“Las expectativas hacia fines de 2015 eran muy buenas tras luchar por más de una década con un mercado regulado, pero la realidad es que hoy estamos peor. La paridad cambiaria anclada con costos creciendo al 25 por ciento anual hace inviable la continuidad de cualquier industria”. El textual corresponde a un empresario del Alto Valle del Río Negro. Lo notable es que pertenece a una rama industrial, la elaboración de jugos concentrados de manzanas y peras, sector que no sufría regulación alguna, pero los tics de clase son una droga difícil de dejar. La afirmación subjetiva grafica dos cosas: la mala lectura de la realidad económica y las típicas ansias de “los industriales” de atribuir todos los problemas al tipo de cambio. En el caso de la industria juguera, por ejemplo, es que existe mucha menos fruta de descarte y apareció la competencia china en los mercados de destino.

Uno de los caballitos de batalla de Cambiemos durante las elecciones fueron “las economías regionales”, así en modo genérico a pesar de la diversidad. El objetivo real era bajar las retenciones pensando en la Pampa húmeda, pero la idea de desregulación y de poner tope a la demanda de los trabajadores, siempre es música para los oídos de empresarios exportadores, quienes suelen mirar sus estructuras de costos y olvidarse del funcionamiento sistémico de la economía. Luego, cuando ya es tarde para lágrimas, llegan las sorpresas por la contracción de mercados y la destrucción de circuitos.

Veamos algunos números de la región norpatagónica, allí donde según el empresario “la realidad es que hoy estamos peor”. La facturación del circuito frutícola a fines del gobierno anterior rondaba los 1000 millones de dólares, de los que alrededor del 60 por ciento correspondían a las exportaciones y el 40 al mercado interno.

De acuerdo a cifras del Senasa, que difunde cantidades pero no los precios declarados, las exportaciones, tanto en 2016 como en lo que va de 2017, registraron fuertes caídas. En 2016 se vendieron al exterior 306,9 mil toneladas de peras, una baja interanual del 8 por ciento y 87,7 mil toneladas de manzanas, una merma del 17 por ciento. En el primer cuatrimestre de 2017, en tanto, se registran caídas del 14 por ciento en peras y un impresionante 39 por ciento en manzanas. Nótese además que se trata de caídas comparadas contra caídas.

No debe descartarse, siguiendo el patrón de conducta actual del grueso de los exportadores, que los empresarios frutícolas también estén reteniendo ventas a la espera de una devaluación. A modo de comparación, en el primer cuatrimestre de 2017 las exportaciones de harinas cayeron el 40 por ciento interanual, las de trigo el 44, las de maíz el 56 y las de soja el 3 por ciento. Más impresionante, las ventas de aceite de soja cayeron el 83 por ciento.

Regresando a peras y manzanas, si bien puedan encontrarse algunas explicaciones climáticas parciales para las bajas ventas externas, como granizos y asoleados, la potencia y continuidad de los números expresan la declinación del circuito. Panorama que se hace evidente en las chacras abandonadas, la disminución del número de chacareros, el aumento de los problemas sanitarios y los intentos de reconversión hacia actividades agropecuarias no intensivas y de ciclo anual. Los problemas también alcanzan a las empresas empacadoras–comercializadoras que enfrentan problemas de sostenimientos de los costos fijos frente a la caída de los volúmenes de venta y por el shock tarifario.

En cuanto al mercado interno, si bien no se dispone del detalle agregado, de la consulta a los actores surge que las ventas mostrarían una caída en consonancia con la contracción del consumo, cuya demanda promedio de los últimos años llegó a alcanzar las 150.000 toneladas anuales de manzanas y entre 50 y 80 mil de peras.

Cuenta la leyenda que la caída de la demanda interna estaría agravada, aunque sólo en el margen, por las importaciones vinculadas fundamentalmente a los circuitos del capital supermercadista. De acuerdo a datos del Senasa, durante 2016 se registraron importaciones de manzanas por casi 3 mil toneladas, mientras que en los primeros 5 meses de 2017, se compraron al exterior 871 toneladas. A modo de comparación, las importaciones totales de 2015 fueron de apenas 113 toneladas. Dicho de otra manera, aunque el aumento de las compras al exterior marca una tendencia, resulta marginal frente a la oferta interna total, aunque siempre sirva para azuzar en el debate por el tipo de cambio.

El balance sectorial de los primeros 18 meses indica que, tal como lo prevé la buena teoría, la exportación de productos tomadores de precios en los mercados internacionales no se expande como respuesta a una devaluación, la que inicialmente fue del 40 por ciento y que se vio potenciada por la eliminación del 5 por ciento remanente de retenciones. El beneficio cambiario se limitó al efecto riqueza para el capital exportador y sólo se sintió de lleno en la primera temporada (2015-16), para licuarse parcialmente ya en la segunda (2016-17) frente a la disparada de los costos internos, entre otras razones por el shock tarifario.

De ninguna manera una nueva devaluación servirá para superar los problemas estructurales del circuito, los que en realidad se explican por los bajos precios recibidos por la producción primaria como resultado de un sistema de comercialización oligopsónico. Los bajos precios primarios, entonces, son un resultado endógeno del circuito, producto de las relaciones de poder entre los actores, que redunda en estancamiento y caída de la producción y veda el ingreso de nuevas inversiones. Dicho de manera rápida, un dólar a 80 tampoco resolverá los problemas de la fruticultura. Si el precio de la primera venta no alcanza para conseguir la reproducción simple del capital, todo el edificio se derrumba. Dado que de los 15 mil productores independientes que existieron en la etapa de auge hoy quedan menos de mil, el derrumbe ya se produjo. Aunque el proceso tiene más que 18 meses, la actual administración agravó el panorama.