¿Qué sucede si en las páginas de una historieta uno combina Rebelión en la granja, una medida (dos, mejor) generosa de policial negro norteamericano, un oído sensible a la realidad social y una heladera descongelándose? Sucede Putrefacción, de Damián Fraticelli y Ezequiel Couselo. Y la descripción inicial puede parecer desbocada, pero hace bastante honor a la novela gráfica que supo ser mentada en un concurso, que se serializó en la revista Fierro y que recientemente recopiló Historieteca Editorial en una edición muy correcta, con prólogo y posfacio de las autoridades de la revista, y una suerte de bonus track con los bocetos y los procesos de página del dibujante.

La historia de Putrefacción transcurre en una heladera desenchufada y semiabierta. Si alguien volvió de vacaciones para encontrarse la fruta olvidada con hongos y exclamó “¡esto se volvió un ecosistema!”, va bien encaminado para entender el puntapié inicial del relato. Pero claro, donde otro hubiera hecho una historieta humorística con chistes de alimentos, acá Fraticelli se va para el lado de la novela negra norteamericana. Esa con detectives privados, femmes fatales y corrupción rampante en toda la escala social, que servía para entretener, pero sobre todo para denunciar un estado de cosas en su país. Acá, más allá de la parafernalia agroalimenticia, la dupla repite ese modelo: el protagonista es un huevón pelagatos, lo mismo que la femme fatale y el político más o menos decente al que le hicieron una cama los poderes establecidos. La corrupción está encarnada en un juez (y el cargo puede pensarse como una decisión significativa por parte de los autores) y la esperanza popular en el político que redistribuye la riqueza. Es decir, el hielo, entre los habitantes de la heladera, que si no van camino a pudrirse, derretirse y, en definitiva, echarse a perder.

Como sucede en la novela negra, el protagonista se descubre arrastrado en la trama a disgusto, por algunas sinuosidades bien vestidas, y termina desbrozando un entramado de alianzas frágiles, de deseos insatisfechos y de manotazos de ahogado de los otros personajes mientras la temperatura aumenta en la heladera que habitan (literal y narrativamente). En cierto sentido trágico, en Putrefacción cada quien traza su peor final mientras busca la salida individual.

La esperanza –si hay algo parecido a eso en esta historia– radica en un ministro que redistribuye la poca riqueza disponible en una heladera abierta (que ya es en sí mismo un modelo destinado al fracaso). Pero claro, su accionar despierta la ira del establishment, que le hace pagar viejas deudas. Si algo tienen claro los autores es que el estallido social está a la vuelta de la esquina, en cuanto no se responden a las demandas y las ilusiones populares.

En todo esto, Ezequiel Couselo acompaña con excelente pulso toda la historia. Es un camino difícil. Otra vez, un relato planteado a partir de la interacción entre frutas, verduras y otros alimentos daba para la caricatura jocosa. El dibujante consigue imprimirles dramatismo y hacer olvidar al lector que, por ejemplo, los huevos no tienen extremidades. O que ese personaje es claramente una berenjena, sí, pero también es un matón de cuidado. Para eso trabaja con un estilo gráfico de sombras y negros plenos, cortajeados por blancos que contrapuntos muy bien logrados. En Putrefacción hasta las viñetas blancas irradian oscuridad y el miedo se huele en un mundo que se pone feo. Con sus tintas queda claro que Putrefacción es, en todo sentido, una novela (gráfica) negra.