La apasionante lectura de Invierno sueco me llevó a pensar las referencias de Lacan al texto cartesiano. El libro de Wiszniewer es muy novedoso en su manera de abordar la filosofía, porque articula ficción con hechos concretos de la vida de Descartes; el pensador francés “narra” en Invierno sueco su propia historia en primera persona, invitando al lector a participar del viaje.

En conversaciones personales, el autor me ha comentado sobre los numerosos periplos que atravesó para “mimetizarse” con los escenarios de la vida de Descartes, y para zambullirse no solo en la cabeza del filósofo, sino también en la vida cotidiana y en los acontecimientos que marcaron la primera mitad del siglo XVII. De acuerdo a lo que pude saber, el disparador de su largo proceso de investigación y escritura se le presentó (mientras estudiaba la grave crisis escéptica de finales del siglo XVI) al vislumbrar cómo Descartes fue capaz de llevar aquel escepticismo abisal hasta las últimas consecuencias, para encontrar allí el fundamento para poder superarlo con éxito. Wiszniewer considera que Descartes vivió la culminación de un derrumbe: el del relato medieval (fundamentado en la autoridad de la Iglesia como criterio de verdad) que se había venido dando desde principios del siglo XIV. En este sentido, aparece allí la pregunta sobre si nuestro mundo contemporáneo, luego de las caídas sucesivas del Muro de Berlín y de las Torres Gemelas, estaría experimentando una crisis de sentido similar a la que afrontó Descartes. El pensador francés se ubicaría entonces en el momento fundacional de un ciclo histórico a cuyo desenlace hoy nos toca asistir, y nuestro nuevo cambio de época --he aquí una de las hipótesis más audaces que he podido conversar con Wiszniewer-- presenta al psicoanálisis como un heredero privilegiado de las indagaciones cartesianas.

Muerte y búsqueda del Padre

Siempre de acuerdo a mis lecturas del libro y a las charlas posteriores con su autor, habría dos “muertes del padre” que se articulan en Descartes: la “muerte del Papa” (con que podríamos nominar el proceso histórico precedente a la aparición del filósofo), y la “muerte del padre” en el plano personal, que se produce como un corte necesario en diferentes instancias: la decepción con los saberes adquiridos en las escuelas jesuíticas a las que fue enviado, la actitud expulsiva del padre hacia él (que transmite expresamente su “desilusión” por las aspiraciones del hijo contrarias a la tradición familiar), y la consecuente decisión radical del joven rebelde de abandonar tanto “el mundo de las letras” como la propia tierra natal, para lanzarse a la “búsqueda de la verdad” (primero en los viajes por la conflictiva Europa de su tiempo, y luego, tras protagonizar una serie de sueños cruciales, en la indagación sobre sí mismo). Descartes intenta jugarse con algo que tiene que ver con el orden de su deseo, y rompe así con los caminos prescritos; pero si bien huye de lo que el padre tenía pensado para él, no deja de buscar un padre, ni la construcción de un Nombre del Padre (¿habrá atravesado el autor de la novela una búsqueda similar, durante sus indagaciones y escrituras?).

Hay un pasaje de las Meditaciones Metafísicas (citado en Invierno sueco) donde queda muy claro el camino cartesiano: “He advertido hace muchos años --dice Descartes-- cuántas cosas falsas había aceptado como verdaderas desde mi infancia", y de inmediato: “por una vez en la vida, todas esas verdades deben ser subvertidas para empezar de nuevo desde los primeros fundamentos, si deseo establecer alguna vez algo firme y permanente”. ¿Cómo se podría saber, cómo discernir lo verdadero y lo falso? Descartes encuentra un solo modo: vaciar el espíritu completamente. El cogito solo puede surgir como residuo de esta operación de vaciamiento.

La novela logra hacer palpitar este camino.

Leemos cómo Descartes se lanza a leer “el Libro del Mundo”, texto que le permite abandonar lo conocido para poder encontrarse consigo mismo, encuadrando con aquello que el psicoanálisis propone como “la necesaria salida de la endogamia”, para poder empezar a conocer el “afuera”. Es lo que el propio Wiszniewer asocia con la expresión bíblica “Lej lejá” (“Haz tu camino”), que da título a una de las seis partes de su obra.

El Seminario XI es el primero que imparte Lacan después de haber sido “excomulgado” por la Institución Psicoanalítica oficial. La primera clase de este curso se denomina, precisamente, “La excomunión”, y allí Lacan se refiere varias veces a Descartes, a su vagabundeo, a su exilio. 

Las notorias convergencias entre ambos pensadores franceses fueron intuidas pero ignoradas por Wiszniewer durante gran parte de su trabajo de escritura, por lo cual resultó grande su satisfacción, según su relato, cuando pudo confirmarlas a posteriori. Se observa allí un interesante trabajo inconsciente, inducido seguramente por el curso de su propio análisis, mientras avanzaba con el proyecto.

Por otra parte --y esto refuerza la convergencia con la recepción lacaniana del legado cartesiano--, el autor de Invierno sueco señala como que es producto de una confusión generalizada el que se atribuya a Descartes ser un “padre del racionalismo” que --según se dice-- puso al “pensar” por encima de todo lo demás. El problema es que el “pienso” del cogito cartesiano no habla de un “pensar racional” sino, como el propio Descartes aclara en sus Principios de filosofía, del acto de captar todo aquello que la conciencia percibe (en tanto sentir, dudar, querer, etc.). Y entonces el famoso Cogito ergo sum significa, “simplemente”, que “no puede ser que yo no exista mientras me están pasando estas dudas por la cabeza”: conclusión intuitiva, no racional, que como referí más arriba, constituye la certeza esencial que le permite salir del abismo escéptico.

Descartes, con su res cogitans, nos presenta así un sujeto que, a diferencia de lo sostenido por la psicología tradicional, no existe como una suma de percepciones, representaciones y cualidades diversas, sino como punto, simple y evanescente, que aparece --así lo dice Lacan-- en el acto de pensar, en tanto sujeto vaciado de ser, solo significante. Pero en el sujeto cartesiano, pensamiento y conciencia se superponen.Y aquí es donde puedo plantear quizás un matiz desde el psicoanálisis: la división subjetiva queda elidida. La división entre enunciado y enunciación se pierde, ya que el “yo”, como dice Lacan, es tomado siempre en el mismo plano. No es el mismo yo el que piensa, que el que dice “yo pienso”. Pero por otro lado, este punto es el que le permitió a Lacan ubicar la importancia de Descartes para el psicoanálisis.

Para la libertad

La “búsqueda de la libertad” que nos legó René Descartes tiene que ver con una ruptura respecto de lo heredado, con un poder salir de la metonímica y alienante repetición de los saberes establecidos por una época en crisis. Es una libertad que asume, por lo tanto, el precio de una pérdida. “Una libertad del desierto”, como gusta sentenciar Wiszniewer, para encontrar en el afuera, en tanto sujeto dividido, el frágil pero certero fundamento que abrirá las puertas de un nuevo mundo. Una libertad que es la que el psicoanálisis puede aportarle al sujeto cuando, en el marco del trabajo analítico, es capaz de encontrarse con su falta para re-constituirse a través de ella.

Nada tiene que ver con la “libertad” que analiza Lacan en el Seminario III, y que predican en nuestros días los defensores a ultranza del discurso capitalista: promesa trágica de una completud ilusoria sin falta, sin renuncia, sin pérdida, sin castración.

Si Lacan llegó a señalar que “el procedimiento de Freud es cartesiano”, es porque ambas enseñanzas, la de Descartes y la del psicoanálisis, nos convocan a explorar un mismo tipo de libertad, posible y humana.

Marisa Plástina es psicoanalista (EFA).