“Sentada en el colectivo volviendo a casa, casi de madrugada, en la noche vacía y fría, con el celular en la mano, es así como ganan cuerpo mis relatos, es así que ganan color, que cobran vida. Lo que acabo de vivir, todo fresco en mi memoria, el maquillaje corrido, el gusto al forro en la boca, el olor del cliente en mi cara sin importar lo que haga, su olor a hombre tan diferente del mío -¿serán las hormonas? Palabras claves marcantes, que salen a la luz ni bien me pongo a escribir, dientes, lenguas, dedos, labios, una empujando a la otra casi que de forma natural, el texto va saliendo de ese encuentro, pero también desde antes, desde que yo andaba en la calle tramando amores, recibiendo miradas: una travesti que se descubre escritora al intentar ser puta, y puta al bancar a la escritora”, empieza Y si yo fuera puta, de la escritora brasileña Amara Moira, editado por Mandacaru Editorial.

La idea de escribir el libro nació en un blog. “Yo estaba viviendo mis primeras experiencias en la prostitución y sentí la necesidad de escribir para entender lo que yo vivía. Junto a eso, me parecía importante tornar el cotidiano travesti, sobre todo en la prostitución, más conocido del gran público, pues así los prejuicios podrían ser combatidos. Pero eran textos de blog, no libro. Dos años después, cuando llegó una propuesta de publicación, reescribí todos para que fueran más literatura que militancia”, dice Amara a SOY.

Amara Moira nació en Campinas en 1985, se especializó en traducción con una tesis de doctorado sobre el Ulyses de James Joyce. “Tengo una filiación un tanto inesperada. La poesía concreta en primer lugar, con sus propuestas vanguardistas. Por medio de ellos, conocí el Ulyses de James Joyce, libro que cambió mi vida. En paralelo a eso, la literatura obscena siempre me encantó, con sus Marqués de Sade, Hilda Hilst, Gregorio de Matos y las cantigas de escarnio medievales. Pero es importante decir que aprendí mucho sobre cómo utilizar la lengua o cómo contar historias escuchando a mis amigas travestis. No miento si digo que la cultura de las calles fue una de mis principales profesoras”, explica desde Brasil.

¿Y cuáles eran los principales miedos y las ilusiones de cuando pensabas ‘y si yo fuera puta’?

--Llegué a pensar en abandonar mis estudios, cuando empecé en la prostitución. Me sentía entera allá, pues allá mi nombre, mi género y mi existencia hacían sentido. Yo no necesitaba luchar para que me respetaran, al contrario de lo que ocurría en los otros espacios de mi vida, como la universidad y la familia. Eso era bueno, pero eso puede ser una prisión también, pues si existimos solamente dónde nos aceptan, nuestra vida se limita. Obviamente había también la inseguridad de las noches, con sus clientes violentos, la policía, el machismo, la transfobia, la putafobia, el miedo de no conseguir la plata necesaria, cosas que me mostraban la necesidad de no cerrar puertas, la necesidad de continuar construyendo un puente entre dos mundos muy distantes, el de la universidad y el de la prostitución.

Recordás cómo fue tu primer día de trabajo sexual, en el libro lo describís al principio y contás cómo te costó que el resto lo aceptara y también la violencia a la que están expuestas. Hablás de las machiruleadas de los machirulos y decís “Nosotras reventamos todos esos conceptos”, ¿podrías explicarlo?

--Cuando vivimos en un mundo que disminuye nuestro valor como personas y, además de eso, aún trabajamos en un trabajo tan marginalizado, tan tabú, es común que el cliente se sienta dueño de nuestros cuerpos, autorizado a hacer lo que le dé ganas. En estas condiciones, el de la violencia es muy grande. Escribí mucho sobre eso, pero también sobre el deseo que despertamos en estos hombres, deseo que muchas veces les hace odiarnos, porque querrían continuar sin saber que sienten atracción por nosotras. ¿Y por qué? Porque la transfobia convierte el deseo por una travesti en algo abominable. Las normatividades no consiguen vernos ni completamente como hombres, ni como mujeres y eso desestabiliza las identidades de quienes nos desean.

También decís “La felicidad no fue hecha para nosotras, el amor es algo a lo que no tenemos derecho”, ¿cómo se convive con eso?

--Mucha cosa cambió en Brasil desde que escribí ese libro. Aún hay mucho para cambiar, pero ya se perciben transformaciones nítidas: personas trans empiezan a hacerse presentes en todo tipo de espacios como referencias intelectuales, artísticas y profesionales, ya conseguimos cambiar nuestros documentos, vamos descubriendo poco a poca la posibilidad de construir otros modelos de relacionarnos, con otros perfiles de personas; esas y otras cosas nos están permitiendo soñar con un futuro distinto. Todavía somos pioneras, las primeras en casi todos los lugares donde llegamos, pero ya no es posible ignorar que existimos, ya no pueden imaginar una sociedad sin personas trans.

El remate está escrito por Nina León y dice: “Busca también incomodar, interpelar desde todos los frentes. “¿Quién se permite sentir atracción por nosotras, por nuestros cuerpos, nuestras existencias?”, retruca. “Hay que tener la piel curtida para bancarse la ametralladora de miradas”, y Amara, pese a padecerlas en muchos casos, la tiene. Y ahí está, fundándose y refundándose en su cielo y en su tierra por el simple hecho de haber aprendido a confiar en el coraje de nombrarse. Este libro es una muestra de ello”. Me gustaría una reflexión tuya sobre esto.

--Ser travesti es un acto de coraje hoy día, pero me gustaría imaginar que, en el futuro, no será necesario coraje para buscar otras formas de existir, para intentar descubrir la verdad sobre quienes somos.

¿Te identificás con el concepto de transfeminismo? ¿qué aporta el libro al movimiento?

--Sí, me identifico con el transfeminismo y creo que eso aparece por todo el libro. Yo traigo relatos de mi cotidiano como travesti trabajadora sexual e intenté hacer con él que personas que no son trans consigan imaginar lo que pasamos, lo que afrontamos diariamente para poder vivir. Hay que disputar la sociedad, hay que hacerla entender que nuestros dolores no deberían ser sólo nuestros, sino de todas las personas. La transfobia será vencida cuando lleguemos a este punto.

El trabajo de traducción también fue a la vez poético y político. “Empezó siendo un proceso a cuatro manos (junto a la otra editoras Penélope Cháves Bruera), partíamos de la base de que era un libro en portugués, atravesado por una diversidad lingüística que es el Bajubá, una variedad lingüística de la población trans que está bastante difundida en Brasil, mucho por la obra de Amara, pero es bastante clandestina”, dice a SOY, Lucía Tennina, traductora y una de las editoras de Mandacaru, un proyecto editorial colectivo, feminista e independiente, autogestionado por mujeres activistas y académicas de Argentina y Brasil.

Según sus editoras, Mandacaru nació del deseo de encontrar, rescatar, traducir y publicar escritoras cis y trans, afrodescendientes, originarias y también blancas de lengua portuguesa de Brasil, África y Portugal. La palabra Mandacaru proviene del tupí guaraní y hace referencia a la planta del cactus nativa de la región del sertón en el noreste de Brasil, una región cálida y profundamente seca. “En ese territorio, donde la vida es un acto de resistencia, nace el mandacaru con su belleza, fuerza y el rojo intenso de su fruto. Esa es la imagen que nos inspira”, explicaron las editoras.

En relación a la traducción, “había muchas palabras que eran del Bajubá y ahí empezamos el trabajo con Amara, que está especializada en traducción. Nos reuníamos con ella semanalmente para trabajar el texto y ahí aprendimos mucho porque vimos que muchas palabras que suponíamos que eran del portugués tenían muchos sentidos porque también formaban parte del Bajubá, por ejemplo la palabra vicio”, explica Tennina.

Pero sin dudas lo más rico del proceso es que, según dice Lucía, “fue un trabajo que tuvo una dimensión sonora y una lingüística, que se tradujo en una dimensión estética, que pudimos respetar en este proceso colectivo, finalmente a seis manos, con la propia autora. Y respetamos la dimensión política que tiene la utilización del Bajubá en los textos de Amara y es por eso que decimos que traducir es político porque traducir también es respetar una identidad y la diversidad que implica cada identidad”.