Se sabe bastante de él, pero no lo suficiente para construir una biografía. Hay una especie de pacto de silencio que funciona por muchas razones: porque siempre duele arruinar una buena historia –la realidad detrás suele ser prosaica y aburrida--, porque a Orville Peck le está yendo bien con su anonimato pero no tan bien como para que exista una real desesperación por saber su identidad real. Y porque, aunque no se diga públicamente, está claro que Orville Peck no es una celebridad escondida. No hay una estrella de cine detrás de esos trajes dorados y la máscara. Hay un hombre joven y gay, fan de Roy Orbison, Dolly Parton, Johnny Cash y Merle Haggard que entró a la música country con una facilidad asombrosa, sobre todo porque estuvo fuera del closet desde el principio; en el anonimato escribe las canciones más auténticas posibles. Hace unos meses le dijo a la revista Vulture: “Me preguntaba ¿qué quiero ver sobre el escenario? ¿Qué puedo traerle a la música country? Sentía que no había un David Bowie del country. Quería traer esa perfomance y esa teatralidad al género y combinarlas con ultra sinceridad. No es que me compare con Bowie por favor: fue solo una inspiración".

Qué se sabe, entonces: que nació en Sudáfrica y su abuelo era un sheriff de a caballo en KwaZulu-Natal. Y quizá lo mejor sea no seguir indagando por ahí: Orville cuenta que creció en la pobreza y él nunca aprendió del todo a cabalgar pero lo fascinaban los animales y el mito del cowboy como outsider. Se sabe también que fue parte de una banda punk canadiense, como baterista, y que vivió en Londres, donde actuó en piezas clásicas en el West End. En algún momento de todo este intenso periplo su amor por el country superó a la rabia punk. “El country es contar historias”, dice. “Por supuesto en Estados Unidos el género tiene una carga política pero no es una música que no se escuche en otros países: y los de afuera amamos otras cosas, nos identificamos con otras cuestiones. Es un estilo mucho más universal de lo que se piensa”. Peck no ignora que se considera al country como una música conservadora de y para blancos, pero sabe que dentro de ese mar hubo siempre raros y locos y diferentes y diversos: Townes Van Zandt, Waylon Jennings, Blaze Foley, Charley Pride, Rhiannon Giddens, Brandi Carlile, Lil Nas X, Brandy Clark, k.d. lang. Por supuesto, no es un lugar que abrace la diferencia con entusiasmo. Si se lo piensa bien, casi ningún lugar lo es todavía, no del todo –a lo mejor el pop--, a pesar de la retórica, la corrección y los pronombres. Algo de esa timidez de pisar un territorio no del todo conquistado está en Pony, su primer disco de 2019. La tapa era un cortinado rojo sobre el que posaba Orville, los ojos azules serios detrás del antifaz, una especie de flequillo-barba que caía de la máscara para cubrir el resto de la cara. “Dead Of Night” es la canción más importante del disco con un video que señalaría el camino de todo su intenso acompañamiento audiovisual: Orville Peck en lujoso traje rojo que recorre un paisaje de rutas junto a hombres tatuados en habitaciones de motel, chicos afro-americanos andróginos y bellísimos, ancianos que parecen encarnar el espíritu de Johnny Cash en “Hurt” –quizá el momento, con ese cover de Nine Inch Nails, en el que el country le dio la mano a otros géneros, otras generaciones, otras sensibilidades--, chicas que se aman en camionetas. “Turn to Hate” es una canción dinámica que trata de tranquilizar a un chico perdido: el video, con su toro mecánico, su rodeo artificial visitado por todo tipo de personajes, podría ser una noche en el Bang Bang Bar de Twin Peaks.

Pony es un muy buen disco pero todavía se notan los primeros pasos: la voz que no se desata, la modestia de las canciones, el desafío de la imagen pero cierta encantadora incomodidad. Por algo se llama Pony: es un caballo pequeño. ¿Podía crecer a diferencia de los ponys reales? Mucho. Y cuánto.

Ahora mismo, Orville Peck está terminando la gira de Bronco, su disco lanzado en abril pasado. Antes estuvo Show Pony (2020) un EP donde se insinuaba el riesgo futuro. El sonido más expansivo, la voz más decidida y un dúo con Shania Twain, “Legends never die”. En el video él tiene un traje que es como Gram Parsons vía Elton John, puro brillo, y ella tiene un sombrero de cowgirl que arde en plateado y está vestida, entera, en animal-print. Todo grita gay icon y funciona. “No tenés nada si no tenés orgullo”, canta Orville.

Esa confianza ganada de a poco está desatada en Bronco, ya desde la tapa, con el hermoso animal de pelaje negro detrás de Peck, bien plantado, vestido de dorado, la cara tapada como siempre, la arena como oro. “Lloré durante toda la composición del disco” cuenta, inesperadamente. “Estaba en un muy mal lugar de mi vida, tuve que cambiar muchas cosas, hasta me planteé dejar todo. Y empezaron a salir estas canciones, sobre todo durante el aislamiento por el covid, cuando no pasaba nada”. Esta depresión había llegado después de que Lady Gaga lo eligiera para que reimaginara en versión country el ya clásico “Born this Way” y de que “Dead of Night” apareciera en el primer episodio de la segunda temporada de la super exitosa serie de HBO Euphoria, protagonizada por Zendaya. No le iba mal, pero la infelicidad lo consumía. De hecho no tiene problemas en decir que el disco fue “catártico, una especie de liberación y de terapia”.

Bronco es tan triunfal como su tapa. La voz, por fin, suena entre Chris Isaak y Elvis Presley. Ya está en un sello grande: SubPop + Columbia. Y el arranque es irresistible. “Daytona Sand” es un estallido lento y seguro; la letra ya claramente gay: “Rubio grandote, creo que podría haber sido tu hombre/ Miramos los surfers mientras azotan la playa/ arena de Daytona/ Pelo largo, ojos lentos, me gusta tu estilo/ Ninguno de los dos tenemos trabajo/ Hace mucho que no veo a mi banda/ Al menos nada dura demasiado/ Así que vamos a la ruta, rubio grandote/ Llevame a casa a Mississippi”. El video –los videos para Orville Peck no son un accesorio ni un acompañamiento, son parte de su proyecto-- recuerda un poco a Wild at Heart de David Lynch y otro poco a Lana Del Rey. Lo de Lana es lógico: ambos imaginan un Estados Unidos que no existe, literario, narrado, contado en películas y poesía, una apropiación estetizada de ese lugar que nunca estuvo. “The Curse of the Blackened Eye” es la canción lenta y vagamente sensual que recuerda la depresión que estuvo en la concepción de este disco: en el video encarna a la “curse” (la maldición) el actor Norman Reedus, famoso por The Walking Dead. Todo Bronco transpira confianza pero quedan canciones para nombrar, ineludibles: la hermosa balada “Hexie Mountains”, “All I Can Say” con Bria Salmena, una integrante de la banda, que recuerda un poco a la melancolía imposible de Mazzy Starr, la emocionante "Let Me Drown", con una insuperable versión en vivo en Nashville y “Blush”, super sexy, sobre una cara bella recordada en alguna noche perdida, mejillas que se ponen coloradas, menciones a ponerse la montura y cabalgar hasta que llegue la marea y una frase entre la ironía y el deseo: “No sé mucho sobre el amor, pero a veces pruebo”.

Orville Peck no quiere decir qué se viene en el futuro cuando termine su gira y los festivales de verano, en los que le encanta tocar entre otras cosas porque puede sacarse la máscara y estar entre la gente: a cara destapada, nadie lo conoce. Pero si de la tristeza sacó esta joya, aunque nadie quiere que sea desdichado, como cantó Nick Cave, “desde la tristeza se han construido mundos enteros”. Y el mundo de Orville Peck recién empieza.