“Hola, buen día, mi nombre es Victoria, soy censista”. La frase, repetida en cuarenta viviendas de un barrio porteño, replica a escala lo que pronunciaron miles de censistas en todo el país. Una performance que quedará retratada en “la gran foto grupal” que hoy protagoniza la Argentina, como refiere con humor Gonzalo, uno de los jóvenes que censan en la Ciudad de Buenos Aires. Mientras para quienes responden, la vivencia del censo quedará atada a los más diversos imaginarios.

Según el recorrido que realizó Página/12, entre censistas y habitantes de la ciudad, en este censo que resume el patrón poblacional, se implican desde la imagen de Néstor Kirchner “como estampita contra el corazón”, a las calles desoladas “como en plena cuarentena”. Los riesgos de “abrir la puerta a un desconocido” con el trasfondo de “la inseguridad”. Y la ilustración de un lápiz: el recordado logotipo del Censo ’80.

Es que la ciudad, al amanecer, deshabitada “como en plena cuarentena” recibió al transitar de los censistas. “Pocos coles cuando llegamos la escuela” recuerda Andrea, otra de las jóvenes que recorren los edificios de la calle Bulnes, entre Honduras y Gorriti, en el barrio de Palermo. La escuela donde se convocan “está en la plaza” dice. Se refiere al colegio Berón de Astrada. Desde allí salieron los responsables de tomar registro censal a los habitantes de este barrio.

En su mayoría, solo tenían que tomar el código del censo digital que les brindaban en cada vivienda. “Esto ayudó un montón. Si lo hubiéramos tenido que hacer nosotros, tardábamos todo el día”, explica Mariano quien ya al mediodía se disponía a volver a la escuela “para pasar a las planillas lo que registramos”. Saca de su bolsillo un alfajor y cuenta: “me lo dio una vecina, muy amable”. “Porque está muy bien organizado todo, pero no nos dieron vianda” agrega Andrea. Ella trajo “sanguchitos para mí y para mis compañeras”, comparte.

Hay varios grupos identificados con la pechera del censo en la cuadra. Tocan timbre. Esperan. Anotan. Muchos vecinos contestan por el portero eléctrico. Algunos bajan y les ofrecen “agua o si queremos ir al baño” cuenta Andrea. Ella se anotó como censista por una amiga “del chat de mamis del colegio”. Le pareció divertido y también “por la plata, porque es un día de trabajo” explica sobre los 6.000 pesos que les pagan por la tarea. Con la instrucción previa, realizada en forma virtual, se siente “bien capacitada”. Y está contenta porque la gente los recibe “lo más bien”. Su temor era que no quisieran responderles por miedo a un robo. “O por cuestiones políticas” señala Viviana. “Pero se entiende que el censo le puede tocar a cualquier partido político --agrega Andrea-- y se sabe que el Indec no es de ningún partido”, evalúa.

Andrea tiene 36 viviendas para censar, Mariano 40, Viviana 33. “A mí me toca un edificio y medio y ya terminé, porque tuve la dicha de que el 70 por ciento lo había hecho digital --detalla Andrea-- y tuve que llenar menos de 10 planillas”. A pocos metros Mauro registra un antiguo PH. Lleva ya una hora en el lugar. Tres viviendas no habían respondido en forma digital. En los edificios, es central la figura del encargado: “Cuando te toca un encargado buena onda es lo mejor porque te ayudan. Y lo hacen de onda porque hoy no tendrían que trabajar” explica Mariano.

“A mí me salvó el portero --coincide Vicky--, que incluso me dejó estar adentro y me consiguió el código del 3º que estaba en provincia, se lo dio por teléfono y lo pudimos censar”. Para Vicky, la preocupación era que pudieran robarles a ellos. “¿Pero qué nos van a robar? ¿La cartera? --se pregunta Andrea--, ¡si sólo tenemos comida!” dice y toca el bolso donde trae “los sanguchitos”. “Pero relaja ver a todos con pechera”, concede.

El sonido ambiente es el suave murmullo del tránsito liviano: algunos colectivos, pocos autos. Por las veredas hay vecinos que caminan despacio. La mayoría usa barbijo. Muchos llevan a sus perros “a dar la vuelta manzana” en un barrio donde todos los negocios están cerrados. “Me tocaron dos negocios” dice Gonzalo. Y un edificio “que tenía el diario en una mesita, y una vecina cuando bajó lo dio vuelta”. Se refiere a La Nación, que tituló en tapa: “El país paralizado por el censo”.

Para Gonzalo “esa vecina sería de Palermo K”, sugiere, y sonríe. “La gente tuvo re buena onda, como esa vecina que lo recordó a (Néstor) Kirchner y se emocionó”, le comenta a este diario. “A veces pasa que no te dejan entrar al edificio, a la mañana más temprano solo molestaba que hacía un poco de frío, nada más” añade. Y explica sobre dos viviendas que se negaron a contestar: “Están en su derecho, y no es mi rol evaluar las respuestas, solo tengo que poner de tales alturas --por los números catastrales de las viviendas-- no se censaron”.

Para el mediodía ya muchos censistas están en los umbrales de los edificios acomodando los papeles. “Ya casi estamos” dice María Valeria. “La mayoría está censada, pensé que iba a ser más difícil, incluso me regalaron un té, y un portero me asesoró, un amor” añade. “A mí ni bola” agrega su compañera. “Encima tuve que hacer bajar a la gente porque no funcionaba el portero eléctrico”.

“Todos contestan, todo el mundo” dice Mauro. Su percepción previa al censo era que sería sencillo “como está resultando, porque es una obligación. Y se determina por la organización económica del hogar, porque puede haber varias familias en una vivienda” explica. “En este barrio es sencillo --advierte-- porque otros compañeros van a tardar más porque les tocaron zonas de casa bajas y tienen más tiempo de recorrida”.

A Laura le tocó censar al supermercado chino de la cuadra. Ella completa las planillas de Nancy y de Ariel, que nacieron en China. “Vamos a abrir a las 8 de la noche --explica Ariel a este diario-- porque lo piden los vecinos, dos horas abrimos”. De la casa de al lado sale un matrimonio. Mónica y Armando: “Fue muy bueno, rápido y eficaz. Claras las preguntas, fácil de responder, y están muy entrenados los chicos” repasa el hombre. “Me hicieron acordar al lapicito del censo ‘80” agrega otra mujer, que ayuda con las planillas a una joven que está tratando de ordenar sus papeles. “Es la parte más difícil” dice la joven, y sonríe. “O sea que, por acá, todo bien”, concluye cómplice la vecina.