Cuando después de diez años de trabajo Rafael Dumett decidió que ya era hora de dar a conocer su monumental novela sobre el ascenso y caída del Tahuantinsuyu (también conocido no sin cierta malicia para equilibrar los tantos de la conquista española de América como el Imperio Inca) no sospechó que iba a terminar acumulando un record de rechazos editoriales en su país: más de diez (quizás catorce o quince).

Lingüista, dramaturgo e investigador de teatro, Dumett había estudiado en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en el Teatro de la Universidad Católica. Limeño de origen, reside en San Francisco. Ni una ni otra cosa ni nada lo salvaron de la ola de rebotes. Déjame que te rechace, limeño. Los motivos, hay que decirlo, pudieron estar relacionados en principio con una cuestión de tamaño: las casi mil páginas de la novela que finalmente se publicó en el sello independiente Lluvia bajo el título El espía del inca en 2019; aunque más probablemente haya pesado el hecho de que la novela trata acerca de una civilización, una cultura (la andina) y unos personajes demasiado ajenos a la centralidad de la Lima con pasado virreinal tan coqueto y un presente cultural muy centrado en la modernidad urbana y los avatares de las clases acomodadas. Del puente a la Alameda, de Miraflores al Barranco.

Estas, por supuesto, son conjeturas, aunque no de alguien que escribe acerca de este libro tan fascinante como extenso desde la Argentina porque el libro hace unos meses llegó a la Argentina, sino que son sospechas del propio autor, que estuvo inmerso diez años en la investigación histórica, antropológica y etnográfica sobre el mundo prehispánico.

“El hecho de que la candidatura de Pedro Castillo haya crecido sin que Lima se hubiera enterado, es un indicio de una serie de cosas que ocurren al interior del país y que no detectan las redes limeñas” ha declarado en una entrevista Dumett. “Algo similar ocurrió con la publicación de la novela, que varios editores rechazaron porque decían que no era comercial. Es un síntoma que veo repetido en todas partes”.

Lo cierto es que El espía del Inca empezó a circular en medios universitarios y estudiantiles lejos de los centros del mercado, penetrando en ese Perú remoto y a la vez actual, ese Perú de José María Arguedas (ineludible referente literario de esta gesta novelística), y cuando se venció el contrato inicial con Lluvia, se retomaron negociaciones con otras editoriales, varias de las cuales habían rechazado el primer manuscrito, hasta que fue publicada por Alfaguara el año pasado en Perú.

Hay que decir, primero, lo primero: vale la pena sumergirse en este libro que no se rinde jamás a cualquier tentación for export, a cualquier sospecha de estar traduciendo un mundo a otro. Ofrece un mundo entero y una cosmovisión. Pero tampoco –al modo revisionista- se limita a invertir los términos, es decir, los buenos pasan a ser los malos y viceversa. Hay una clara conciencia de que cuando Francisco Pizarro llega a Perú y tras el asesinato del Inca Atahualpa desencadena el comienzo del fin del Tahuantinsuyu, las luchas internas entre las facciones de Atahualpa y su hermano Huascar y en general la sorda resistencia de numerosos pueblos originarios que consideraban al inca tan invasor y despótico como después lo serían los españoles, era el perfecto contexto para una derrota histórica que, quizás, de otro modo, no hubiera sido solo una inevitabilidad más de la Historia.

“El espectacular derrumbe del Estado inca se produjo por una serie de motivos que se pueden dividir en dos tipos: las causas visibles y las causas profundas”, ha escrito María Rostworowski, una de las más destacadas investigadoras de la historia andina. “Los fundamentos visibles son bien conocidos y fueron: la guerra fratricida que mantuvo dividido el poder y el mando, el factor sorpresa aprovechado en la emboscada de Cajamarca, la superioridad tecnológica europea referente a sus armas, es decir los arcabuces, falconetes, espadas de acero, y finalmente la presencia del caballo. Todas esas razones pesaron en los acontecimientos pero no fueron los únicos que determinaron el triunfo de los hispanos. Existieron otros elementos que actuaron de forma decisiva en la derrota indígena, a saber: la falta de integración nacional, por no tener conciencia de unidad frente al peligro extranjero, la carencia de cohesión entre los grupos étnicos, el creciente descontento entre los grandes señores ‘provincianos’ frente a la política de los soberanos cusqueños”.

En este sentido, una correcta lectura de la historia es el punto de partida, ya que todos estos aspectos señalados están tramados permanentemente entre la ficción, los mitos y el lenguaje de la novela. Y, también, un aceitado salvoconducto para la gran decisión narrativa: contar los hechos como en una novela de espionaje en cuyo centro hay un complot, y en el centro de ese complot un personaje trágico, shakespeareano, un Hamlet andino, que no es ni completamente inocente ni completamente culpable.

ATAHUALPA Y YUPANQUI

Cuando comenzó a planear la novela en 1999, Dumett decidió tirar del hilo del Incario a través de la figura de Felipillo, el “traductor” que mediaría entre los conquistadores y el Inca. Obviamente, lo atrajo esa figura ambigua sometida a todas las posibles humillaciones de un lado y del otro del conflicto, quien finalmente terminaría luchando contra los españoles en los últimos estertores del Incario. Felipillo, como otros personajes jovencísimos del libro, varones y mujeres que se sienten tironeados entre la lealtad a un inca que generalmente humilló a su pueblo de origen y la fascinación por los forasteros, cumple un rol importante en el tinglado, pero faltaba un ordenador, un sujeto trágico que se pusiera por encima del nivel dramático de los personajes/ personas. Ahí entra con toda su pompa y su ambigüedad la figura misteriosa y por momentos cómica de Atahualpa. Sus antecedentes lo sitúan del lado de la frivolidad de los hijos del poder, aunque nada está dicho, así como su hermano y contrincante Huascar pronto queda adherido a una lisa y llana locura paranoica.

“Hay una obsesión histórica y cultural con la figura de Atahualpa. En los Andes peruanos hay unas doscientas representaciones de su muerte”, señala Dumett. Obviamente esta obsesión tiene que ver con su final y su indescifrable parábola.

Ahora bien, ¿es Atahualpa el verdadero protagonista de El espía del Inca, su máximo punto expresivo? Sí y no. Sí, porque todos los caminos conducen a él y a la impresionante sucesión de escenas de los meses de su cautiverio en la “habitación del rescate”, esa que Atahualpa prometió a Pizarro llenar de oro y plata para que lo liberaran. En ese cautiverio rumia sus sueños de fallido hijo del Sol, su lugar en el mundo, su curiosidad peligrosa por conocer los secretos de los barbudos forasteros antes de, según imagina, aniquilarlos con relativa facilidad. Atahualpa es claramente un personaje en línea Hamlet. Duda, urde tramas mentales, desfallece y goza en sensual agonía. Pero por el lateral y desde el comienzo de la novela se despega con nitidez la figura de Oscollo, luego bautizado Salango, el famoso espía del título.

Desde chico, en su tierra chanca, por el golpe de una piedra en la cabeza que recibió en las montañas mientras conducía el rebaño de sus llamas y que lo tuvo al borde de la muerte, desarrolla una capacidad similar a la de nuestro Funes, el memorioso: en su caso, la potencia mnemotécnica lo lleva a contabilizar de una sola mirada todos los números del mundo, desde la cantidad de granos de maíz que hay en un cuenco o las gotas caídas en una lluvia o los hielos de un granizo, o la cantidad de hombres que llenan una plaza durante una ceremonia o un acto administrativo. Esta capacidad descubierta por los adultos una mañana en que su padre comparece frente al Contador del Inca (el que sopesa los envíos de alimentos de cada sitio), lo convertirán en el elegido para recibir la educación superior de una familia inca de pura sangre y finalmente en un espía. Poder contar con exactitud cuántos guerreros rivales hay en una hondonada, por ejemplo, no es ventaja menor para quien pueda contar con esta habilidad en la guerra. No será la vida fácil para Oscollo hasta convertirse en Salango, espía del Inca, hombre de muchas argucias y capacidades que, bien pensado, con su par y amigo Cusi Yupanqui, podrían haber llegado a ser candidatos a Inca en el futuro, un futuro negado. También hay que decir que el “cargo” de espía en los territorios del inca, siempre en tensión guerrera, era un pasaporte casi seguro a misiones suicidas que llevaban tarde o temprano a la muerte.

Cuando a partir de los quipus, el sistema de contar y narrar ideado por los incas (y el gran símbolo de la metaficción y del poder del lenguaje que maneja Dumett en su novela) se anuden pasado y presente, Salango será convocado por Cusi a su última misión: liberar a Atahualpa del cuarto del rescate para emprender la embestida contra los españoles en Cajamarca.

Como se sabe, este “rescate del rescate” nunca se produjo y Atahualpa fue finalmente ejecutado por los españoles. Iban a quemar su cuerpo, tras aceptar un cristiano bautismo, lo ahorcaron con clavo y martillo. Pero el final de la novela depara una alucinante explicación de por qué no sucedió lo que podía suceder y por qué sucedió lo que finalmente sucedió, lo que conocemos como la Historia.

En su entramado de hilos coloridos y precisos como los de un quipu, El espía del Inca va a entretejer mito, Historia y espionaje. Ese espionaje que efectivamente se ejercitaba en los tiempos del Tahuantinsuyu, pero que aquí va a tener una orientación narrativa concreta.

“Cuando tuve que decidir por el género de espionaje me decanté por John le Carré, y claro, hay más elementos, las estrategias de intriga de Umberto Eco alrededor del hallazgo de un manuscrito, la novela erótica, la novela de aventuras”, señaló Dumett.

RAFAEL DUMETT CON LA PRIMERA EDICIÓN DE EL ESPÍA DEL INCA EN PERÚ

TEATRO DE LA CRUELDAD

Novela histórica, novela de espionaje a lo Le Carré, novela de aventuras y de exploración de un mundo que se pierde en el mito, El espía del Inca es además una formidable indagación acerca de dos temas que efectivamente marcaron la cosmovisión inca: la habilidad y la crueldad. Dos atributos que no necesariamente se contradicen, pero que sí entran en un terreno de confrontación permanente, y que, quizás, fueron dos intentos de respuestas al misterio de un prodigio llamado Tahuantinsuyu.

El “derecho del más hábil” y no la primogenitura o la mera descendencia como en el caso de la monarquía española, era la pauta en la que se basaba la designación del heredero del Inca. Toda la novela es en este sentido un formidable manual de ingeniosos sobrevivientes, desde Salango al general inca Challco-chima o al propio Pizarro, de Atahualpa a Felipillo. Y también los españoles serán observados y juzgados a partir del prisma de sus propias y específicas habilidades ocultas. Por otra parte, la “habilidad”, la capacidad de enhebrar un pensamiento propio y concretarlo en acciones, y que esas acciones muevan el mundo, lo desplacen y lo incorporen a otro mundo, el inventado, el soñado, es componente de cualquier novela de espías que saben que, si no son hábiles, si no tienen además eso llamado juego propio, si no ejercen el arte de la intriga y la sorpresa, simplemente serán devorados por la lógica de la confrontación. Dumett ha entendido muy bien la carnadura del personaje-base de Le Carré: el espía está solo y su lucha no es contra el enemigo (únicamente) sino contra esa soledad, ese vacío.

En cuanto a la legendaria crueldad de los incas, que pudo haber ido desde los supuestos sacrificios de niños hasta el trato con los pueblos rivales o con algún “súbdito” que pudiera haber cometido un error o alguna forma de la deslealtad, una crueldad arbitraria, enconada y oscura jalona en el libro una serie de escenas memorables que, curiosamente, confluyen en la larga y trajinada ejecución de Atahualpa, una puesta en escena lujosa como en un inmejorable teatro de la crueldad revestido de mística y fe.

En la centralidad que va cobrando el último Inca en el poder, estas dos grandes líneas confluyen. La habilidad, que no parecía ser el fuerte de Atahualpa, se irá abriendo camino bajo la sed de entender, en tanto la crueldad será de pronto una iluminada táctica más al servicio de la habilidad. El espía y el Inca confrontarán en este terreno en la batalla final.

La conversación mental (“pepa”) de cada uno de estos personajes que luchan en absoluta soledad contra la incomprensión de la naturaleza, esos hombres y mujeres que en rigor estaban abocados cotidianamente a descubrir el mundo cuando los otros, los de afuera, creen estar descubriéndolos a ellos, se va a ir condensando en el pasaje del drama a la tragedia: cuando comprendan, será demasiado tarde. El Inca ha muerto, el mundo ya no existe, brama el pueblo, aún aquellos que solo deseaban verlo muerto lo más pronto posible. Y, sin embargo, todos comprenderán en una intuición tan certera como las más hábiles maniobras del Espía, que cuando llega el final, el mundo apenas está recomenzando.

De un mundo que en rigor nunca dejó de recomenzar trata esta novela tan vasta como compleja, aún en la felicidad de sus mejores momentos narrativos y descriptivos. Uno se queda con la sensación que todo está aquí dentro, cifrado como en uno de esos inacabables quipus al alcance del entendimiento, pero irremediablemente al margen de la Historia tal como la conocemos. Un mundo sumergido que Dumett logró finalmente sacar a flote airosamente a pesar de tantas incomprensiones.