Lasciate ogni speranza voi ch’entrate reza la admonición situada por el Dante en el frontispicio del infierno. Según el relato de Onetti, eso tan temido avanza larvado e insidioso con la perfidia de una mujer capaz de matar incluso a distancia, por vía epistolar. El invierno tan temido es la frialdad, el desamor y, por último, la muerte. “Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”, así escribía Joyce el final de Michael Furey mientras “nevaba en toda Irlanda”.

Siberia y la guerra, el sueño de los ojos mirantes --crédito a Macedonio- -desde el árbol en la ventana, fijeza pasmosa, concupiscencia silente, activa pasividad caliente de dejarse mirar mirando por la imagen invernal: el sueño del hombre de los lobos.

Como posiciones de una “dialéctica” que no accede nunca a la negación, el contraste entre lo frío y lo caliente plantea una vacilación inmanente que no se resuelve. Se trata más bien de posiciones que encuentran su inconsistencia desde dentro, en la inmanencia, sin ser negadas desde fuera.

Por otra parte, la exterioridad de la naturaleza bajo el ropaje del invierno colabora con la puesta en escena de la invocación final. Seguramente por ello abundan las referencias que aluden al otoño como proximidad inminente del fin.

El punto álgido

Muchas veces un oxímoron resulta una figura privilegiada para expresar la complejidad de un momento del análisis. Por eso mismo, expresiones tales como “candente frialdad”, “apacible hostilidad”, “indiferencia hipersensible” o “luminosa oscuridad” pueden ser apropiadas para caracterizar la complejidad humana puesta de manifiesto en algunas vicisitudes de la transferencia.

Lo frío y lo caliente, opuestos aparentes, sin embargo, como probablemente suceda con todos los pares de contrarios, cohabitan en el acmé de la fiebre y en la sexualidad sofocada, como coagulada --o petrificada-- del sueño de los lobos.

En el relato de Onetti, el infierno candente es la pérdida de las coordenadas que mantenían la realidad en su lugar. Ella, Gracia, parece enloquecer cuando él la abandona; destruye entonces su dignidad con la transgresión de la convención social dando a ver imágenes de la vida privada que se supone debían permanecer ocultas. Dicho de otra manera, es la obscenidad su modo de caer en el infortunio de la desesperación.

Él, Risso, tolera mal la obscenidad de ella, hasta un punto insoportable: su hija y la abuela de la niña reciben las fotos de Gracia manteniendo relaciones sexuales con otro hombre. Risso vive eso como un desastre irreparable y una vergüenza infinita ante su hija y la abuela. El suicidio da cuenta, en su caso, de la falta de interés en una vida arruinada por la mostración de aquello que debía permanecer a la sombra de un piadoso manto de Noé.

En este brevísimo comentario del genial cuento de Onetti, creo detectar al menos dos fuentes de frío polar: por un lado, el desamor, que Gracia recubre con una locura compensatoria; por el otro, la vergüenza ante un daño irreparable, que Risso puede tratar solo por medio del suicidio (¿reparatorio?).

El infierno sin sentido

Gracia y Risso suponen un denominador común en una especie de lógica que podríamos inferir: el desarmado de la realidad que hace tambalear el sentido, cuya pérdida resulta insoportable. Esta situación, como muestra con maestría Onetti, puede llevar a la locura y al suicidio.

El punto álgido del relato, sin embargo, no es la desesperación que sigue a la insatisfacción de ella luego de la incomprensión y el abandono de Risso, ni la respuesta extrema de él luego de que sus límites de honorabilidad y pudor fueran vulnerados por las fotos calientes que ella le enviaba a él, también a su hija y a la abuela.

El punto central del relato, me parece, es la pérdida de sentido cuyo efecto es soltar amarras con la vida. La aparición del sinsentido da vueltas la escena, la pone patas arriba y enloquece la realidad, sus determinaciones; finalmente, obliga a lo peor. Lejos de la incitación del deseo, la coerción del superyó arruina toda posibilidad y cierra los caminos sobre una única solución ineludible y, en este caso, final.

Pasar el invierno

Algunas veces hay palabras que en sí mismas guardan el secreto de un oxímoron adormecido. “Álgido” es una de ellas. De hecho, significa “gélido, muy frío” y, caprichosamente, el uso ha hecho de ella una palabra caliente, casi como el punto candente de un discurso, una disputa o una situación cualquiera caracterizada por cierto grado de tensión.

Llevado al plano de los discursos políticos, en nuestro medio resuena la lamentable frase de aquel ideólogo de la peor derecha que lxs argentinxs hemos tenido que soportar. Me refiero a Álvaro Alsogaray y su patético discurso de 1959 durante el gobierno de Frondizi: “Hay que pasar el invierno” era, entonces, la fórmula dicha en el mismo párrafo que esta otra: “es muy difícil que este mes puedan pagarse a tiempo los sueldos de la administración pública”.

En nuestro país, el infierno tan temido es también la pérdida de sentido nacional y ciudadano. ¿Para qué trabajamos? ¿Para qué vivimos? ¿Siempre igual? ¡¿Otra vez sopa?!

Por eso, este invierno frío, antes que la pérdida del sentido diría que nuestro infierno tan temido es la caída de las ilusiones que nos permiten mantenernos en pie, levantarnos cada mañana y hacer nuestras cosas creyendo que hacemos algo que vale la pena. Ya sea en lo individual, en lo familiar o en lo social. Es decir en lo político.

Mi reflexión final aquí --aunque provisoria-- es la siguiente: el punto álgido --acmé condensada de calor y frío-- de una situación embarazosa suele ser correlativo de la puesta en jaque de los sentidos cotidianos que nos mantienen con vida. Según Macedonio, la Muerte con “M” mayúscula es “Olvido en ojos mirantes”. Una mirada que nos ve desnudos de los sentidos que creemos que somos, con los que nos anudamos a la vida, nos mata.

El psicoanálisis, en cambio, se sirve del sinsentido para delimitar puntos específicos fuera de sentido. La relevancia clínica de esta diferencia conceptual es tal que la admonición dantesca que citaba al inicio deberíamos reservarla para aquellos que entran en la catacumba-consultorio de alguien que la desconoce.

Martín Alomo es psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación.