Es un año fúnebre para las librerías: peligra la continuidad de varias por la estampida de precios de los alquileres y el aumento de los servicios, además de las que cerraron. Sin embargo, hay noticias que son como relámpagos en medio de un cielo demasiado nublado. Waldhuter La Librería, que abrió sus puertas en Santa Fe 1685, es el resultado de la transferencia de la librería Paidós del Fondo a la distribuidora Waldhuter, integrada por los hermanos Gabriel y Jorge Waldhuter. Los escritores Claudia Piñeiro y Hernán Casciari serán libreros por un día, mañana a las 17, antes de la inauguración de este nuevo espacio. Allí sigue el mismo equipo de libreros especializados, que en algunos casos están trabajando desde 1999, cuando la familia Bernstein, propietaria de la editorial Paidós hasta 1977 y desde 1972 dueña de la Librería Paidós Central del Libro Psicológico, compró la librería del Fondo de Cultura Económica y se convirtió entonces en Librería Paidós del Fondo. “La idea es que no se convierta en una cadena, sino que siga siendo una librería referente de Buenos Aires, que no sea más de lo mismo. Sabemos que es un momento complicado, que se habla de una caída de un 15 por ciento de las ventas, pero nos gustan los desafíos –plantea Gabriel Waldhuter a PáginaI12.–. Hay muchas cadenas de librerías que han empezado a importar saldos muy baratos y los venden muy caros. Nuestra idea de librería no es ésa. Queremos seguir representando a los sellos argentinos que tiene hoy la librería, sobre todo en la temática de psicoanálisis, aparte de traer nuestro material tanto de editoriales nacionales como de las importadas, más todo lo que podamos sumar de editoriales extranjeras que no estén representadas en el país”. 
Waldhuter distribuye unos treinta sellos de medianas y pequeñas editoriales nacionales, entre los que se destacan Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia, La Bestia Equilátera, Mansalva, Mardulce, Katz y Beatriz Viterbo, entre otras. El 90 por ciento de los libros que importa viene de editoriales españolas como Acantilado, Periférica, Páginas de Espuma, Nórdica, Pre-Textos, Lengua de Trapo, Impedimenta, Alba, Alpha Decay y Atalanta, por mencionar apenas un puñado de nombres, a los que habría que añadir editoriales como las mexicanas Almadía y Tumbona Ediciones, y las chilenas Trajamar y Ediciones de la Universidad Diego Portales. La distribuidora nació en 1995. “Jorge, mi hermano, empezó siendo promotor de Anthropos, una editorial de humanidades. A los tres meses, Anthropos le dijo que no le podía pagar el sueldo y le ofreció ser distribuidor. Mi hermano tuvo que distribuir para sobrevivir. Anthropos le consiguió otros sellos como Monte Ávila, Biblioteca Ayacucho, Montesinos y El Viejo Topo, y así fuimos creciendo. Mi primera tarea en la distribuidora fue traer una consignación de libros a esta misma librería. Y la persona que entonces me tomó los libros ahora sigue trabajando con nosotros”, subraya Gabriel, con la satisfacción de la continuidad laboral y los vínculos establecidos en un año donde “se han cerrado unas seis o siete librerías en todo el país”, estima el distribuidor. “Noviembre históricamente es el peor mes para los libros; diciembre repunta un poco por las fiestas. Y después vienen las vacaciones, que para este tipo de librería de humanidades bajan las ventas, y recién repunta en marzo. Así que en estos primeros meses la distribuidora va a tener que soportar económicamente el déficit que tenga la librería, aunque sea poco”.
Gabriel advierte que una librería que tenga únicamente los sellos nacionales y extranjeros que distribuye Waldhuter no sobreviviría.   “Durante los doce años de kirchnerismo, siempre importamos lo que quisimos, quizás en los últimos años hubo algunas trabas, pero los libros ingresaban igual. A los sellos extranjeros, por lo menos los que tenemos nosotros, no los veo como una competencia con las editoriales argentinas porque los títulos que importamos no se hacen en el país, como las Obras Completas de (Arthur) Rimbaud en una edición bilingüe de 1400 páginas que publicó Atalanta”. Gabriel comenta que cada vez que llegue la importación, se le enviará un listado de todos los libros a las librerías para que puedan elegir los títulos que quieran. “No vamos a funcionar como un monopolio que establezca ‘primero en nuestra librería” y después en las demás”, aclara.
–La palabra importación, en un contexto económico tan delicado para algunos sectores, pone los pelos de punta. Waldhuter como importadora no trae saldos, ¿no?
–No, no traemos saldos. Tenemos sellos de línea, pequeñas editoriales independientes, catálogos de fondo, pero no importamos saldo. No es nuestro canal de venta. Nuestro canal de ventas es libro por libro, editorial por editorial. La distribuidora cumple 21 años y nunca trajimos saldos; con editoriales que venimos distribuyendo hace veinte años jamás nos propusimos saldar el catálogo viejo, sino directamente tratar de hacer una donación o destruirlo. Pero saldarlo nunca, porque es una mala imagen para la editorial que sigue funcionando.
–¿Por qué el saldo da “mala imagen”?
–En el caso de una editorial que siga funcionando, da mala imagen porque ese libro no se vendió y como a la editorial no le va bien tiene que saldar sus títulos. La mala imagen es por el negocio que hay detrás del saldo, porque comprás a un peso y vendés a treinta. Ninguna de las editoriales con las que trabajamos va a saldo. En Liber (La Feria Internacional del Libro de Barcelona) tuve reuniones con algunas editoriales por el tema del catálogo viejo, de lo que ya no se vende, y hablamos de destruirlo. Sería un negocio llamar a un saldero y decirle: “tengo esto, llevátelo”, pero después eso aparece en varias librerías y es lo que no queremos. El editor extranjero tampoco quiere que sus libros sean saldados.