Ningún rosarino quedó conforme con el acto de ayer por el Día de la Bandera. La fiesta más importante que tiene la ciudad quedó reducida a un mezquino espacio con un escritorio donde se acomodaron la intendenta Mónica Fein, el gobernador Miguel Lifschitz y el presidente Mauricio Macri. Algunos militares, 600 invitados y tres discursos minúsculos fueron parte del programa que armó presidencia de la Nación. El excesivo vallado no sólo impidió que manifestantes opositores y dirigentes sociales llegarán hasta el monumento para expresarse, sino que bloqueó también el ingreso a las familias que deseaban acercarse para ver al presidente y protagonizar un acto masivo y popular.

Las medidas de seguridad no tenían que ver sólo con la integridad presidencial, más bien se trató de un operativo de garantías políticas para el presidente. Un aislamiento que evitara un mal momento con silbidos y abucheos.

Macri lo hizo de nuevo. Como el año pasado frente a escolares, esta vez forzó la figura de Belgrano para decir que él también creía que "sí se puede", para deslizar el principal slogan de campaña que usa Cambiemos. A su turno Lifschitz volvió a ponerse en el medio: Criticó la politización de los actos de "los últimos años" en referencia a los organizados por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, pero también se mostró disconforme con el que se desarrolló en esta edición. Por su parte la intendenta Fein se las ingenió para decir adelante de Macri que los concejales del PRO no le votaron el endeudamiento por 150 millones de dólares que estaba buscando para encarar obras que "transformen a la ciudad".

Nadie pareció estar demasiado cómodo ayer al pie del Monumento a la Bandera que está siendo remozado por una empresa propiedad del primo del presidente, Angelo Calcaterra.