En una entrevista a Marcelo Birmajer, organizada por estudiantes de periodismo de la Escuela de Comunicación del Grupo Perfil el 7 de mayo en el marco de una conferencia de prensa, el escritor plantea algunas líneas que nos interesa debatir para seguir pensando como construimos la memoria en este presente y hacia el futuro.

En dicho encuentro de la palabra, Birmajer expresa: La dictadura no quemó libros” y tampoco hubo “escritores desaparecidos por su escritura” “La dictadura no quemó libros, los militantes y las personas que tenían libros que la dictadura había prohibido los quemaban” .

Quisiera expresar la disidencia con esta afirmación exponiendo que la dictadura sí quemó libros, ya que el juez De la Serna, perteneciente al Departamento Judicial de La Plata, era parte de un poder del estado de facto. Dicho juez en el marco de la causa 84669/78 ordenó la quema de libros de la Editorial Centro Editor de América Latina por considerarlos subversivos.

En el mismo sentido, y frente a la aseveración del autor de que el nazismo quemó libros y que la dictadura no, podríamos indicar que se eluden dos grandes quemas públicas que se perpetraron en el país: una en La Calera, Córdoba y la otra en un baldío de Sarandí en el año 1980 por orden de un juez. Imágenes de ambas quemas forman parte del material de archivo del documental “Los libros cautivos” (2022).

“La dictadura los prohibió, pero tampoco era una prohibición totalitaria absoluta” afirma Birmajer según se lo cita en la misma nota.

Parece increíble que alguien que se dedique a las letras y a la escritura argumente de manera tan banal. ¿Qué significa para Birmajer que una prohibición instrumentada mediante decretos por un poder de facto que hizo desaparecer personas, realizara una prohibición? El escritor afirma que en este caso no se trataba de una prohibición totalitaria. Entonces ¿hay grados de prohibición? ¿Prohibiciones a medias?

Decir que la dictadura no quemó libros sino que lo hicieron personas y militantes es una atrocidad, es desconocer cómo operan los mecanismos de censura y terror en el imaginario colectivo: las personas que ocultaron, enterraron y quemaron libros lo hicieron porque la tenencia de dicho material implicaba un riesgo para la vida, como explica Judith Gociol en la entrevista realizada en el marco del film. Asimismo en “Un golpe a los libros” Gociol e Invernizzi sostienen y fundamentan que “a la desaparición de personas se corresponde el proyecto, también sistemático, de desaparición de símbolos, discursos, imágenes y tradiciones” (Invernizzi, H.; Gociol, J: (2002) “Un golpe a los libros. Represión a la cultura durante la última dictadura militar” Bs. As. Eudeba).

Indicar que la dictadura no quemó libros per sé, sino que esto lo hizo la gente o los militantes, es una burla a la inteligencia, pero, por sobre todas las cosas es un acto de negacionismo en el plano cultural que pretende justamente obliterar el hecho, aún más atroz, de que el plan completo del poder de facto que usurpó el gobierno entre 1976 y 1983 tuvo por finalidad llevar adelante una guerra en dos aspectos: en el plano material sobre las personas mediante las desapariciones, torturas y sustitución de identidades de bebés nacidos en cautiverio y, en el plano inmaterial, sobre la cultura.

Hay decretos de prohibición pergeñados y llevados a cabo en el seno de estamentos del Estado de facto que pretendían dar legalidad a instituciones enmarcadas en el gobierno ilegítimo de la dictadura, por lo tanto, son actos del gobierno de facto.

“A los militares no les importaba qué cuentos escribían los escritores prohibidos” afirmó Birmajer según la cita de Perfil.

Si no les hubiese importado lo que escribían no hubieran dispuesto oficinas completas en los Ministerios de Educación, del Interior y Defensa a investigar (con fuertes sospechas de que hubo intelectuales al servicio del estudio de dichos materiales) con el fin de detectar aquello que consideraran “preparatorio para la moral subversiva” tal como argumentan los articulados de los decretos de prohibición.

Al final de la entrevista Birmajer no duda en admitir que desconoce si hubo quema de libros. Entonces, ante este reconocimiento: ¿por qué afirma lo contrario? ¿Desconoce realmente? Los libros cautivos, desaparecidos, quemados son parte de nuestra historia, negarlos es al menos una irresponsabilidad intelectual pública que da cuenta de los imaginarios aún posibles de la censura.

* Directora de “Los libros cautivos” (2022). Documental sobre la censura a la literatura infantil durante la última dictadura cívico militar en la Argentina.