Grandes simuladores

Todo empezó con una tarea para el colegio: Valentina, de 7 años, le pidió una mano a su papá, el fotógrafo mallorquín Biel Grimalt, porque tenía que recrear alguna obra de arte famosa para la escuela. Eligieron La inmaculada concepción de los venerables, de Bartolomé Esteban Murillo, y clavaron la réplica, ayudados –eso sí– por un montón de peluches. Aún más: quedaron tan entusiasmados con la imagen que quisieron continuar. Así, valiéndose de juguetes -y de los dotes interpretativos de la niña, dicho sea de paso- ya han reproducido La lechera, de Johannes Vermeer; el inquietante Saturno devorando a su hijo, de Goya; La dama del unicornio, de Rafael Sanzio; y algún otro cuadro más. Biel compartió en Twitter e Instagram esas fotografías, y el boom no se hizo esperar. Además de miles y miles de likes y retuits, los mensajes a Grimalt y su párvula no paran de llegar; algunos felicitando a padre e hija –tal el caso del actor Santiago “Torrente” Segura–, otros sugiriendo próximos cuadros que podrían emular. Sin olvidar a quienes han compartido fotos de sus propios pimpollos jugando el mismo juego de recrear cuadros famosos; aunque –todo sea dicho– con resultados menos cuidados, menos espectaculares que los obtenidos por el ingenioso Grimalt y su pequeña compinche, que –vale mencionar– han sido noticia en la tevé y la prensa ibéricas por su entrañable proyecto. Lo cierto es que, frente al vitoreo popular, el dúo adelantó que está barajando nuevas alternativas para seguir la propuesta. “Tenemos varias obras más pensadas. Es maravilloso hacer esto con mi hija. Se mete en su papel y lo borda. Una crack Valentina”, escribió el español en redes tras compartir la que –hasta ahora– es la última colaboración que han hecho: una versión muy propia, rematadamente adorable, del Triple autorretrato de Norman Rockwell.

Criaturas melómanas

En general hay consenso científico sobre cuán inteligentes son los delfines, que han demostrar aprender rápido, ser empáticos, resolutivos… Una investigación reciente, publicada en la revista Applied Animal Behavior Science, confirmaría otro atributo de esta especie: ser amante de la música, especialmente de las composiciones clásicas, que mejorarían el comportamiento de este animal acuático. ¡Tiemblan cetáceos indisciplinados, rebeldes sin causa que terminarían mansos y subyugados por las bellas melodías de Beethoven y Bach! Investigadores de la Universidad de Padua, en Italia, así lo aseguran a partir de su experimento: instalaron un altavoz subacuático en la ciudad costera Riccione, atentos a ver cómo se comportaban ocho delfines tras escuchar 20 minutos al día de musiquita seleccionada, durante varias sesiones. En pos de contraste, otros días musicalizaron la jornada con sonido de lluvia (a modo de estímulo auditivo), les dieron juguetes flotantes (para sociabilizar) o les mostraron pasajes naturales en pantallas sumergidas (estímulo visual); pero solo la música tuvo un efecto positivo duradero en las preciosas criaturas nadadoras. Que tras oír, por ejemplo, Casi una fantasía, del citado Beethoven, o Preludio en do mayor BWV 846, del mentado Bach, empezaron a mostrar más interés por otros delfines, se tocaban más suavemente, nadaban en sincronía durante más tiempo. “Puede ser que, al igual que bailar en una fiesta hace que las personas nos sintamos bien y nos vinculemos mejor con los demás, al sincronizar con el ritmo los delfines estén contentos y conecten con sus compañeros y compañeras”, ofrece quien lideró el estudio, Cécile Guérineau. Por cierto: se impone decir que el equipo humano no se rompió demasiado el bocho pensando qué set de temas usar; apeló a clásicos reconocibles, populares, como El carnaval de los animales, de Saint-Saëns; La mañana, de Edvard Grieg; o Reflejos en el agua, de Claude Debussy.

Arte recuperado

“El robo de obras maestras originales nos quita nuestra herencia cultural”, señaló alguna vez el joven crítico de arte inglés Alastair Sooke, y es la frase que toma la compañía tecnológica brasilera Compass Uol para lanzar su flamante museo digital, casi un servicio a la comunidad en tanto la reencuentra con piezas que llevan años perdidas por haber sido, ajá, afanadas. El nombre de la iniciativa no deja mucho espacio para dudas: The Stolen Art Gallery tiene la particularidad de exhibir cuadros robados. Y no de autores menores, dicho sea de paso, sino de pintores como Caravaggio, Vincent van Gogh, Rembrandt, Édouard Manet y Paul Cézanne. Aunque la galería puede “visitarse” en forma gratuita nomás bajar la aplicación, que está disponible tanto para usuarios de iOS como de Android, desde la firma tech aclaran que “la experiencia es tanto mejor con gafas de realidad virtual de Meta Quest 2”. Cuenta Alexis Rockenbach, director y cofundador de Compass Uol, que la idea original era recrear un entorno típico de museo, parecido a la variante analógica, pero que al final se abandonó esa propuesta y se decantó por “un enfoque más minimalista en el que las pinturas flotaran en un espacio oscuro, permitiendo que los cuadros, y solo los cuadros, estuviesen en el centro de la escena, dejando que así visitantes disfruten de la belleza de estas piezas ‘perdidas’ sin ninguna distracción”. “Si bien nada supera la maravilla de estar frente a frente con obras originales, visto y considerando que estos cuadros son inaccesibles por haber sido sustraídos, no hay mejor opción que esta experiencia inmersiva”, le tira flores cierta crítica a The Stolen Art Gallery, que asimismo ofrece visitas guiadas y la opción de abrir sesión en simultáneo con amistades y familia. Por lo demás, la app invita a que los espectadores se acerquen cuanto quieran a las pinturas, sin que una multitud de turistas o niños escolares se interpongan en el camino.

Por un quítame esa niebla

La Torre de Hércules es el faro romano más antiguo del mundo en activo, de una altura que supera los 50 metros, levantado en el siglo I d.C. para facilitar el tránsito de embarcaciones que surcaban las peligrosas aguas del Golfo Ártabro. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco hace poco más de una década, esta maravilla de La Coruña, en Galicia, ha soportado las inclemencias del clima y del hombre durante siglos, y permanece de pie, imponente, aún cuando tenga otra fachada a la original (dada en el siglo XVIII a través de trabajos de saneamiento, de restauración). Parada obligatoria para turistas, todavía suena la leyenda que reza que: Hércules arribó en navío a las costas que hoy día rodean la Torre y fue justamente allí donde enterró la cabeza del gigante Gerión tras vencerle en combate. Mitología aparte, la torre-faro romana es digna de observar y recorrer, aunque no todo el mundo salga del todo satisfecho de la visita. Ese fue el caso de la persona detrás de una reseña que se ha viralizado en un periquete: un tal Javichu Baelish que compartió su parecer en Google, tildando como “vergüenza de sitio” al emblemático monumento. Una opinión que, como mínimo, ha sido calificada como surrealista dada la absurdez de su planteo. “Una vergüenza de sitio. Hacía un día buenísimo en toda la ciudad excepto en el faro donde no se veía a más de 20 metros por la niebla. Una desilusión total. No sé quién se encarga de eso pero deberían solucionarlo de inmediato”, el comentario del susodicho, indignadísimo por el “defecto” de… la niebla. De las 5 estrellas, solo ha puntuado con 1 a la histórica Torre de Hércules; así de contundente el enojado señor porque ningún empleado se ocupase de arreglar el clima. Su queja fue divisada y publicada primeramente por la cuenta de Twitter Fodechinchos en Galiza, que recoge con humor los clamores más ridículos que hacen los turistas que visitan la comunidad gallega en webs como Google o Tripadvisor, famosa por sus valoraciones de restaurantes, hoteles, etcétera. Ha sido compartirla y volverse viral entre usuarios que, descacharrados, han escrito en la red del pajarito: “¿Esto es de coña?”, o bien “Mira que no quitar la niebla”. Otros, mientras tanto, no se han sorprendido en lo más mínimo; alguien, por caso, contó: “Yo trabajé en la recepción de un boutique hotel rural y la gente protestaba porque las campanadas del pueblo sonaban o porque el patio central tenía una fuerte ‘demasiado ruidosa’”. El pelo al huevo, en fin.