“Vamos al cine muy seguido. La pantalla se enciende y sentimos una emoción. Pero habitualmente nos sentimos defraudados. Las imágenes están fechadas y son desparejas. Nos sentimos tristes. No era la película de nuestros sueños. No era la película total que llevamos dentro de nosotros. La película que quisiéramos hacer, o más secretamente, sin duda, la película que queremos vivir”. Esta apasionada declaración de principios no sólo forma parte del legendario monólogo interior de Jean-Pierre Léaud en Masculino femenino (1966), a esta altura todo un clásico de la nouvelle vague. También es su corazón en la medida en que el undécimo largometraje de Jean-Luc Godard –alejado como siempre de todo convencionalismo- no propone otra cosa que esa “película total” que sus personajes creen llevar dentro de sí, “la película que queremos vivir”.

Restaurada en 2016 y presentada en la apertura de Cannes Classics en el 50 aniversario de su estreno, Masculin Féminin representa una suerte de nuevo punto de partida en la filmografía de Godard, que venía del éxito fulgurante de Pierrot le fou (1965), al que de alguna manera parece darle la espalda. Abandona los espacios abiertos y los radiantes colores primarios y vuelve a un blanco y negro grisáceo, eminentemente urbano. Y desaparece de su cine Anna Karina, la actriz de quien acababa de divorciarse y con quien se lo había asociado hasta entonces, al punto de que la primera parte de su obra se la conoce como “Les années Karina”.

Lo que permanece intacto en Masculino femenino es eso que el poeta Louis Aragon ya había definido en Godard como el “arte del collage” y que nunca abandonaría: la interacción de textos, imágenes y sonidos que no pretenden llevar adelante un relato a la manera de una novela decimonónica sino por el contrario subvertir ese modelo narrativo para buscar uno nuevo –fragmentario, digresivo, violento-, acorde al espíritu de su tiempo.

En este sentido, y en muchos otros también, Masculino femenino puede verse como un film documental. Un documental que deja testimonio de la época y el lugar en el que fue rodado, de la juventud parisina de ese momento preciso (“los hijos de Marx y la Coca-Cola”, según un aforismo que esta película popularizó), y de los actores, que nunca llegan a ser de todo personajes, sino más bien ellos mismos, apenas con otros nombres, que Godard toma prestados de las fuentes más diversas, como el de su protagonista, Paul Doinel.

El apellido por supuesto es el mismo del personaje que Léaud inmortalizó a partir de Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, a quien no le gustó mucho la idea, como se lo dijo en una carta que le envió a Godard, cuando todavía eran amigos. Y el prosaico nombre Paul proviene del cuento “La mujer de Paul”, de Guy de Maupassant, que junto con otro cuento del mismo autor, “La señal”, se supone que están en el origen de Masculino femenino, en la medida en que el productor Anatole Dauman se había asegurado los derechos de su adaptación para esta película. Pero Godard ya había hecho en 1955 un corto que bajo el título Une femme coquette era una versión libre de “La señal” y estaba muy lejos de querer repetirse.

En todo caso, en una escena se permite citar textualmente un pasaje del cuento, cuándo Léaud toma en su mano derecha el seno izquierdo de su coprotagonista, la modelo y cantante yeyé Chantal Goya, a su propio pedido. Dice el texto de Maupassant: “¡Mira cómo late mi corazón, cómo salta! Y cogiendo la mano la puso en su pecho, sobre aquel redondo y duro estuche de corazón femenino que satisface frecuentemente a los hombres lo bastante para que no se preocupen de buscar lo que puede haber debajo. En efecto, su corazón latía violentamente”.

Mucho del erotismo, la frivolidad y del humor sutil del escritor francés está en Masculino femenino, que en más de un pasaje puede verse también como una comedia de enredos amorosos, en los cuales el joven Léaud (21 años en ese momento) se ve confundido por las atenciones de tres chicas tan jóvenes como él -Chantal Goya, Marlène Jobert, Catherine-Isabelle Duport-, quienes a su vez disfrutan ambiguamente de sus propias compañías, un escarceo lésbico que proviene también de un pasaje de “La mujer de Paul”, de Maupassant.

A su vez, las intervenciones expresamente políticas –que ya se insinuaban en la condena a toda guerra y en particular a la intervención militar en Argelia que eran El soldadito (1960) y Los carabineros (1963)- aquí empiezan a cobrar más fuerza, como cuando Léaud discurre sobre los paralelismos entre la disciplina militar y el orden del trabajo industrial. O cuando en pleno plan de comedia lunática distrae al chófer de un auto oficial de la Embajada de los Estados Unidos (“¿Todo bien en Vietnam?”, le pregunta) mientras su amigo Michel Debord le pintarrajea la carrocería con consignas antibélicas.

En lo que después se volvió un estereotipo, los típicos cafés parisinos son el escenario privilegiado de Masculino femenino: allí se flirtea, se filosofa, se fuma, se lee, se juega con las máquinas de pinball, se escucha música en un jukebox y hasta se puede encontrar en una mesa a una rubia que se parece mucho a Brigitte Bardot (y que es Brigitte Bardot). Todo eso hace que la película esté a la vez muy fechada y que, sin embargo, paradójicamente, mantenga hoy una rara frescura, como si el espectador estuviera viajando en el túnel del tiempo y descubriera esos escenarios y esos personajes por primera vez.

Brigitte Bardot en Masculino femenino

A esa espontaneidad contribuyen no solamente los actores sino también la manera en que el film está construido, en capítulos denominados “15 hechos precisos”, que nunca llegan a ser quince ni mucho menos precisos. El modo deliberadamente discontinuo del montaje o el modernísimo diseño sonoro, que alterna silencios totales con estallidos de ruidos urbanos e incluso disparos, son parte esencial también de la poética de un film que tiene una escena cumbre, que no incluye a Léaud ni a ninguna de sus amigas.

Es el momento –muy cinéma verité- en el que el protagonista, en off, valiéndose de su trabajo como encuestador social, interroga a una chica de 19 años que acaba de ser “cover girl” de una revista para jóvenes. No sin crueldad (y no sin cierta misoginia, habría que agregar también hoy), Godard titula esa escena “Diálogo con un producto de consumo”. Son seis incómodos minutos sin cortes en los que esa chica –iluminada prodigiosamente por Willy Kurant delante de una ventana, como si se tratara de un grabado flamenco- se siente obligada a responder preguntas sobre los temas más diversos, sobre los que sabe poco y nada: socialismo, control de la natalidad, Frente Popular… Hay una violencia tácita en esa escena, pero también una extraña belleza, como si se tratara un momento en bruto, esculpido no en piedra sino en esa materia única que para el cine es el tiempo.

  • Masculino femenino se reestrena este jueves en los cines Lorca Cinépolis Recoleta, Cinemark Palermo, Atlas Patio Bullrich, Cabildo Multiplex, Showcase Belgrano y Showcase Norte.
  • Acompañando el reestreno en salas de Masculino femenino, el Cine Cosmos repondrá simultáneamente otro film representativo de Jean-Luc Godard, Vivir su vida (1962), en copia totalmente restaurada. Funciones diarias a las 16 y 19.20 horas.