El pasado duele, aunque Dóvaleh, un cómico que hace stand up en un local nocturno de Cesarea, una pequeña localidad costera de Israel, cuente chistes tan revulsivos como despiadados. Se atreve incluso a bromear sobre el destino de gran parte de su familia, asesinada en Auschwitz. Dos personas relacionadas con su vida están entre el público y lograrán que se produzcan impredecibles transformaciones en el estado de ánimo del cómico y en el espectáculo. De pronto recuerda el primer entierro al que acudió, el de uno de sus padres, porque cuando se lo comunicaron no le dijeron cuál de los dos había muerto. El humor es una forma de amortiguar la tragedia. Esta suerte de payaso melancólico y provocador es el protagonista de A horse walks into a bar de David Grossman, publicada en castellano como Gran Cabaret en 2015, novela con la que el escritor israelí ha obtenido el premio Man Booker Internacional, que distingue al mejor libro extranjero traducido al inglés. Esta excepcional obra fue seleccionada entre 126 libros y compitió con textos del israelí Amos Oz, el albanés Ismail Kadaré, el francés Mathias Enard, la escritora argentina Samanta Schweblin, el noruego Roy Jacobsen y la danesa Dorthe Nors. El anuncio se realizó anoche en el museo Victoria & Albert de Londres. El premio de 50 mil libras es compartido entre el escritor israelí y la traductora al inglés Jessica Cohen.

El jurado destacó la novela premiada por ser “una extraordinaria historia de dolor, vista a través de los ojos de un comediante de stand up”. El escritor israelí, que perdió a su hijo menor en la guerra del Líbano en 2006, escribió una novela política y a la vez íntima, que “habla de la actualidad de Israel de una manera que nunca se imaginó”. Grossman, en un breve discurso, comentó que trabajó en Gran Cabaret durante dos años y medio y que sintió “un gran placer” al escribir la historia de su protagonista. “Los escritores que están aquí me entenderán perfectamente: este es un personaje que te hace escribir como si montaras un caballo y debieras perseguirlo continuamente”. ¿Qué hay del autor en Dóvaleh? “Me volví él al escribir de él. Esa es una de las recompensas del escritor, esa experiencia de alteridad –admitió el escritor israelí–. Pero soy también la mujer, y el amigo juez, el personaje capaz de ver bajo las capas y capas en que se oculta el cómico, de decirle honestamente qué irradia, recordarle quién es. Una vez tuve que escribir de un niño que se desmayaba, pero yo no había experimentado eso nunca. Y no sabía cómo darlo con autenticidad. Entonces, en una visita al dentista algo fue mal con la anestesia, y empecé a desmayarme. El médico pedía azúcar o chocolate, pero supliqué que nadie interfiriera: ¡estaba experimentando lo que necesitaba para la novela!”.

Grossman, uno de los escritores israelíes más universales de su generación, nació en 1954 en Jerusalén. Entre sus influencias el propio escritor reconoció a Sholem Aleijem, Franz Kafka, Heinrich Böll Bruno Schulz, Siegfried Lenz, Amos Oz y A. B. Yehoshua. Ha publicado ficción para adultos y para niños, entre la que se destacan novelas como La sonrisa del cordero (1983), El libro de la gramática interna (1991), El chico zigzag (1998), Tú serás mi cuchillo (2005), La vida entera (2010), Más allá del tiempo (2011) y Delirio (2011); además de ensayos como Presencias ausentes (1994) y Escribir en la oscuridad (2010). El escritor predijo el levantamiento popular palestino cuando publicó El viento amarillo, una serie de reportajes sobre los territorios ocupados de Cisjordania. El primer ministro de entonces, Yitzhak Shamir, dijo que todo era pura ficción y que los palestinos jamás se levantarían contra los israelíes porque estaban bien económicamente. En 1987, cinco meses después de la aparición del libro, comenzaba la primera Intifada. “Siempre que escribo trato de comprender al otro desde su interior”, decía Grossman a PáginaI12 en 2006, poco antes de la muerte de su hijo Uri en el sur del Líbano, cuando estuvo en la Argentina y se presentó en el auditorio del Colegio Nacional de Buenos Aires. “Especialmente en una situación de guerra o de amenaza, cuando cada una de las partes borra las cualidades humanas del otro, la función de la literatura es volver a recordar cuán humano es el otro”.