Gutenberg ha sido considerado un héroe de la modernidad. La invención de la imprenta, es decir, la invención de la reproducción mecánica de los textos con caracteres móviles y una prensa para imprimir, fue evidentemente considerada como la apertura de la modernidad. Muchos más libros podían ser publicados y ser adquiridos por más lectores; mientras que el mismo lector podía leer más libros que cuando existía solo la publicación manuscrita. Entonces, desde el siglo XVI, Gutenberg aparece como un héroe de los tiempos modernos, el fundador de la ruptura con el mundo medieval. Esta figura la podemos encontrar hasta el XIX en las fiestas, celebraciones y alabanzas a Gutenberg, pero requiere matices. La primera es que la invención no se atribuyó siempre a Gutenberg, sino que a otros inventores. No importa mucho esta controversia sobre el autor de la invención, pero sí muestra que en el siglo XV aparecieron la necesidad y la búsqueda en varias partes de Europa de una invención técnica que permitiera la multiplicación de los ejemplares de un mismo libro de manera más amplia y más rápida que la copia manuscrita. De ahí las propuestas de Johan Fuss en Alemania, de Prokop Waldvogel en Aviñón, de Laurence Coster en Ámsterdam como competidores de Gutenberg, el que finalmente ganó el combate de esta controversia.

Pero es claro que la multiplicidad de estas figuras de inventores de la imprenta indica un momento histórico en el que las nuevas técnicas de la metalurgia hicieron pensable y posible la reproducción mecánica de los libros. La segunda observación es que la imprenta, definida como composición con caracteres móviles e impresión con una prensa de mano, no impide otras formas tecnológicas para realizar lo mismo. En Europa, a partir del siglo XIX, la industrialización de la imprenta introdujo una ruptura fuerte, especialmente desde 1810-20 en Inglaterra con las primeras prensas de vapor. Y después, a finales del XIX, la mecanización de la composición tipográfica es otra transformación técnica fundamental. De igual modo, se debe considerar la discusión clásica sobre la invención de la imprenta en el mundo asiático, en China y en Corea, antes de Gutenberg. Es verdad que desde el siglo XI se imprimían textos en China a partir de caracteres móviles. Pero no era una técnica bien adecuada por el gran número de caracteres de esa lengua y es la razón por la cual fue utilizada solamente en el palacio imperial o los grandes monasterios. La técnica común era diferente: sin caracteres móviles ni prensa de imprimir. Se imprimían los textos a partir del grabado de estos en planchas de madera y posterior presión de las hojas de papel puestas sobre la plancha. Entonces, no debemos pensar solamente la imprenta en los términos de Occidente. La xilografía permitió una larga cultura impresa en China, en Corea y, después, en Japón, sin caracteres móviles ni prensa de imprimir. Gutenberg inventó una nueva forma de reproducción de los textos, pero no inventó una nueva forma de libro.

El famoso libro de Lucien Febvre y Henri- Jean Martin, de 1958, cuyo título es L ’Apparition du livre, se dedica enteramente a medir las consecuencias de la invención de Gutenberg, del libro considerado como “mercancía”, que es el título de la primera parte de esta obra, y su rol en el Renacimiento y la Reforma protestante. Su título es particularmente desdichado porque supone que es con la imprenta que “apareció”, nació el libro. Era la idea de Febvre. Pero desde mucho antes que Gutenberg existían libros con la forma del cual el libro impreso fue heredero. Me refiero a la forma del códex o códice, el libro que está compuesto por hojas de papel doblada y encuadernadas y que se instaló como la forma dominante del libro entre los siglos II y IV de la era cristiana, sustituyendo a los rollos de los Antiguos. Ahí sí hay lo que podemos llamar la “aparición” del libro, si entendemos por libro un códex, como en el caso del inglés book, que se refiere solo a esta forma material. En nuestras lenguas hablamos de los libros griegos y romanos, pero estos libros no tenían nada que ver con un códex. Esta invención de los primeros siglos de la era cristiana es tal vez más esencial para la cultura escrita que la invención de Gutenberg, porque es con el códex manuscrito que fueron posible prácticas de lectura y relaciones con los textos que eran prácticamente imposibles en los rollos. En primer lugar, escribir mientras se lee. Esto es imposible para el lector de un rollo, porque sus dos manos están movilizadas por los dos soportes del texto. Si quiere escribir, debe cerrar el rollo y liberar una de sus manos, como lo vemos en algunos de los frescos de Pompeya. Una segunda diferencia es que era imposible establecer índices en un rollo porque no tiene páginas o folios, ni hojearlo, porque no tiene hojas; entonces, era muy difícil la identificación de un fragmento en particular. Las nuevas posibilidades abiertas por el códex explica por qué las comunidades cristianas, si bien no fueron las primeras ni las únicas que los utilizaron, sí fueron quienes lo adoptaron rápida y masivamente, pues el cristianismo es un religión que compara el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento en la lectura tipológica; una religión que extrae fragmentos para el culto, para la predicación, para la oración; de modo que estas comunidades encontraron en el códex un instrumento mucho más cómodo para este tipo de prácticas que los rollos. La tercera diferencia es que una obra de cierta importancia está dividida en varios rollos, mientras que un códex puede abarcar varias obras. Entonces, se invierte la relación entre obra y libro.

Una obra, como las Historias de Tito Livio, o los textos filosóficos, se diseminaban en varios rollos, lo que explica por qué cuando se copiaron en las formas de códices los rollos de la Antigüedad en los monasterios –entre los siglos VI y IX- y faltaban algunos rollos, faltaban partes de la obra. Esta es la razón por las que tenemos muchas obras incompletas de la Antigüedad, a menudo sin sus primeros “libros”, en el sentido de “partes” de la misma obra. En cambio, el códex engordó progresivamente y abarcó más obras en un mismo libro. Vemos aquí una relación completamente diferente entre libro y obra. Esta invención, aunque no tiene su Gutenberg, pues no sabemos quién inventó el primer códex, sí tiene una enorme importancia en la larga duración de la cultura escrita, aún más fuerte que la invención de Gutenberg.

La última observación sería que la invención de la tipografía no implicó una desaparición de la cultura manuscrita. Después de la invención de Gutenberg, la gente siguió escribiendo informes, cartas, diarios, memorias, etcétera. También se mantuvo la edición manuscrita, porque para algunos géneros la forma manuscrita permite una circulación más controlada de los textos, asegura la apertura de libro, que se puede aumentar sin fijar su contenido, y autoriza una circulación más discreta de los textos heterodoxos o heréticos.

En los últimos veinte a veinticinco años, la historia del libro hizo hincapié en los diversos géneros de la publicación manuscrita en la era de Gutenberg: antologías poéticas, libelos políticos, textos protestantes en países católicos, textos jansenistas en Francia, textos radicales de la ilustración, “libros filosóficos” como decían los libreros, o textos que mezclaban erotismo y filosofía. Todos esos géneros circularon ampliamente en forma manuscrita.

No quiero destruir la fama de Gutenberg con mis palabras. Pero, evidentemente, el impacto de la invención de Gutenberg, que algunos historiadores como Elizabeth Eisenstein consideran como una verdadera revolución que dio a los textos conservación, fijación y multiplicación, se debe matizar desde la perspectiva de una historia de más larga duración de la cultura escrita, haciendo hincapié en la coexistencia, durante el mundo gutenbergiano mismo, de varias formas de publicación.