Formar coaliciones electorales es trabajoso y es complicado mantenerlas. Los oficialismos cuentan con ventajas comparativas. La alianza Cambiemos, con algunas licencias poéticas en el nombre y otras con los aliados, es la única que está representada en todas las provincias. El Frente para la Victoria (FpV) mantuvo esa primacía general (ahora perdida) desde 2005 a 2015, superando una zozobra en 2009, consecuencia del conflicto con “el campo”. 

El Gobierno central dispone de incomparables recursos políticos y materiales. Ser su aliado otorga más beneficios que secesionarse, aunque a menudo los socios menores son (o se consideran) mal pagados en el reparto de cargos.

Hay pues, incentivos pragmáticos para plegarse a la fuerza dominante. Parafraseando a Sarmiento, el interés tracciona más que una yunta de bueyes.


Los gobernadores opositores, a su vez, están compelidos por la dinámica del sistema democrático a diferenciarse del oficialismo nacional. La regla de oro rige para todos, aún para aquellos que hacen (hoy en día) buenas migas con el macrismo. La relación con el kirchnerismo no era taaan distinta, en el promedio.

La capacidad económica del Tesoro nacional provoca una dependencia relativa de las provincias. Se acentúa en etapas de malaria, como la actual. Son contados los mandatarios provinciales que no deben pedir adelantos de la coparticipación federal alrededor del 20 de cada mes, para atender a sus gastos corrientes. Mostrarle los dientes los 19 días anteriores a la Casa Rosada es una táctica riesgosa.

Por eso o por mediar afinidades políticas hay unos cuantos gobernadores opositores, (incluyendo “peronistas no kirchneristas”) que conviven sin virulencia con el macrismo. 

Pero, en la competencia electoral, compiten contra Cambiemos: necesitan diferenciarse. La ideología puede contar pero los garbanzos pesan más. Para negociar en años venideros, más le vale haberse consolidado fronteras adentro. Si quedan debilitados después de octubre tendrán menos fuerza para pulsear.

La “condena a competir” se duplica ante el riesgo de ser vencidos por Cambiemos o por otro rival en las elecciones ejecutivas de 2019. Van un par de ejemplos. El gobernador cordobés Juan Schiaretti intercambia bastantes halagos con el presidente Mauricio Macri. Tal vez haya una cercanía de pensamiento que trasgrede las pertenencias partidarias. Pero Schiaretti debe precaverse de un crecimiento de Cambiemos en su terruño, en especial de los radicales que lo gobernaron varias veces. De modo relativamente sorpresivo, el ex gobernador José Manuel de la Sota no será candidato lo que priva al peronismo local de su as de espadas. Tendrá que participar con figuras más cercanas al gobernador. Su objetivo será abroquelarse en el territorio, no permitir que le avance su adversario provincial, el que más le preocupa.

En Santa Fe, otro distrito que renueva también nueve diputados, el gobernador socialista Miguel Lifschitz asume un desafío similar. Con un paralelismo con los cordobeses, no deliberado. Su compañero, el ex gobernador Antonio Bonfatti, tampoco será candidato. Lifschitz ha sido un opositor manso y tranquilo, por decirlo con un eufemismo. Pero en 2015 le ganó la gobernación a Cambiemos por un pelito y el oficialismo nacional operó con éxito para fracturar su histórica alianza con el radicalismo. Lifschitz no tiene margen para dejarse estar, en particular en los comicios provinciales. Claro que (como a Schiaretti) le costará encontrar un discurso para diferenciarse con eficacia del macrismo y del peronismo que tendrá más soltura y pergaminos para ubicarse como opositor firme.


Primero está la Patria, después el Movimiento, después los hombres. El bello apotegma, deshonrado por tantos dirigentes, podría reversionarse en clave territorial. Primero la Nación, luego la provincia, luego la municipalidad… póngale. Ese tríptico ordenador está totalmente alejado de la praxis electoral de casi todos los intendentes de ciudades importantes, en particular del Conurbano bonaerense.

No los mueve el amor, sino el afán de supervivencia. Su prioridad absoluta es conservar mayoría (o una minoría robusta) en los Concejos Deliberantes. La política caníbal de los municipios es proverbial: el que queda sin tropa propia, está a tiro de destitución o de ingobernabilidad. Por eso, los alcaldes se consagrarán, murallas adentro, a la alquimia y a los armados mixtos. Sea cual fuera su referente provincial, los acuerdos comunales contemplarán antes que nada el propio pellejo.


Las tratativas, las roscas, los regateos, los discursos por la tele escalarán hasta el 24 de junio. La conformación de las listas deberá conjugar las variables que hemos sobrevolado. 

El sistema federal es intrincado, poliárquico. Las lecturas binarias o en blanco y negro, no registran la vastedad de lo que está en juego y de cómo se van definiendo los protagonistas, más allá de las palabras.