Cuando en 2005 se cumplieron 50 años de los bombardeos sobre Plaza de Mayo, Néstor Kirchner pidió perdón como presidente de los argentinos. Primero por los “nueve granaderos (que) murieron ese día, nueve chicos jóvenes, como los del '76, la misma edad, las mismas ganas de vivir, de soñar y de pensar”, dijo emocionado. Entre ellos, un granadero oriundo de Metán (Salta), Mario Benito Díaz. Tenía razón: murió a los 21 años. Cuando le tocó el servicio militar, estudiaba medicina en la Universidad Nacional de Tucumán.

Como jefe de Estado también pidió perdón por las bombas que cayeron del cielo, sobre la ciudad que no esperaba tanto espanto y crueldad. Una de ellas voló la boca de la estación Plaza de Mayo del Subte A, sobre la vereda de Avenida Hipólito Yrigoyen. Sus esquirlas terminaron con la vida del salteño Ricardo Orona, de 55 años, que por entonces trabajaba a ocho cuadras de Casa Rosada, en la Fundación Eva Perón. Hoy es la sede Paseo Colón de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Buenos Aires.

Y finalmente Néstor Kirhchner pidió perdón por el combustible que lanzaron los aviones de Cristo Vence sobre la Plaza y por las balas que escupieron las ametralladoras de la infantería de marina dirigidas a Casa Rosada. En medio de esas escenas de explosión y balacera cruzada, quedaron atrapadas Viola Sara Bun y Pilar Inés Amezua. Nacidas en Salta, amigas de siempre, maestras egresadas de la Escuela Normal, estaban en Buenos Aires desde marzo de ese año cursando materias en el Instituto de la Nutrición, cerca de la Facultad de Medicina. Tenían 28 años.

Todo es borroso fuera del círculo familiar que protege los recuerdos del ser querido que perdió su vida un jueves como hoy en la Plaza de Mayo. El olvido es un acto sistemático y deliberado, porque aún está huérfano de justicia. Después de décadas de democracia, aún gana su pulseada la tendencia que disocia hechos en la memoria colectiva nacional. En tal perspectiva, 1955 no se puede vincular con la reorganización nacional de 1976. Tampoco al estallido económico social de 2001. Mucho menos al ciclo macrista que arrancó en diciembre de 2015.

A nivel local, el calendario de efemérides aporta lo suyo. El 16 de junio, el día de los bombardeos, los salteños sólo saben que es noche de fogones en memoria de Martín Miguel de Güemes. De hecho, las únicas guerras que recuerdan son las del proceso independentista del siglo XIX. El 16 de setiembre, aniversario del golpe militar que derrocó a Perón, los salteños vuelven del feriado largo por la festividad religiosa más importante del año. Solo tienen en mente que un milagro de sus santos patronos los salvará del colapso final producto de un fuerte terremoto.

Mario Benito y los granaderos de Perón

Diego Bermudez López defendió la Casa Rosada el jueves 16 de junio de 1955. En el relato de sus vivencias, aparecen fragmentos del descenlace fatal de su compañero de armas, el salteño de 21 años. Los episodios que recordó, transcurren entre la Casa Rosada, la sede del Regimiento de Granaderos a Caballo, y el Hospital Ramos Mejía.

“Granaderos éramos alrededor de 700 efectivos. Yo revistaba en el escuadrón abastecimiento. Mario Benito estaba en otro”, relató a Salta/12 desde Concordia, Entre Ríos.,“En un momento, en la sede del Regimiento se pidieron voluntarios en grupos de a diez para tripular los vehículos semioruga que iban al combate”. La guarnición militar, custodia presidencial desde José Figueroa Alcorta (1906- 1910), se encuentra en Palermo, a casi ocho kilómetros de la Casa Rosada en línea recta.

Bermúdez López continúa. Ya alistados, salieron rumbo a Casa de Gobierno y tomaron por la Avenida Dorrego. Sobre el cruce de esa arteria con una vía de tren, “nos cruzamos con otras columnas de tanques y camiones con efectivos de diferentes escuadrones, que llevaban proyectiles y bolsas de arena para reforzar el interior”. Precisó que antes de la columna que él integraba, había salido otra con el mismo fin: proteger la Casa Rosada que se encontraba rodeada por efectivos de la marina que ametrallaban. “Allí iba Mario Benito”, contó. “Esa columna fue emboscada por los infantes y tuvimos la mayor cantidad de bajas, ocho. No murieron en ese momento”.

Como tuvo lesiones leves, días después lo enviaron al Hospital Ramos Mejía a cuidar a otro granadero. “A Mario Benito lo ví en un apartado donde cuidaban a los heridos más graves. Recuerdo que me llevó una hermana de la caridad y me dijo 'Mire, pobrecito, está muy mal, no sé si va a salir'. Realmente no estaba bien, con sangre por todos lados y con los ojos casi cerrados. Un chico que, recuerdo, tenía los ojos muy grandes”.

Otras partes de su vida aparecieron en el relato familiar que custodian hoy su única hermana viva, Emma Nelly Díaz, varias primas y sobrinas. “¿Por qué quiso ser granadero?”, preguntó la cronista durante una entrevista que las reunió en la ciudad de Salta. “Su sueño era ser granadero y custodiar a Perón, las dos cosas”. Muy jovencito participó en la Juventud Peronista de Metán. “Era el presidente”, contó Emma, que tenía 15 años cuando Mario murió. El padre de ambos, Feliciano Balbín Díaz, era senador provincial por Metán, “cuando todavía no cobraban sueldo. Él creció en medio de esos ideales”, apuntó su prima Raquel.

En 1955, a las noticias del 16 de junio y de los días posteriores, la familia Díaz las siguió a través de la radio. También, por los telegramas que llegaban a la Estación Metán.“Y por teléfono”, recordó Emma, “el único de la cuadra, número 219”. Cuando se enteraron que él pedía verlas, la hermana mayor y su madre (ambas de nombre Matilde) no dudaron en subir al tren rumbo a Buenos Aires. Recibieron la noticia por Dean Fúnes (Córdoba) en un escueto telegrama: “La Patria perdió a un soldado y una madre perdió un hijo”.

Emma Nelly sostiene la foto de su hermano, el granadero Mario Díaz. A su lado, su prima hermana, Alicia Martín. 

La familia sabe poco sobre los momentos que precipitaron el descenlace fatal de Mario. “Recibió un tiro en un riñón y nos dijeron que, en medio de la confusión con tantos heridos, lo operaron del riñón contrario”, contó su prima Raquel. Alicia, prima también, recordó en el transcurso de la charla, una versión que sostenía que Mario fue baleado mientras su grupo intentaba subir al general Perón a un helicóptero. Alejandro Covello, historiador militar (“Batallas Aéreas”), documentalista y piloto, dió otras precisiones. “El helicóptero que aparece en los videos del bombardeo, lo hace antes de la primera oleada de aviones”, explicó a Salta/12. “Aparentemente, era personal de Fuerza Aérea que le fue a advertir a Perón del bombardeo. No se lo llevaron”. El líder se había marchado al Edificio Libertador del Ejército Argentino, muy cerca de Casa de Gobierno, el día antes. “Nosotros no lo sabíamos”, contó otro testigo presencial a Salta/12: el granadero Jorge Lucero, del escuadrón Riobamba.

Blanca Pucheta, sobrina de Mario, abogada, compartió la reflexión más sentida en relación al peronismo y su tío. “El movimiento llegó a cada lugar del país. Cada persona tenía alguna experiencia con el gobierno. Quizás fue eso lo que llevó a mi tío a ser granadero para custodiar a Perón”, soltó. “Le llegaban todo tipo de cosas útiles a la gente y les cambiaba la vida. Cubrían necesidades reales de personas que vivían en un pueblo tan perdido y tan pequeño como Metán. Creo que en esa época, se percibía al movimiento peronista como un país que se construía entre todos, cada uno desde su lugar. Y el gobierno respondía. Ese sentimiento de credibilidad en la causa, no lo veo ahora”.

En Metán, a 140 kilómetros al sur de la Capital salteña, está el barrio Granadero Díaz, la plaza principal tiene placas en su memoria, un grupo de granaderos clase 1934 (como Mario) visitaron el pueblo en 2008, y el Concejo Deliberante declaró su tumba patrimonio. Sin embargo, todavía la mayoría de sus habitantes no sabe cómo murió ni los ideales que defendió. Algunos creen que se trata de un soldado que perdió la vida en una batalla que libró José de San Martín en suelo nacional.

Viola, Pilar, Ricardo y un gloster inglés

Hace cinco años, el historiador bonaerense Héctor Daniel D'Arriba inició una investigación sobre los muertos en torno a un espacio común: Plaza de Mayo. Todos los hechos ocurrieron en el siglo XX. El episodio más trágico fue el bombardeo del jueves 16 de junio de 1955. Su trabajo, que será libro y estará a la venta el año próximo, se enfoca también sobre las muertes del 18 de octubre de 1948 frente al Diario Crítica y las ocurridas el 15 de abril de 1953 en la Estación Plaza de Mayo del Subte A.

“Lo que intento”, explicó a Salta/12, “es indagar qué había detrás de cada nombre y apellido del listado de víctimas. Existía una vida, un proyecto social, cultural, familiar en desarrollo. Ese jueves 16 ocurrió un bombardeo, un ametrallamiento, y al final un avión de la tercera oleada roció con gasolina Plaza de Mayo para incinerar todo lo que el combustible tocaba”. D'Arriba cotejó nombres tras consultar diarios de la época en varias hemerotecas y revisar actas de defunción digitalizadas que resguarda el Archivo General de la Memoria (ex ESMA). Luego, gracias a las redes sociales, se contactó con familiares de las víctimas. “A todos les impactaba que un profesor los llamara y se interesara en sus relatos. Muchos se emocionaron, porque sienten que sus familiares pasaron al olvido. Es todo un tema en la historia argentina, que se repite en ciertos hechos históricos”.

Viola y Pilar, las maestras salteñas. Sus fotos fueron publicadas en el diario El Tribuno el 24 de junio de 1955. 

Al historiador le llamó particularmente la atención el caso de las maestras salteñas: Viola Sara Bun y Pilar Inés Amezua. “Intenté obtener información contactando a los directivos de la Escuela Normal de Salta. Me mandaron un mensaje 'estamos ocupados' y me dijeron que ya iban a abrir el archivo. Nunca me enviaron información”. De hecho, Salta/12 contactó personalmente al director del nivel secundario. Desconocía por completo la historia de las maestras que egresaron de allí. Lo mismo el director del nivel terciario. Pero cuando la periodista revisó entre las placas que se encuentran en las paredes de la entrada principal del establecimiento, encontró en una ellas el nombre de Néstor Bun. Él era uno de los hermanos de Viola Sara. El mediodía del bombardeo, salieron de la residencia donde se alojaban rumbo a Plaza de Mayo. Néstor trabajaba en una compañía de seguros ubicada por entonces, en la calle Bolívar y la Avenida Hipólito Yrigoyen. Buscaban un permiso escrito por su puño y letra, para que las religiosas de la residencia Santa Felicitas las dejaran salir a conocer la ciudad. Ese testimonio lo publicó Salta/12 en 2021 (https://www.pagina12.com.ar/348572-los-saltenos-olvidados-en-plaza-de-mayo).

El granadero Bermudez López, se dió cuenta en un momento de la entrevista con este medio, que él había conocido al médico amigo de otro hermano de Néstor: Renée Francisco Bun. “Estaba preocupado porque su amigo buscaba a su hermana y una amiga. Las encontró horas más tarde en la morgue del Hospital Argerich”, contó. Una ráfaga de metralla de la marina terminó con sus vidas “cuando subían alegremente las escaleras del subte (el A en Plaza de Mayo), ignorando que agazapada, las esperaba la muerte”, relató leyendo un fragmento de lo que escribió hace unos años.

El profesor D'Arriba encontró otras dificultades cuando buscó una imagen de las lápidas donde yacen las maestras. Ellas están en el Cementerio de la Santa Cruz de Salta, en el Panteón de Maestras Católicas. No logró respuesta de la administración hasta varios meses después. Tampoco al solicitar los libros de inhumaciones del Panteón. Con sorpresa, una empleada le explicó que dependían de la iglesia local. Al final un empleado decidió copiar y enviarle los datos, mientras otra empleada, movilizada por el olvido, bajó al subsuelo y sacó las fotografías que el historiador precisaba para completar su libro.

En la Escuela Normal de Salta es probable que los archivos que guardaban alguna información extra sobre Viola y Pilar hayan desaparecido hace unos cinco años. Fue la explicación que recibió Salta/12 de parte de una bibliotecaria de esa institución. El relato periodístico del diario peronista de la época (El Tribuno hasta setiembre de 1955) cita que autoridades del Ministerio de Educación de la provincia, de la Agremiación Docente Provincial (ADP) y de la Escuela Juan Bautista Alberdi participaron del cortejo fúnebre. Este medio consultó en la cartera educativa si algún establecimiento lleva hoy sus nombres. Silencio. También consultó a la ADP sobre una placa que las recuerde. Silencio. Una directora del turno tarde de la Escuela Alberdi de Salta se tomó la molestia de chequear entre las placas que agrupa una pared de la institución. Ninguna inmortaliza sus nombres ni las circunstancias en las que murieron.

La mención a la Fundación Eva Perón fue la más sorpresiva entre los trágicos descenlaces. Existió una cuarta víctima salteña. Su nombre, Ricardo Orona, apareció en un proyecto de resolución que presentó el diputado nacional Jorge Vilariño en 2008. Salta/12 contactó a su sobrino, José Orona, un domingo por la mañana. “Mi tío murió en la Estación Plaza de Mayo del Subte A. Es todo lo que sabemos. No tuvo hijos y su mujer murió. Mi padre trabajaba en YPF, en Campamento Vespucio. Yo tenía unos siete años. Cuando se enteró de su muerte, viajó hasta Salta capital en cochemotor (tren) y en avión llegó a Buenos Aires. Allá lo enterraron”, explicó sincero desde un barrio de la ciudad de Salta.

Osvaldo Manuel Rosito, el piloto que voló el Gloster Meteor de Salta el 16 de junio de 1955.

Las capas de olvido cubren también al avión del Monumento 20 de Febrero. Ese Gloster Meteor inglés voló durante el bombardeo sobre Plaza de Mayo, defendiendo al gobierno constitucional de Perón. Su piloto, Osvaldo Manuel Rosito, aparece en un documental que Alejandro Covello estrenó el año pasado (“Piloto de Caza”). Pero evidentemente la pieza audiovisual no circuló lo suficiente. Un grupo de docentes de la Escuela Bernardino Rivadavia desconocían su historia, a pesar de que lo miran a diario al salir del establecimiento. La verdad, no hay una placa o un monolito a su lado, que informe que ese aparato voló un jueves de junio de 1955 leal al gobierno de Perón. Además, lo hizo dos veces. En setiembre de 1955, durante el golpe final al gobierno, lo voló Valentín Biró, padre del actual secretario general de Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas.

Un día como hoy, Perón esperaba al pueblo en Plaza de Mayo. Era su respuesta a los sucesivos enfrentamientos con la derecha católica. Anunció además un espectáculo aéreo. Nadie imaginó jamás semejante matanza organizada por la aviación y la marina sobre una ciudad abierta e indefensa. Cuando el pueblo peronista creyó que Perón había muerto consecuencia de las primeras bombas, salió a la calle. Fue entonces cuando los aviones, en vez de escupir bombas de demolición, cambiaron a bombas fragmentarias. Allí murieron Mario el granadero, Pilar y Viola las maestras, y Ricardo el trabajador de Eva. ¿Por qué el Estado salteño todavía se resiste a construir puentes de memoria entre generaciones? ¿Hasta cuándo permanecerán, huérfanas de justicia, las víctimas de los bombardeos sobre Plaza de Mayo?