El Garrafa Sánchez nació y se crió en La Tablada y era muy pibito cuando empezó a jugar por plata en los torneos del barrio, donde los muchachos y sus hermanos mayores lo cagaban a patadas: un territorio para curtirse en el que quien apela al gaste recibe un plus de violencia, y quien a pesar de eso persiste, se lleva un certificado de corajudo. Claro que además era hábil, rápido e inteligente, y mantenía el humor: puro disfrute, jugar, jugar hasta descalzo en el barro. “Con la zurdita los volvía locos a todos”, lo recordaba un vecino en el documental El Garrafa, una película de fulbo, de Sergio Mercurio. “Loco me decían porque me gusta la velocidad, y tenía una moto con escape libre, y me veían pasar a los piques”, explicaba ahí Sánchez. A los 15 se enganchó en las inferiores de Laferrere, debutó en 1994 con 19 y un año después se rompió una rodilla: perdió velocidad, pero mantuvo intactos panorama, talento, pegada. 

Cuando ya jugaba en Bánfield seguía compitiendo en los campeonatos nocturnos de penales del barrio que duraban toda la noche, en los que también había un pozo para el ganador y corrían las apuestas: Garrafa era un pateador exquisito, que detenía su carrera en el instante previo a la pegada para relojear hacia qué palo empezaba a jugarse el arquero. Jugó un par de años en El Porvenir: fue la figura del campeonato de Primera B que el equipo ganó en 1998. Después de un paso fallido por el Bella Vista de Uruguay volvió al país y estuvo varios meses sin jugar: su padre, el garrafero del barrio, estaba enfermo, y él se hizo cargo del reparto. Después lo rescataron para Bánfield, donde jugó cinco años y se consagró como ídolo, porque entre otras cosas condujo el conjunto que ascendió a Primera en 2001: José Luis Sánchez tenía 28 años cuando debutó en esa categoría. Tipo disciplinado para entrenar: su locura pasaba más bien por lo jodón por sus compañeros, por el juego descontracturado, lúcido y lucido, por la velocidad y las motos. Había vuelto a Laferrere cuando se dio el golpe fatal al caer de una: miles de hinchas lo despidieron en el estadio en el que empezó y terminó. “El futbolista habla de la importancia de la concentración, de lo que tiene que hacer en el partido, y yo no –decía–. Yo no pienso. Vengo a jugar. Hago la entrada en calor y estoy bailando, estoy jodiendo. Yo siento que el fútbol es así, que tenés que demostrar lo que sabés. Y si sabés jugar, tenés que estar tranquilo.”