La tragedia abre heridas y muestra úlceras apenas recubiertas por un fino papel. La prosa de Augusto Roa Bastos, un trágico paraguayo que vivió casi treinta años en la Argentina, reaparece con la elegancia y la poética de los mejores escritores latinoamericanos a cien años de su nacimiento, que se cumplirán el próximo 13 de junio. No es casual que dos editoriales independientes vuelvan sobre la narrativa de Roa Bastos como lo hace Mil Botellas con Encuentro con el traidor y otros cuentos y Eterna Cadencia con la reedición de Yo el Supremo, con un prólogo de Josefina Ludmer (1939-2016), tomado de Cuadernos Hispanoamericanos. Los homenajes, congresos y encuentros para celebrar al autor de El trueno entre las hojas (1953), Hijo de hombre (1960) y El baldío (1967), entre otros libros de cuentos y novelas, se extienden de Asunción hacia el mundo. “Pensando la literatura Paraguaya en el Centenario de Roa Bastos”, que empezará hoy a las 16.30 y se extenderá hasta el viernes en la Fundación Paraguay Cultura (Maipú 464, 3° piso), son unas jornadas organizadas por Ever Román en conjunto con Mario Castells, Iván Silvero y Carla Benisz, del Grupo de Estudios Sociales sobre el Paraguay (IEALC-UBA). Participarán escritores, críticos y editores como Leonardo Oyola, Damián Cabrera, Aida Risso, Javier Viveros, Christian Kent, Giselle Caputo, Alfredo Grieco y Bavio, Humberto Bas, Nora Fiñuken y Susana Santos. “Roa, el Supremo”, organizada por la editorial platense Mil Botellas y el Centro Cultural “El Puente” (diagonal 77 N° 195, esq. 3 y 48), son también unas jornadas que se realizarán el jueves 15, el jueves 22 y el jueves 29, a las 19 horas. Durante la apertura, Mario Goloboff presentará Encuentro con el traidor y otros cuentos. La jornada siguiente estará dedicada a explorar la faceta de Roa Bastos como guionista, con el docente y licenciado en Cinematografía Carlos Vallina. Para el cierre, se proyectará la película Castigo al traidor (1966), de Manuel Antín, y habrá música y comida típica de Paraguay (ver aparte).

“Realmente nunca me sentí exiliado en la Argentina, país en que me habría gustado nacer si el Paraguay no hubiera existido. Y Buenos Aires siempre fue para mí y lo seguirá siendo hasta el fin de mis días la ciudad más hermosa del mundo, intemporal, cosmopolita y mágica. Un puro espejismo sobre el vértigo horizontal de la llanura pampeana”, reconoció Roa Bastos. “La gran docente e investigadora Nora Bouvet caracterizaba a Yo el Supremo como una novela paraguaya, porteña y sesentista –plantea Carla Benisz, ideóloga de “Pensando la literatura paraguaya en el centenario de Roa Bastos”–. Roa Bastos fue un escritor casi tan argentino como paraguayo. Como se sabe, él fue gran propulsor de escritores del interior del país que luego fueron asumidos por el canon, desde (Antonio) Di Benedetto o (Juan José) Saer hasta Tomás Eloy Martínez o Daniel Moyano. El lugar que ocupó como paraguayo en la literatura local le dio la visión para comprender la importancia de abrir puertas a estos otros escritores, que llegaban con voces distintas desde sus provincias y no tener que adoptar las formas porteñas para poder asumir un lugar de relevancia en la literatura argentina”.

El guaraní dentro del boom

Ramón Tarruella, escritor y editor de Mil Botellas, recuerda que Roa Bastos vivió entre 1947 y 1976 en la Argentina. “Llegó al país como otros tantos artistas paraguayos, algunos expulsados por el dictador (Higinio) Morínigo y otros que ya estaban de antes, también exiliados. Entre ellos, el poeta Elvio Romero, también los músicos Herminio Giménez, José Asunción Flores, Mauricio Cardozo Ocampo, que dejaron una impronta en el folklore argentino. Todos ellos parecieron cruzar la frontera para ponerles voz y melodía a la cantidad de paraguayos que deambularon y deambulan por el país, desde fines de los ‘40. Roa Bastos escribió lo mejor de su literatura en la Argentina. El mundo cosmopolita porteño es lo que le permitió combinar, en su literatura, la vanguardia de los ‘60 con la tragedia de su país, incluir al guaraní dentro del boom latinoamericano. También su estrecha relación con el cine, ya que hizo guiones de culto como Shunko o Alias Gardelito, ambas de Lautaro Murúa, como también Ya tiene comisario el pueblo de Enrique Carreras. O sus amistades con Eloy Martínez, Ernesto Sabato y Ricardo Piglia”, explica Tarruella. “Roa Bastos fue una figura importante en el Buenos Aires de los ‘50 y ‘60. Lo primero que publicó en el país fueron los cuentos El trueno entre las hojas (1953) y la novela Hijo de hombre (1960). Con la película de Armando Bo, El trueno entre las hojas de 1958, logró notoriedad, porque la película fue vista por miles de espectadores, y con Hijo de hombre, prestigio como escritor de culto. En esos primeros años, Roa Bastos osciló entre Isabel Sarli protagonizando uno de sus personajes y la complejidad narrativa que logra en su novelística. El multiplicó sus facetas, ató lazos entre los espectadores de las películas de Bo con el jurado que le otorgó el premio a mejor novela Hijo de hombre en 1960. Y eso pudo hacerlo en una ciudad como Buenos Aires”, agrega el escritor y editor platense.

El respiradero

Una parte de la literatura paraguaya se constituyó en el exilio. “Es interesante y complejo el fenómeno del exilio paraguayo en la Argentina, porque dispara preguntas no solo a los paraguayos sino también a los argentinos. Y creo que estas preguntas son más negadas por los argentinos que por los paraguayos”, advierte Mario Castells.

“Por empezar, el origen mismo de Buenos Aires y de muchas de las ciudades del litoral argentino, Santa Fe, Corrientes, está ligado a los mancebos de la tierra venidos de Asunción a refundar esta ciudad. El tránsito paraguayo no empezó en el siglo XX con el exilio de las dictaduras militares ni con los gobiernos conservadores, tampoco con los primeros gobiernos independientes. El discurso hegemónico quiso que los argentinos tomen como certero el mito de origen que los hace descendientes de los barcos y de la inmigración llegada de ultramar. Es una falacia muy enquistada en el imaginario argentino, que la presencia constante de los inmigrantes de la región cuestiona porque trae en su origen el vínculo histórico detrás”, aclara Castells, y precisa que el exilio de los escritores y músicos paraguayos hizo que Buenos Aires fuera “el respiradero para una sociedad amordazada por las tremendas vicisitudes de su historia y beneficiaria de sus dones artísticos, ya que fueron pares o maestros de grandes del arte argentino como Aníbal Troilo, que integró la banda de Herminio Giménez”. “No solo por los escritores y poetas en castellano como Roa Bastos y Elvio Romero, que son los más conocidos internacionalmente, sino también para la literatura en guaraní. El mejor ejemplo está justamente en que el mayor escritor paraguayo en esta lengua vivió toda su vida en la Argentina: Carlos Martínez Gamba. La Argentina es un microclima excepcional para los paraguayos. La comunidad paraguaya es grandísima y los paraguayos ni siquiera renuncian al guaraní. Forjan una comunidad de hablantes que cuesta mucho invisibilizar y eso también lo refleja la literatura argentina con autores jóvenes como Washington Cucurto, Leo Oyola y Oscar Fariña”, enumera Castells.

Tarruella confiesa que tiene algo personal con Paraguay. “Soy hijo de una paraguaya y me críe rodeado de la paraguayada, a pesar que viajé pocas veces a ese país. Y desde que soy editor, fue un deseo editar a Roa Bastos –revela el editor de Mil Botellas–. El combina una estética y una poética que por momentos incluye gestos de vanguardia, con la profundidad ideológica. Me refiero a esa dedicación que tiene por la historia de su Paraguay. Desde Vigilia del Almirante hasta Madame Sui, supo recorrer la tragedia de su país, el destino de un continente. La prosa de Roa Bastos es bella, cautiva, con una intención pretensiosa que no se nota, y propone un compromiso en todo sentido. Compromiso político, estético, temático, siempre eludiendo el lugar común y la demagogia”. Como editor, le resultaba difícil rescatar solo un libro de cuentos o una antología de los mejores cuentos. “El indaga la tragedia de su país, la cuestiona, la aborda tanto en sus cuentos como en sus novelas. Y si algo determinó el destino de Paraguay fueron las guerras. Todos los artistas que mencioné al principio, que llegaron a la Argentina, todos tuvieron alguna relación con la Guerra del Chaco. Como soldados, músicos o enfermeros. Por eso Roa Bastos tanto habló de las dos guerras que azotaron al Paraguay, la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y la Guerra del Chaco (1932-1935). Me pareció que podría armarse un libro con grandes cuentos sobre esas dos guerras, y sería fiel al compromiso de Roa Bastos con esa tragedia, una obsesión literaria y una obsesión ideológica”, comenta Tarruella.

La voz de este continente

“Hay algo de matar al padre con Roa Bastos. Pero la verdad es que nadie ha intentado ser un verdadero parricida”, advierte Iván Silvero. “Los ‘enemigos de Roa Bastos’ no han hecho otra cosa que pincharse y plagiarse, expresar sus enojos y quejas. No han escrito nada que indique lo contrario. Y hasta en los gestos, los recursos a los que apelan son el aferrarse a su ‘memoria totalitaria’. La cuestión de querer matar al escritor mayor es saludable en una literatura y más en una como la paraguaya, que es muy pequeña. Tener figuras de la talla de Roa Bastos es exagerado. Por suerte, hay varios escritores que escapan a su sombra. Por empezar, los escritores en lengua guaraní que pertenecen a otra serie de la literatura paraguaya, pero también jóvenes escritores que no han sido afectados por su ‘legado totalitario’. Con suerte, la literatura paraguaya dejará de lado esa operación política que esconde el odio a Roa Bastos y el infantilismo de algunos”.

Ever Román se refiere al poco conocimiento que hay sobre la literatura paraguaya posterior a Roa Bastos. “Hubo tremendos escritores en el Paraguay y es una lástima que no se los conozcan. La poesía en guaraní ha dado lo mejor de su producción. Tenemos a un poeta mayor como Miguelangel Meza que, a nuestro entender, es tan interesante como puede serlo Raúl Zurita o José Watanabe. Tuvimos el gran poema épico de la literatura paraguaya, algo tan importante como lo sería el Martín Fierro para la cultura argentina, que es el libro Ñorairo ñemombe’u gérra guasúro guare, Crónicas rimadas de la Guerra Grande, de Martínez Gamba. Tenemos a una extraordinaria poeta como Susy Delgado. Tenemos a un gran narrador como Tadeo Zarratea. En castellano, a un escritor magnífico como Joaquín Morales (Lito Pesollani). Escritores como Javier Viveros, como Damián Cabrera. La literatura paraguaya no solo ha dado Yo el Supremo, sino también La babosa de Gabriel Casaccia, el Ayvu Rapyta, Julio Correa y el teatro popular de vanguardia en guaraní que puede equipararse al de (Bertolt) Brecht en muchísimos aspectos; ha dado la poesía tangará, ha plasmado la ya mentada épica de Martínez Gamba, ha generado Kalaíto pombero la primera novela escrita en una lengua originaria de América, ha tenido textos como Mancuello y la perdiz y Arribeño del norte de Carlos Villagra Marsal”.

“La obra de Roa Bastos supera los ‘temas’ elegidos –subraya Tarruella–. Sé que una antología como Encuentro con el traidor y otros cuentos pueden aportar a esa confusión. Pero esos mismos cuentos ya muestran ciertos gestos de vanguardia. Por ejemplo, esa voz colectiva y ambigua que elige en varios de sus cuentos y aparece también en Hijo de hombre. No se sabe bien quién narra pero a la vez hay una necesidad de narrar, de contar esa historia. Por ejemplo, en el libro eso está en los cuentos ‘Moriencia’, ‘Macario’ o ‘La rebelión’. ¿Quién cuenta, quién narra? No importa, hay que narrar. A veces utiliza una primera persona plural, otras es un testigo oculto. Esa voz oculta tal vez sea el guaraní, lengua marginada hasta por parte de la sociedad paraguaya. Esa voz que se quiere ocultar y aparece, se mezcla con el español, y ambas forman parte de la narrativa de Roa Bastos. Logra una mixtura de un español clásico, refinado, con la lengua india, que también se ve en José María Arguedas o Héctor Tizón acá. O mismo en algunos cuentos de Horacio Quiroga. En esa literatura no hay glosario, todo convive, ambas lenguas forman un lenguaje literario. Y es un escritor que tiene unas novelas maravillosas, como Hijo de hombre, Yo el Supremo o Vigilia del Almirante. Y los cuentos, otras maravillas obras artesanales. Roa Bastos es la voz de este continente, propio de su época, y a la vez una prosa sinuosa a la que cuesta encontrar influencias”.