Feli Colina es una cantautora salteña que, con menos de treinta años, pasó de tocar en los subtes porteños a grabar un disco en el mítico estudio londinense Abbey Road, obra que luego fue nominada a los Premios Gardel 2020, en la categoría de “Mejor álbum conceptual”. Con una estética particular que escapa a los encasillamientos, la artista actuará esta noche a las 20 en la Usina Cultural (España y Juramento) de Salta. 

Así, arribará a su tierra natal para presentar “El valle encantado”, una placa con una fuerte impronta local que, entre sus doce canciones, combina “un corso carnavalero norteño, un carnavalito desapegado” y otras propuestas sonoras cercanas a su propia raíz. Por supuesto, el show se potenciará con su banda “Los infernales”, integrada por Manuel Figuerero, en la batería; Baltazar Oliver, en teclados, y Agustín Colina en bajo, llamativos juegos de luces, escenografía y vestuario que los fanáticos celebrarán.

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Antes de reencontrarse con el público de su provincia, en el marco de una gira que continuará por Mendoza, San Juan, San Luis, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y la CABA, la joven confiesa: “ejercer la inspiración como oficio es un camino duro pero al que le vengo ofreciendo la vida hace varias vidas porque así lo prefiero.”

-Llegarás al lugar que te vio nacer a presentar tu trabajo más reciente. ¿Ese jugar de local tiene alguna implicancia particular para vos?

-Tiene sobre todo el sabor dulce de saber que del otro lado hay mucha gente que me vio crecer. Se siente más como una celebración.

-¿Contarás en el show con músicos de la provincia, como Martín Misa, que grabó en el disco, invitados que le aporten un plus a la riqueza propia del concierto?

-En esta ocasión no, porque viajamos con toda la banda y el show es poco permeable a variantes sin ensayo, pero seguramente brindaremos después tanto con Martín como con todos los músicos amigos.

-Al revisar tu carrera, en tus tres álbumes hay diversidad, también algunos puntos de contacto. Tal vez un factor común se vincula con la búsqueda, con lo diverso. Esto es, ninguna de tus canciones es predecible, no se sabe hacia dónde vas a ir, ¿tenés una forma “random”, aleatoria, de componer o cómo describirías tu proceso creativo?

-¡Qué linda forma de verlo! La verdad que sí, hago lo que me sale como me sale, después agarro todo lo que salió, busco un hilo conductor y empiezo a armar el disco. Compongo de forma aleatoria, y luego ordeno.

(Gentileza: Intri Patron). 

-En esa heterogeneidad, trazás paisajes, planteás una manera de pensar el arte con letras de una poética particular ¿cómo aparecen las palabras de lo que querés decir, cuáles son tus lecturas, influencias o referencias en el área?

-La verdad es que no soy una gran lectora. Las letras siento que vienen de un lugar misterioso, así que me cuesta saber cuáles son esas influencias. Creo que habrá algo de poeta salteño, de nuestra forma de hablar y expresarnos. Algo de la forma católica de escribir también, algunas letras me recuerdan a formas de algunas oraciones del tipo "bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un dios se recrea en tan graciosa belleza....".

Habré leído alguna cosilla por aquí y por allá, pero repito, no soy una gran lectora y me cuesta identificar alguna influencia clara.

-En “El valle encantado” hay una evocación directa a Salta, que tiene un lugar con ese nombre ¿por qué lo elegiste para titular el material?

-La verdad es que no quería evocar al lugar mismo, me gustaba su nombre. En un ida y vuelta con Balta (Baltazar Oliver, coproductor del disco y compañero de banda) sobre cómo se llamaría el disco, recordé ese nombre y sentí que ese universo era una especie de Valle Encantado. El año pasado fui después de años de no ir y sentí más mágico que nunca su paisaje.

-En este disco mostrás cierta raíz folklórica, pero no en el sentido tradicional y además, por decirlo de algún modo, bajás el volumen o te corrés de la ferocidad de tu disco anterior para cantar desde la sutileza, desde otra intimidad ¿cómo se instalaron esos cambios, esos matices?

-Son los cambios de la vida misma, el recorrido a través de mi propia personalidad. Fue orgánico y natural, son mis procesos personales convertidos en canciones.

-¿La pandemia tuvo algún tipo de influencia en esa introspección?

-En la introspección creo que no porque soy introspectiva de nacimiento, pero sí creo que influyó en extrañar Salta y, de tanto extrañarla, revalorizar todos sus símbolos (que bien se pueden ver, reinterpretados por supuesto, en el disco)

-¿Cuáles son esos símbolos?

-Claro, durante la pandemia estaba en Buenos Aires, así que no sabía si iba a poder volver. Entonces extrañé sus paisajes, su tonada, su forma, su tacto, su gente, también su folklore, todo. Eso de extrañarla y buscarla, me hizo buscar música y textos de ahí, cosas, fotos de paisajes, imágenes de mi familia. Todo eso fue generando el imaginario de “El valle encantado”. Por eso tiene como ese tono salteño tan acentuado.

-Sobre primer corte del disco, asegurás que es “Una plegaria al cielo, una invocación a la Musa, la Diosa, la Madre, la Música. Que son todas una sola. Un pedido a la creadora para beber un traguito de su agua a cambio de todas mis vidas” ¿la música es una religión, un credo o cómo la definirías?

-En mi credo, Dios es la creación toda, la fuerza creadora. Y la música vendría a ser una especie de santa o de ángel. Una forma que te exige pureza, que te pide hacerle lugar para pasar la energía creadora a través tuyo. Yo en el disco pido ese pedacito de Dios que a uno lo atraviesa en el momento que se le ocurre una idea, en el que lo toca la musa.

-Con 'Feroza' revolucionaste la escena indie ¿creés que 'El Valle encantado generará algún tipo de movimiento en el mapa sonoro de hoy, o cuál es el mensaje que puede descifrarse a través de él?

-Lo que generará 'El valle encantado' es para mí un misterio y los invito a que lo observemos juntos. El mensaje del disco será particular para cada oyente. En mí, fue un camino de búsqueda, encuentro y celebración con mi niña creativa y con la naturaleza.