“Cuando cierro los ojos y pienso en los recuerdos que tengo, ya no sé de dónde vienen. ¿Creés que se puede recordar el futuro?”. La voz que emerge de la línea telefónica es la del asesino. Su tono y su cadencia es lo único que recuerda Kirby (Elisabeth Moss) de su brutal ataque. Desde entonces su memoria se disgrega como el hielo que se derrite y se forma de nuevo cuando baja la temperatura. Día a día Kirby anota las claves de ese nuevo mundo en el que nada va a ser como antes. Shining Girls, la nueva serie de Apple TV basada en la exitosa novela de Lauren Beukes, publicada en 2013, es menos la historia de un asesino serial que viaja en el tiempo que la del trauma que perdura en sus víctimas. Convirtiendo el efecto fantástico en un exquisito rompecabezas temporal, la creadora Silka Luisa despliega un relato intenso y perturbador que no solo tiene en el centro la escurridiza figura de un psicópata sino la esquiva realidad de una de sus víctimas, que busca los fragmentos de su propio pasado como la verdadera revelación de su posible futuro.

En 1992, Kirby es una archivista que deambula en silencio, ensimismada en la música que emerge de sus walkman, por los pasillos del Chicago Sun-Times. Su rutina consiste en juntar recortes y distribuirlos a los periodistas de la redacción, casi un mal sueño para su pasado prometedor de reportera gráfica. Pero es que hace seis años sufrió una agresión violenta mientras paseaba a su perro, hecho que le dejó una estancia de largas semanas en el hospital, cicatrices monstruosas y una creciente desorientación respecto al mundo real. Para navegar ese ese nuevo escenario, Kirby escribe en su diario los detalles de su vida cotidiana, la presencia de su madre (Amy Brenneman), de su gato Grendel, el número del departamento en el que vive. El posible alivio a ese pesar cotidiano parece provenir de un futuro viaje a la península de la Florida, donde pasará los días soleados en el sillón de su prima. Sin embargo, un crimen escalofriante se descubre en las alcantarillas de Chicago, y Kirby asiste con pavor a la misma grafía de sus heridas, ahora en el cuerpo muerto de Julia Madrigal (Karen Rodriguez), desaparecida tiempo atrás.

La premisa de Shining Girls consiste en darle una vuelta de tuerca a las narrativas de asesinos seriales. Y para ello el artilugio evidente parece ser el viaje temporal que pone al asesino en ventaja respecto a sus víctimas, un observador ubicuo capaz de anticipar sus movimientos, visitar sus moradas, alterar sus rutinas con pequeños y macabros desajustes. Sin embargo, la estrategia de la serie consiste en abordar la investigación desde la errática perspectiva de Kirby y de Dan Velazquez (Wagner Moura), un periodista alcohólico y desprestigiado que intenta develar la verdad sobre el crimen de Julia Madrigal como forma de redención. El encuentro con Kirby no es casual, no solo comparten la condición de marginados en el diario sino que naufragan en sus propios tormentos. Para Kirby las distorsiones de su mundo son persistentes, el gato que se convierte en perro, el cambio del número del departamento, la madre rockera devenida en lírica evangelista, un marido inesperado. A Dan lo persiguen los fantasmas familiares, el fracaso laboral y una pendiente autodestructiva de la que no quiere ni puede escaparse.

El caso Madrigal es entonces la punta del iceberg. Una trabajadora social asesinada tiempo atrás y depositada en las entrañas de la ciudad de Chicago. Uno de sus pacientes resulta ser el sospechoso perfecto. Pero hay algo que llama la atención de Kirby pese a su confusión cuando la policía la cita para descubrir si es el mismo agresor: no solo el cadáver presenta los mismos cortes que permiten adivinar sus propias cicatrices, sino que algo ha quedado guardado adentro del cuerpo, un pequeño objeto, un suvenir. ¿Es suficiente para establecer una conexión? ¿Cómo pueden conectarse los crímenes a lo largo de las décadas, sin testigos ni fuentes fiables, salvo la frágil memoria de la única sobreviviente? La alianza entre Kirby y Dan debe sortear los escollos de sus propios miedos pero también la presión del diario que persigue una historia atractiva detrás de los crímenes, un inesperado asesino serial que puede haber pasado desapercibido a la vista de sus incautos perseguidores. La figura de Harper Curtis (notable Jamie Bell) es una presencia sutil y ominosa en cada encuadre, una mancha letal e insignificante que tiñe de los grises de su alma y vestimenta cada nueva aparición.

La serie se afirma con soltura en la creciente intriga del espectador, que debe sortear los imperceptibles cambios de la realidad de sus narradores para seguir el agitado camino del misterio. La estrategia es menos metafórica que la de otras narrativas que han echado mano al fantástico como plataforma para declaraciones sobre la violencia y el crimen, no solo en terreno del terror racial como Lovecraft Country o Them, sino en traumas relacionados con el maltrato familiar como Muñeca rusa o la comedia británica The Baby. Shining Girls asume la ubicuidad de su asesino como algo más que la persistencia de la misoginia, la violencia de género y los crímenes rituales como ejercicio del poder machista a lo largo del tiempo; lo que subyace a su universo es la angustiosa experiencia de una realidad que siempre es vulnerable a los efectos de un trauma. “Ya nada era como antes”, dice Kirby cuando recuerda su salida del hospital. En la tragedia de aquel día no solo perdió su identidad, que tuvo que camuflar para sobrevivir, sino la confianza en su propia memoria, desviada en una bitácora que le recuerda cada día su condición de sobreviviente.

Sin dudas el trabajo de Elisabeth Moss es deudor de su paso por la piel de June en El cuento de la criada, pero aquí su expresión adquiere un sutil desconcierto en ese ajuste a los contornos de una realidad que se escurre de sus manos. La experiencia del tiempo es también un territorio incierto para los investigadores, tanto para Dan que parece encerrado en el loop de cada borrachera, deambulando herido por boliches y estaciones de subte sin saber cuándo termina la noche y comienza el día, como para Kirby cuyo mañana se diluye en un ayer teñido de recuerdos que parece no haber vivido. Ese dominio donde parece formarse la conciencia de uno mismo es donde bregan por encontrar el sentido perdido. Inquieta y elusiva, la puesta en escena es menos la del sueño en vigilia que la de un juego de feria, con sus macabros espejos distorsionados que nunca permiten ver con certeza lo que nos espera del otro lado. Allí donde se esconden sus propios miedos es donde también puede evitarse la tragedia que aguarda en el futuro.