En el Bafici del 2013 fui con algunos amigos a ver Los Ilusos, la segunda película de Jonás Trueba. En esa época, vivía en una casa en Parque Chacabuco con Tomi y Juan. Juan estaba presentando un corto en el festival, se llamaba Yo y Maru 2012, y me había dado una acreditación, así que todos los días íbamos a ver películas y participábamos de las charlas y fiestas. Yo estaba cursando mis últimas materias de la carrera de Imagen y Sonido. Antes de entrar al cine, cargamos algunas botellas vacías de plástico con vino y las pusimos en los bolsillos de los camperones que teníamos puestos. Hacía frío y entrar vino al cine era un clásico. Lo sigue siendo.

La primer escena de la película es un cumpleaños, los personajes juegan a un juego parecido al ladrón, los primeros planos en blanco y negro se suceden como algunas declaraciones sueltas, típicas de una reunión de amigos. Soplan las velas y luego se van a un bar para terminar muy borrachos caminando al amanecer por una ciudad que aún no despierta.

La voz en off del director irrumpe "y ahora voy a grabar un ambiente del cielo de Madrid" y un vidrio con el título de la película escrito con letras negras, se interpone entre el lente de la cámara 16mm y los tejados de la ciudad.

Durante la carrera, cada vez que empezábamos un proyecto nuevo, los docentes nos hacían una pregunta, "¿tenés algo para decir?." Esto se volvía algo más o menos obligatorio a la hora de hacer cualquier cosa y digo más o menos porque de alguna manera para responder nos obligaba en muchos casos a mentir. Repetir una mentira tantas veces hasta quedar preso de ella y así armar un guión, una trama e inventarle un final que clausure de alguna manera el sentido. Que arroje al mundo una opinión, una toma de partido, una certeza.

Los personajes de los ilusos (de ahora en más los ilusos) siguen encontrándose a la salida del cine, como nosotros, y en bares y deambulan por las calles y conversan y generan recuerdos para futuras películas. Y, casi sin darnos cuenta, la historia del cine se hace presente delante nuestro. Una película que no sabe que lo es, se piensa a sí misma, y piensa su historia, los formatos (Vhs, Dvds, celuloide), piensa el paso del tiempo y piensa en una generación a la que le cuesta encontrar sus banderas porque los ilusos dan vueltas y se acompañan y pierden el tiempo y se juntan a escuchar canciones, a ver películas y buscan y se mueven y están incómodos y muchas veces, sin encontrar nada que los represente, se refugian quizás en lo único valioso que tienen además del tiempo, la amistad.

Esa noche, mientras caminábamos de regreso a casa, con Juan y Damián muertos de frío, tratábamos de poner torpemente en palabras lo que nos había pasado con la película, es que casi que no podíamos decir de qué se trataba. Y fue entonces que algo dentro nuestro se movió para siempre, algo pequeño, algo que le hizo espacio a una idea muy simple pero poderosa. Podíamos hacer cine con amigos, una película puede ser una pregunta, un deambular, una aventura. ¿Tenés algo para decir? se convirtió en ¿Tenés algo por descubrir? 

El 2011 y el 12 fueron años convulsionados para una España en crisis, con muchas protestas protagonizadas por personas como los protagonistas de esta película. Jóvenes que como los ilusos no veían un futuro posible.

León le dice a Sofía: "Antes, ellos pensaban que todo iba para mejor y, ahora, nosotros pensamos que todo va para peor."

Sin embargo, en Los ilusos no hay una escena que cuente estas movilizaciones populares ni los reclamos de la gente, que como a los ilusos el sueldo no les alcanza, que les duele o padecen la desigualdad y no ven que algo vaya a cambiar en el futuro. Pero es en su forma (si es que esto existe) que la película de Trueba le discute a un relato que se impone unívoco y demoledor. Resistir la fórmula, hacer una película sin guión, sin financiación, sin distribuidores, salir a buscar(se), salir a buscar(la), mirar al mundo como si no lo conociéramos, discutirlo todo y también dejarse asombrar - esa impresión que pareciera olvidamos hace mucho tiempo- Disputarle a un mundo que se reproduce a sí mismo (parece) de manera inevitable, en el que las cosas son como son porque en realidad no pueden ser de otra manera.

En ese contexto animarse a mirar (lo) diferente, a representar el tiempo y el espacio de una manera distinta, sin la pretensión de estar descubriendo el agua caliente, sino por el contrario entendiendo y dejando de manifiesto que somos enanos en los hombros de gigantes, (¿enanos suicidas?). Homenajeando cada pequeña rebeldía formal en la historia del cine. Parece un acto, o mejor dicho, me parece un acto de resistencia salvaje.

La última escena del film abre con una cámara en mano desfachatada y desprolija -- como no la habíamos visto antes-- encuadrando a unos niños (que tampoco habíamos visto antes) de no más de tres años en un departamento jugando y destruyendo unas películas en vhs. Los ilusos del futuro quizás, jugando/destruyendo como los ilusos del presente, o de ese presente, las películas del pasado, con la esperanza de encontrar alguna pista que haga sentido en el presente para poder cambiar algo del futuro.

Y entonces, con la naturalidad con que las hojas caen de los árboles en otoño, la pantalla se tiñe de negro, aparecen los créditos y la película termina.

Ya en casa medio manijas buscando algo en el fondo de la heladera, sin querer despertar a Tomi que dormía, escuchando bajito “Año nuevo y todo sigue tan viejo” de 3Pecados, mirando apoyado en la ventana los tres tristes autos que pasaban por Avenida Directorio, agradecí haber visto Los ilusos y pensé "ojalá que algo de ella se me haya pegado para siempre."

Máximo Ciambella estudió Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. Dirigió Amancay (2022) que tuvo su estreno en el 23° Bafici y recibió el premio mayor de la Competencia Argentina. Ademas es co-director del El árbol negro (2018) que estrenó en el 33° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata resultando ganadora de tres premios de la Competencia, incluido Mejor Largometraje Argentino. Actualmente está terminando junto a Damián Coluccio su próxima película, sin título por el momento, pero que tiene un profeta, naves espaciales, un templo y verdulerías.