Inaugurado en 2014, el Complejo Cultural del Viejo Mercado (Sarmiento 544, Rafaela) es un lugar con historia. Los rafaelinos mismos, en un intenso proceso de participación ciudadana, optaron por destinar a espacio cultural (y no a centro comercial) el edificio del Mercado Central que entre 1971 y 2009 fue Terminal de Omnibus. Así, la Municipalidad de Rafaela licitó y concretó el proyecto arquitectónico de reconversión de la antigua estructura del enorme edificio de 1929.

Allí se mudó el Museo Municipal de Arte "Dr. Urbano Poggi", que convive en el inmenso y luminoso espacio central de la planta baja con la Biblioteca Pública Municipal "Lermo Rafael Balbi". En la planta alta funciona el Liceo Municipal.

Respetando la arquitectura original, el complejo ofrece espacios interiores cómodos para estar o transitar. El recorrido es amable para familias con chicos, a quienes se habilita actividades educativas que aúnan dibujo y juego. Una puerta conecta el nuevo museo con su antigua sede, que integrada también al Complejo Cultural Viejo Mercado aloja hoy al Museo de Fotografía del Foto Cine Club Rafaela; este fue rebautizado como Museo de la Fotografía "Adolfo Fito Previderé" y exhibe hoy una muestra fotográfica de su patrimonio. En la vanguardia del arte contemporáneo, el Urbano Poggi expone Incluido en un ensayo de recuerdos, muestra individual de la joven artista rafaelina Mercedes Zimmermann, con curaduría de César Benzi.

Cada año, el Museo Municipal de Arte lanza una convocatoria para mostrar en sala, difícil desafío al que respondió con profesionalismo el artista visual Ramiro González Etchagüe. Nacido en 1981 en Tostado, González Etchagüe vive y trabaja en Sunchales, a 40 kilómetros de Rafaela. Su exposición individual Lugares recónditos (que puede visitarse allí desde el 18 de mayo hasta el próximo domingo) incluye su obra La nube azul: una instalación colgante de 300 metros lineales de espuma de poliuretano calada a mano, creada especialmente para el lugar, donde parece flotar como un organismo marino y es a la vez súper visible y casi imperceptible. Es muy eficaz estéticamente en relación con la arquitectura. Atrae, pero no es posible capturarla de un solo vistazo.

"Filigrana" es la palabra con que Ramiro González Etchagüe nombra tanto el calado de la nube como las curvas de las pinturas de su serie Adagio. Su escultura y sus pinturas se originan en el dibujo. La perfecta belleza como natural de esas líneas curvas, que parecen surgidas de cálculos matemáticos, proviene de la música.

"Me encontré una mañana trabajando sobre un soporte de papel negro de pasta teñido que había comprado en Buenos Aires. Esa mañana decidí dejarme llevar y que salga lo que salga. Y apareció toda esta filigrana en el papel. Siempre trabajo con música como compañía. Esa música era una composición de Tomaso Albinoni, compositor barroco: el 'Adagio en sol menor'", contó González Etchagüe en un entrevista por Skype para Rosario/12. ¿Eran interpretaciones espaciales de la música?, recuerda que se preguntó. "Puedo traducirla como topografías", dijo.

No llama a su arte abstracto sino autorreferente, en el sentido de una forma referida a sí misma. Define a La nube azul como "la representación de dibujos muy gestuales que hago sobre láminas de papel en gran formato que por medio del troquelado yo traslado a la espuma, como una objetualización del dibujo. Por encastre, los suspendo. La espuma es muy dúctil, un material noble y volátil", contó recordando las dos semanas de montaje: "Un diálogo entre el material, las herramientas y mi necesidad en un espacio donde la obra pueda ir mutando". Durante la entrevista, la cámara de su computadora en el taller dejaba ver una pintura donde desarrolla su serie Nebulosas, iniciada en 2011, de la que se ven piezas embrionarias en la muestra.

 

“Trato todo el tiempo de autogestionarme. Ahora estoy feliz y contento haciendo lo que me gusta”, asegura González Etchagüe.

 

"Yo soy un gran proceso", comentó riendo. Cuenta que siempre dibujó. "Viví en Tostado hasta la mitad del secundario. Después me voy a Santa Fe a terminar el secundario, ahí empiezo a estudiar el Profesorado de Francés, y en Humberto Primo me recibí de Técnico Superior en Industrias Lácteas. En el 2003 empecé a trabajar en Molfino, en Rafaela, como operario; no me sentía para nada bien. Decidí reconocerme como un tipo con capacidades creativas, como un productor, y ahí me acerco al Liceo Municipal a tomar clases, conozco el Profesorado y me meto". Al Profesorado de Artes Visuales en Rafaela le siguió su educación no formal en talleres y residencias de artistas.

"Cintia Clara Romero y Maximiliano Rodríguez en Santa Fe fueron un enorme puntapié: muy claros, muy precisos, pocos encuentros pero sustanciosos", reconoce. A un primer reconocimiento en el salón de Ceres le siguieron becas para clínicas de obra con Daniel Fischer, Rodrigo Alonso, Fernando Farina, Roberto Echen, Gabriel Valansi, y un posgrado en Gestión Cultural en la Universidad Provincial de Córdoba.

 

Adagio (2016), acrílico sobre tela, de González Etchagüe.

 

Actualmente enseña dibujo, pintura y escultura en el Liceo Municipal de Sunchales, formando artistas en un campo local donde dice que falta mucho trabajo por hacer en cuanto a educar al público de arte. Envía obra a los salones de la región y se acostumbró a viajar. La calidad de su producción hace pensar en una proyección aún más extensa. "Trato todo el tiempo de autogestionarme. Ahora estoy feliz y contento haciendo lo que me gusta", concluyó. Su muestra lleva textos de Marcelo Olmos, Verónica Molas, Emiliano Bonfanti y Sofía Culzoni.