Los cuentos de Pablo Colacrai se instalan con pleno derecho en los terrenos que deja vacíos la ausencia de ritos de pasaje. Una vez allí, los exploran con intensa precisión hasta encontrar el instante exacto en que un sujeto cambia. Once variaciones sobre este tema se despliegan con sutileza y contundencia en su segundo libro, Nadie es tan fuerte, publicado este año en Buenos Aires por Modesto Rimba.

Pablo Colacrai (Noetinger, Córdoba, 1977) vive en Rosario, donde se licenció en Comunicación Social y cursó el taller literario de Alma Maritano. Con Río Ancho Ediciones publicó un sólido primer libro, La noche en plena tarde (2012). Allí también indagaba epifanías mínimas, también en once cuentos. El título del segundo es su respuesta a una pregunta retórica: "¿Qué hombre es lo bastante fuerte para rechazar la posibilidad de la esperanza?". Intentar responderla por la negativa es lo que hacen, tímidos y sensibles, los personajes de esta nueva serie.

La lista de esperanzados desesperados incluye a una pareja que aguarda su primer hijo ("Anidar"); a los seres del entorno ignorados por un egocéntrico aprendiz de escritor ("Los incomprendidos"), o al mozo y a la esposa desdichada del poderoso que arman el lado imposible de un triángulo ("Algo es algo"). Hay un lado B del mundo de Cinzano, cuyas secretas alianzas no pasan de una mirada; pero es una mirada que puede fracturar para siempre los palacios de cristal que se habitaban.

Con indestructible consistencia desde la primera a la última página, Colacrai narra la fragilidad de los vínculos humanos y se adentra en el territorio de lo inenarrable, coto de la poesía. Sus cuentos, como los de Anton Chéjov o Katherine Mansfield, capturan la instantánea de un momento clave, cuando todo cambia bajo la superficie que permanece inalterada; o viceversa, cuando uno descubre sorprendido que el otro seguía ahí. El antiguo problema filosófico de lo mutable versus lo perdurable cobra la frescura de lo contemporáneo en estas historias que, como escribe Sandra Siemens en el texto que acompaña la obra, "pueden formar parte de la vida de cualquiera de nosotros".

Decía Charles Bukovski en un poema que lo que manda a un hombre al manicomio no son las grandes desgracias sino un cordón de zapatos que se rompe en el momento menos oportuno. Habitan ese borde la madre soltera que busca al gato familiar en "Todas las noches son pardas"; el padre y el hijo que niegan la locura en "Nunca es fácil", o el mal poeta secreto que encuentra su público a cambio de una noche de sexo en "Ya es mañana/Mañana". En "La reina de España", un amor que ya entra en el pasado encuentra su correlato arquitectónico en el muro enrejado de la plazoleta Suecia, que daba al Paraná y que fue arrasado por las topadoras del progreso durante la construcción del Parque España. Esa forma solamente sobrevive en la memoria del amante fiel.

El rock es el nuevo tango. Instancias relativamente más amables de la nostalgia se expresan en una parodia zarpada del periodismo gonzo, cómica ficción de reseña amateur de un recital de la banda rosarina que da título al cuento "El regreso del Coelacanto". Y en los tres cuentos sobre chicos. Dos se centran en bicicletas, de allí la ilustración de tapa y contratapa. El otro, "La nave de Rick Hunter", demuestra que un pibe puede pasar de la niñez a la adolescencia en el rato que demora un juguete en llegar a su vida: quince minutos tarde.