Corría el año 1964, comienzos de enero. BarbaraRubin y yo, que habíamos hecho un escándalo en el festival de cine experimental de Knokke-Le Zoute cuando nos impidieron mostrar Flaming Creatures, de Jack Smith,partimos hacia París. Nos quedamos allí un tiempo junto a Roman Polanski,que hacía de chofer; teníamos un coche, pequeño pero coche al fin. En un momento Barbara decidió que quería nadar en el Sena. No lográbamos convencerla de que no lo hiciera, y eventualmente nos rendimos. Así que la dejamos junto al Sena y nos fuimos a La Coupole.

Fue durante ese viaje que volví a ver a Nico Papatakis. Lo había conocido algunos años antes, mientras Cassavetes hacía nuevas tomas para su película Shadows. En 1950, Nico asistió a Jean Genet en la única película que filmó, Un chant d’amour. Era un film legendario, que muy poca gente había visto, incluso en París. Los censores habían impedido que se proyectara en salas. Así que le pregunté a Nico si podía llevarme una copia de la película a Nueva York. Nico no entendía por qué quería correr esa clase de riesgos,pero yo estaba decidido a hacerlo. Así que nos encontramos en el Café de Flore y metí el film dentro de los inmensos bolsillos de mi impermeable. Lo dividimos en varios rollos, para poder transportarlo de forma más segura.

Dado que a los viajeros que iban de París a Nueva York se los revisaba detenidamente, decidí pasar primero por Londres, un día, y recién entonces viajar hacia Nueva York. Vale aclarar que en 1964 París era considerada una ciudad obscena por los agentes aduaneros. En mi anterior viaje de París a Nueva York ya me habían confiscado dos libros que llevaba en el bolso,ambos editados por Olympia Press. A los viajeros provenientes de Londres no se los revisaba tanto. Ese fue el consejo que me dio Brion Gysin, cuando me hospedó en París. Y eso es lo que hice. En el vuelo de Londres a Nueva York me puse a conversar con mi vecino de asiento, que resultó ser Harold Pinter. Estaba camino a Nueva York para el estreno de una de sus primeras obras de teatro. Mientras hablábamos, descubrimos que conocíamos a las mismas personas, entre ellas a Nico. Así que le conté lo que llevaba en los bolsillos. Analizamos cuál sería la mejor estrategia para lidiar con los tipos de migraciones. El plan que concebimos fue que él iría primero, dado que iba más cargado (yo generalmente viajo liviano), y yo pasaría detrás.

Eso fue lo que hicimos. Pinter retiró su maleta de la cinta transportadora y avanzamos hacia el agente de migraciones de su preferencia. Yo lo seguí como si fuera su sirviente. El agente migratorio controló nuestros documentos y le pidió a Pinter que abriera su maleta, cosa que hizo. Al espiar el interior, el rostro del agente adoptó un gesto extraño: no había nada en la maleta más que unas treinta copias de la obra de Pinter.

“¿Qué es esto?”, preguntó.

“Es mi obra de teatro, se estrena en Broadway la semana que viene”, respondió Pinter, serenamente.

¡Tendrían que haber visto la cara del agente! Su rostro se encendió, se le iluminaron los ojos, se volvió completamente loco. ¡Tenía delante a un verdadero dramaturgo de Broadway, a una celebridad con una maleta llena de libretos! Estaba tan entusiasmado que convocó a otros agentes allí presentes:

“Acérquense a ver esto, este tipo hará una obra en Broadway, no es broma”.

Todos rodearon la maleta, y lo hicieron con tal asombro que no encuentro palabras para describirlo. A mí me ignoraron completamente, y,dado que yo no tenía maletas, simplemente salí caminando. Giré una vez más y saludé a Pinter. Noté por su expresión que estaba satisfecho por cómo había resultado todo.

Avancé hacia la salida con la copia de Un chantd’amour escondida en los bolsillos de mi impermeable.