El aumento de los ciberdelitos ya es tema de diarios y programas prime time. Se cuentan historias de spyreware malignos que te “chupan” las informaciones de tus tesoros: datos bancarios, fotos e imágenes, textos y confesiones o historias de ransonware que secuestran parte de tus valiosos datos y piden rescate. Luego de acontecido el suceso, nos recriminamos haber dejado en lugares evidentes lo que más nos importaba pero justificamos nuestro descuido por la infinidad de claves que nos azotan en nuestra vida cotidiana y el carácter frágil de la memoria humana. Entonces preferimos que las claves se guarden automáticamente o las anotamos en algún bloc dentro del mismo celular. Los espías las localizan fácilmente y así, como viudas negras, te duermen y desvalijan. Se escuchan historias como éstas por bares y charlas de café en todo el planeta.

Se meten sin permiso en tu celular robando esos pases mágicos de entrada. Como en la historia antiquísima de Alí Babá: “...un pobre hombre que vivía con su esposa en una ciudad de Persia y un día se internó en la selva para cortar leña. Vio entonces una banda de cuarenta ladrones, y se subió a un árbol para ocultarse cerca de una gran roca, y los ladrones llegaron hasta esa roca gritando: “Ábrete Sésamo”. Y la puerta se abría, y ahí dejaban sus tesoros, el oro y la plata robados. Y luego salían gritando: “Ciérrate, Sésamo”.

Las claves pueden ser robadas pero también olvidadas. Como llave en puerta, tiene que ser ésa y sólo ésa, no recordarla siempre llena de angustias y desasosiegos. Esa fórmula resulta esencial para no caer en problemas, si la olvidamos (o no estamos seguros), empezaremos a probar desesperados, primer intento fallido y al tercero, por nuestra seguridad, se bloqueará el acceso y nada qué hacer, tendremos que demostrar que somos nosotros los dueños de nuestros tesoros.

Por suerte está el celular, con tu huella, "tu patrón", el reconocimiento facial, por suerte creemos en la tecnología, en los certificados de fabricación, garantía y uso. Por suerte existen los antivirus, el firewall. Ella quiere nuestro bien que es, ante todo, nuestra seguridad. Por eso nos pide tantas claves, cada tanto tiempo hay que cambiarlas, por esa misma seguridad que finalmente nos llena de inseguridad. Son tantas que nos superan y las tenemos que anotar, y ¡qué mejor lugar que en el mismo celular! La tecnología nos hace cada vez más dependientes.

Algunos lo toman con naturalidad, creen en la tecnología, la sienten como una continuidad de las manos, esperan una nueva app inviolable, guardadora de claves; en definitiva, desean una feliz interface entre un software y lo concreto de sus posesiones. Robar u olvidar son los dos términos que nos hacen sentir vulnerables. Al menos, tenemos una seguridad: ese celular es el nuestro. Pero ahí nos invade una duda incómoda: ¿el celular sabe que es nuestra pertenencia? Parece no alcanzar con llevar la correa bien agarrada a la mano.

Cualquiera en este preciso momento podría estar metiéndose en él, continuamente tenemos que dar pruebas de vida, por más que estés aquí tan seguro de que sos el dueño y que te pertenece. Tendrás que probar título de propiedad, no alcanza con que grites de ira y angustia intentando sobreactuar: si te olvidaste alguna de las cientos de claves, ¡fallaste! era lo único que te pedían, un pequeño acto de responsabilidad. Pero si te la robaron, no alcanzará con ser una víctima, primero debes atestiguar por tu honra no ser Alí Babá, quien "ha robado a ladrones" y no estar intentando engañar la primera norma: la seguridad de que ese celular sea tu garantía, tu fiador.

Los defensores de la tecnología no ven nada nuevo bajo el sol. Se trata de una continuidad, ejemplifican: antes eran llaves y candados, y antes de antes pozos en la tierra, y hasta hace poco encontraron en Las Parejas, provincia de Santa Fe un tesoro en el fondo de un ropero antiguo. ¿Por qué no aceptar ahora claves alfanuméricas? Se trata sólo de adaptarse a las tecnologías y formas de recuperación de claves de cada tiempo histórico.

 

La tecnología es la manera de hacernos más fácil la vida, imprescindible extensión de nuestra pulsión de autoconservación, que finalmente no es sólo conseguir alimento cada día sino la seguridad de que mañana tendré eso, y seguro que pasado mañana, también. Ya no se trata de alimento sino del valor del tener y de la acumulación, sin correlación con ninguna materialidad, de ningún objeto concreto sino pasar el dedo en esa viscosidad, en esa pantalla touch que debe reconocerme cada mañana: poseo la clave y mañana la tendré como hoy en tanto no la cambie, no la olvide, no la roben. Esta sociedad del panóptico digital nos llena de miedos e inseguridades, de que las olvidemos, de que nos sigan para escucharnos cuando digamos "ábrete Sésamo", una sociedad que se postra frente a los mandamientos digitales y uno fundamental: no olvidarás las claves de tu celular pues tú eres esa clave.

Martín Smud es psicoanalista y escritor.