Pese a que no recuerda cuándo fue la última vez que estuvo en Buenos Aires, Arturo Sandoval atesora el afecto que le brindó el público local. “¡Es maravilloso!”, celebra el virtuoso trompetista al otro lado del teléfono, desde la ciudad de Los Angeles. “Es cariñoso y muy conocedor de la música. Me hicieron pasar momentos inovlidables”. Y seguramente esta vez no será excepción. Este sábado a las 21 hs, en el Teatro Opera (Av. Corrientes 860), el jazzista cubano regresa con su banda a la capital argentina para repasar su extensa obra. Aunque también aprovechará el reencuentro para adelantar algunos de los temas de su próximo álbum, fruto de la pandemia. “Más allá de que se trataron de años inciertos, no dejé de trabajar”, explica el músico de 72 años. “Hice 600 grabaciones que publiqué gratuitamente en las redes, y te diría que compuse más de 400 nuevas canciones. Algunas de ellas serán parte de un disco que saldrá este mes”.

-Tuvo un encierro más que productivo...

-También grabé un gran número de canciones que siempre me gustaron, y que nunca tuve la oportunidad de hacer (nota bene: el 29 de julio apareció en las plataformas digitales un exquisito cover de “As Time Goes By” en el que Sandoval y el pianista Monty Alexander revisitan el inmortal tema de Herman Hupfeld). Además de aprovechar el tiempo para hacer cosas, estuve en contacto con la gente. Fue mi regalo por haber sido tan cariñosos conmigo.

Si bien este año participó en la banda de sonido de la nueva adaptación de la comedia romántica Father of the Bride (esta vez tiene una impronta latina), formalmente su último álbum fue Ultimate Duets (2018), en el que Sandoval pasea su instrumento por clásicos del pop, el R&B, el jazz, el merengue y la música clásica, en compañía de sus propios creadores. Por lo que el disco (el primero del artista basado en duetos) tiene invitados del calibre de Stevie Wonder, Juan Luis Guerra, Al Jarreau, Pharrell Williams y Alejandro Sanz. “Si una pieza musical es buena y me gusta, voy a tratar de aprenderla y de meterme en ese ritmo”, explica el ex integrante de la orquesta Irakere, que en su carrera solista tiene 46 discos publicados. “Mi interés por la música sigue siendo el mismo que cuando comencé a tocar: amarla profundamente y dedicarle alma corazón y vida. La misión fundamental de un artista es dedicarse por entero a su público”.

-En lo estético, ¿no tiene alguna deuda pendiente con la música?

-No soy persona de planes. Mi filosofía de vida siempre ha sido concentrarme, y hacer lo mejor posible en todo sentido. Lo que pasó ya es historia, no hay manera de cambiarla. Y lo que sucederá en el futuro está absolutamente en las manos de Dios. Alguien me dijo una frase que me gustó muchísimo, y que no me canso de repetirla: “Si quieres ver a Dios reírse a carcajadas, háblale de tus planes”.

-Se nota que es bastante creyente. ¿Es por eso que le dicen “El apóstol de la trompeta”?

-Soy una persona muy dichosa que no se duerme en los laureles. Sigo practicando más que cuando tenía 20 años. Lo que sí se mantiene vigente son mis ganas de aprender y el hambre por incluir nuevas tendencias. Uno siempre se influye por las cosas que escucha.

-¿Qué opinión le merecen las nuevas tendencias?

-Hoy en día está sucediendo algo preocupante: la música que se hace no tiene melodía, ni armonía, y el ritmo es creado por la computadora. Mientras que las letras son una sarta de cosas ofensivas. Los jóvenes están tan confundidos que piensan que las personas que hacen eso son verdaderos artistas. Mi compositor favorito es Sergei Rachmaninov. Tú pones en YouTube el “Concierto para piano número 2”, que es una de las músicas más lindas que escuché, y con suerte tendría 300 vistas. En cambio, esas bazofias que están de modas tienen cientos de millones de reproducciones.

-De los músicos actuales, ¿cuáles le atraen la atención?

-Hay un buen número de jóvenes talentosísimos que están haciendo música con una calidad extrema, y que merecen nuestro respeto. Tal es el caso de Jacob Collier, Jesús Molina, Cory Elder o Rubén Simeó.

-Ahora que parece que los géneros colapsaron, ¿tiene sentido la etiqueta “latin jazz” en esta época?

-Ni en esta, ni en ninguna. En 1946, la música que crearon Dizzy Gillespie, Mario Bauzá y Chano Pozo la denominaron “afocuban jazz”. No era otra cosa que el cruce del bebop con los ritmos afrocubanos, y alguien lo cambió a latin jazz. Nunca acepté eso, y lo desprecio. Además, “latin” es un barbarismo porque era el idioma que hablaban los romanos. Nosotros no somos “latin”. Por eso no hay nada más que me ofenda que me llamen trompetista de latin jazz. No soporto las etiquetas.

-Cuando se habla de Dizzy Gillespie, quien fue su mentor, se hace con tanta solemnidad que parece una pieza de museo. Si tuviera que destacar un legado vigente de su obra, ¿cuál sería?

-Dizzy inventó ese estilo intrincado y tan difícil de tocar que es el bebop. Luego de tantas décadas, todavía estamos tratando de descrifrar que tocaron tanto él como otros grandísimos músicos. Hicieron una música extremadamente valiosa, que lamentablemente a muchos les pasó por la cabeza. No fueron capaces de entender porque había demasiada información. Pero ningún músico de jazz que se respete puede ignorar su legado.

-¿Legitima los cruces que tiene últimamente el jazz con el hip hop y la música electrónica?

-Me parecen válidos, siempre y cuando mantengan la esencia del estilo. Lo principal del jazz es la improvisación. Al igual que sucedió en la música clásica, primero aparece la melodía y luego se desarrolla. El jazz es sinónimo de libertad, que es la palabra más importante del diccionario.