. Lo anterior no significa que el tema social y político, a modo de “mirada pastoral sobre la realidad” como le gusta decir a los dirigentes eclesiásticos, no haya estado presente en la asamblea. Hubo diálogos formales e informales, intercambio de información y de perspectivas, inquietudes y preocupaciones. Pero de la misma manera que sucede con otros protagonistas del escenario argentino, también para los obispos resulta tan difícil como incómodo hacer un análisis, emitir un pronunciamiento o aportar consejos. Prefirieron guardar silencio esta vez.

Esto a pesar de que a través de los “agentes pastorales” (sacerdotes, religiosas y laicos), la gran mayoría de los obispos recibe abundante información acerca de lo que está sucediendo en el territorio, en las provincias y en los barrios. Y en virtud de ello también permanecen encendidas las alertas. Institucionalmente la Iglesia Católica –también otras comunidades religiosas no católicas- sigue desplegando una importante labor social -en la mayoría de los casos en alianza y colaboración con el Estado nacional, provincial y municipal- destinada a contener la crisis y, en la medida de lo posible, evitar el desborde. Sin embargo, los obispos –también sus sacerdotes y religiosas- saben que lo que se hace es insuficiente y que todo podría derivar en situaciones graves en el orden social. Pero no hubo pronunciamientos colectivos, ni denuncias, ni advertencias, ni pedidos.

Las pocas palabras sobre la situación habían sido dichas unos días antes –en ocasión de conmemorarse el día de las trabajadoras y los trabajadores- por la Comisión de Pastoral Social  que preside el obispo Jorge Lugones. En esa ocasión el equipo comandando por el titular de la diócesis de Lomas de Zamora reiteró algunas de “certezas” habituales del discurso episcopal, que también se escucharon en el aula de la asamblea plenaria en Pilar y que no habrían sido objetados como parte de un documento colectivo de haberse concretado éste: “es imprescindible cambiar definitivamente el paradigma del subsidio por el paradigma del trabajo”; “el empleo formal debe abarcar las nuevas formas de la economía popular”; “es imperioso que siga bajando la desocupación y que crezca el trabajo formal”. 

Pero Lugones y su equipo son más avezados en la lectura política y avanzaron en otras observaciones que probablemente no habrían recibido un respaldo tan unánime de los obispos para el caso de haber sido consultados. Por ejemplo –en consonancia con las afirmaciones del Papa Francisco- el contundente respaldo a los trabajadores y las iniciativas de la economía popular llevadas adelante por “personas que fueron descartadas de los empleos formales”, calificadas como “experiencias de salvación comunitaria” y destacando y valorando el hecho de que se “organizan como asociaciones o sindicatos”. Pastoral Social también se animó a tirar un “palito” para quienes, desde las organizaciones sociales, manipulan con los recursos del Estado. Pidió que se propicie “igualdad de oportunidades en acceso a programas del Estado para todos, sin exclusiones sectoriales, aun cuando no pertenezcan a organizaciones o movimientos mayoritarios”. Teléfono para quienes quieran darse por enterados.

Tal como se decía al comienzo no hubo documento colectivo al final de la asamblea episcopal. La “información de cierre” se limitó a recoger palabras del presidente Oscar Ojea en la homilía de apertura advirtiendo sobre “un contexto nacional y mundial reticente al diálogo y afecto al monólogo” y subrayando que “en la escena nacional todo es controversial”. Como lo reitera en casi cada una de sus alocuciones el obispo de San Isidro había dicho que en estas circunstancias “se hace muy difícil pensar y escuchar” para terminar señalando que, como sociedad, “tenemos la responsabilidad de dialogar”. Nada más que una expresión de deseo.

No obstante lo anterior nadie debería pensar que los obispos están al margen de la vida política. De ninguna manera. Hay diálogos, contactos, intercambios con funcionarios, dirigentes políticos y sociales. Conocen los datos, advierten la gravedad del momento, pero también coparticipan de la desazón y el desconcierto de tantos y tantas. Por ese motivo, entre otros, prefieren el silencio. Algunos para no comprometerse; la mayoría para preservarse ante un futuro que aparece incierto y no promete seguridades para nadie.

Desde otro lugar, lejos de responsabilidades institucionales y viviendo en medios populares, al terminar su encuentro anual en Villa Allende (Córdoba) los Curas en la Opción por los Pobres (COPP) decidieron pronunciarse mediante un texto que no elude críticas y contiene un claro posicionamiento frente al momento. Hablaron allí de “la deuda injusta e impagable contraída por el gobierno anterior y del acuerdo siempre desfavorable con el FMI del actual gobierno; de las diferentes guerras que nos invaden; y de respuestas políticas que nos parecen insuficientes”. Y sin ningún tipo de eufemismos denunciaron “que el empobrecimiento de nuestro pueblo es provocado por la injusticia: la inequidad en la distribución de los bienes, la avaricia de unos pocos y una situación internacional que concentra lo necesario para una vida digna, cada vez más en menos manos” y que “el neoliberalismo es pecado, aunque para muchos sea la esperanza (efímera esperanza que alientan muchos medios de comunicación)”. Pidieron “una profunda reforma del Poder Judicial; la libertad de Milagro Sala y de los presos y presas políticos; que la deuda la paguen los que fugaron capitales al exterior; que nuestro país vuelva a tener control de sus exportaciones y reconquiste la soberanía sobre la navegabilidad del río Paraná; que la recuperación del Lago Escondido sea un ejemplo testigo de la recuperación de nuestras tierras, hoy en manos extranjeras”.

Análisis, silencios y pronunciamientos disímiles; reclamos diferentes. La misma Iglesia, distintos rostros, actitudes y modos de respuesta frente al momento político y social. Como tantos y tantas, la Iglesia también en su laberinto.

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