Una filósofa, Esther Díaz, y una directora de cine, Albertina Carri, fueron convocadas antes de la pandemia a participar de un evento en el Centro Cultural Kirchner, en el marco del Proyecto Ballena. Consistía en intercambiar correos electrónicos sobre el tema de la memoria y luego convertir esos textos en una especie de performance. No se conocían, aunque estaban al tanto de la actividad pública de la otra. El covid irrumpió y los encuentros se enrarecieron, los cuerpos se ausentaron, los miedos se dispararon, pero el diálogo por escrito continuó fluyendo entre ellas con una periodicidad de quince días entre cada envío. Lo que comenzó como un encargo devino descubrimiento y aventura.

Ese intercambio se convirtió en el libro Las posesas (Caja Negra). En cada mail “se nos fue la vida”, coinciden las autoras. Nunca pasaron de dos o tres diarios. Algunos de ellos les llevaron horas de escritura y no por una demanda de extensión, precisamente. Ambas evocaron episodios de sus vidas personales, pero también acudieron a artistas, pensadores, libros y películas queridos, que dispararon emociones e ideas que incentivaban a la compañera de correspondencia a nuevos sentimientos y reflexiones. El afecto fue creciendo y floreciendo entre ellas, mientras el mundo estaba en estado de emergencia y la gente enfermaba y en muchos casos moría. La performance nunca ocurrió, pero sí grabaron un podcast. Ellas ya estaban poseídas y decidieron continuar.

Albertina Carri, directora de cine (No quiero volver a casa, Los rubios, Barbie, Las hijas del fuego) es también guionista y productora. Hija del sociólogo, ensayista y fundador de las Cátedras Nacionales, Roberto Carri, quien junto a su esposa Ana María Caruso (madre de Albertina) militaban en la organización Montoneros. Cuando la cineasta tenía 4 años, sus padres fueron secuestrados por la última dictadura cívico-militar.

Esther Díaz es filósofa y escritora. Tiene numerosos libros publicados (Posmodernidad, Filosofía Punk una Memoria, Entre la tecnociencia y el Deseo, entre otros) Sus hijos murieron (ella a los 50 y él a los 55 años). “El duelo por los hijos es una cosa inefable, un horizonte de sentido que, aunque no tengas consciente todo el tiempo, te ataca en cualquier momento. Mi vida, desde que mis hijos han muerto, es como una sinfonía en sordina”, contó. 

 Desde esas ausencias también puede leerse, no solamente, la parte 2 de Las posesas, que se inicia con la Apertura La iniciación de la posesión, continúa con la parte 1 El tiempo y la memoria y concluye con Las pérdidas o las perdidas. Esos vacíos alguna vez habitados que dejan quienes estuvieron cercanos en nuestras vidas por lazos de cosanguineidad o por elecciones afectivas y nunca más estarán por decisión ajena, inapelable, crean una atmósfera que despliega en el cuerpo una tristeza y un anhelo que convive con los proyectos creativos, las risas con otres, la marcha de la existencia. Cita Carri a Scott Fitzgerald en una carta a su hija: "El sentido sabio y trágico de la vida (…) . Con ello me refiero a lo que se oculta detrás de toda gran trayectoria, desde Shakesperare a Abraham Lincoln, y remontándonos en el tiempo hasta donde haya libros que leer: el sentido de que la vida es básicamente una estafa y que sus condiciones son las propias de una derrota, y que las cosas que redimen no son la felicidad y el placer, sino las satisfacciones más profundas que se derivan del esfuerzo”.


¿Quién las convocó para participar del evento cultural que, aunque se suspendió, terminó uniéndolas?

E.D.: Nos convocaron el 10 de marzo de 2020 para que durante diez días nos escribiéramos entre tres y diez mails por jornada sobre el tema “la memoria”. La idea era que el 24 de marzo realizáramos una performance ante público en el CCK. Pero el 20 de marzo se declaró la cuarentena. Entonces, Liliana Viola -que es quien nos había invitado- nos propuso que hiciésemos un podcast. Cada una grabó desde su domicilio y se difundió como “Correspondencia abierta”. Esa es la primera parte del libro Las posesas, “El tiempo y la memoria”. Luego Caja Negra nos propuso una segunda parte, pero quincenal. Surgió “Las pérdidas o las perdidas”, entre Buenos Aires y Berlín, que es donde estaba en ese tiempo Albertina.

A.C. Toda la responsabilidad del inicio recae sobre Liliana Viola. Y de la persistencia, sobre Caja Negra. Nosotras solo fuimos unas marionetas de esas voluntades (risas).

Escribe la directora de Los rubios: “Buñuel no puede estar más presente en estos tiempos de memoria sin cronología que habitamos en estas letras y en el encierro al que esta guerra bacteriológica nos obliga a profesar. ¿Estaremos viviendo en El ángel exterminador? Me gusta mucho la cita de Barthes, en especial cuando dice: Todo es solemne. Creo que nuestra química se debe un poco a eso, a que compartimos cierto humor y por eso pudimos cruzar a Pasolini con los griegos y a Buñuel con Barthes y contarnos recuerdos de índoles diversas. Y además ¡qué terrible es ese momento de la vida cuando todo se ve solemne, desproporcionado! Es un momento en que la memoria se pone en pausa, y el presente, ese instante en que esperamos SU llamado, SU mirada, tiene la virulencia de un temporal.”

¿Saben o imaginan por qué las eligieron como dupla de intercambio?

E.D.: Yo no lo sé y me gustó tanto el ofrecimiento que ni se me dio por imaginar o preguntar. Me apasionó la idea. El único antecedente que tenía de Albertina es parte de su desgarradora historia personal y su singular historia familiar, además de admirar su obra cinematográfica.

A.C.: Supongo que por el trabajo que cada una había realizado en sus medios de expresión. Porque en la cruza, que era muy anticruces, era evidente que se podía configurar un monstruo dispuesto a arriesgarlo todo.

¿Qué suponía cada una de la otra? ¿Y qué confirmaron o se desmintió cuando se fueron conociendo?

E.D.: En mi caso había un poco de temor, eran prejuicios, Albertina realmente tiene una personalidad muy definida y contundente, pero es dulce, inteligente y sumamente responsable. Tan pronto como comenzamos el intercambio epistolar, sentí afecto y me alegró su nivel intelectual, su pasión por la escritura y una compartida pasión por investigar. Creo que eso es lo primero que nos acercó, como diría Platón: su amor por el saber (en realidad sería por la verdad, pero eso lo discutimos bastante en el libro).

A.C.: Yo creía que Esther era alta y que tenía unas alas negras en su espalda que se pudieran desplegar como las de Angelina Jolie en Maléfica. Pero cuando la vi en persona comprobé que tenía mi altura y que su boca era una tela áseptica y negra, los ojos unos cristales también negros y el pelo azabache iba remarcado por un contorno de piel blanquísima que daba la forma final a todos esos elementos: una máscara. Lo supe ahí nomás, ¡Era una replicante! No era, como yo había creído, una aleación de animal salvaje con humana. Venía de otro planeta y había sido enviada a esta tierra para una misión fantástica. Debía estar muy atenta y así me mantuve a partir de ese momento.

Escribe Esther: “Tus reflexiones sobre el amor, o no sabemos qué, en nuestra extraña relación, me llevaron a la idea de ‘ascenso y descenso del alma por la belleza’, de Platón. Lo que se busca en ese ascenso es el verdadero amor y se descubre que el verdadero amor es el amor a la verdad. Una vez que cogiste con la verdad te deja preñada de saberes. Ese es el momento en que comienza el descenso para desparramar amor. El eros productivo es una tensión entre el deseo como carencia y la idea de amor absoluto. Esa carencia produce anhelo de ‘posesión’ y la subjetividad enamorada comienza su camino. Primero ama un cuerpo bello, pero como amante de la verdad, es decir, de la belleza, ama más bien su alma, porque es imperecedera. Aunque si en realidad busca el amor, lo extiende a todos los cuerpos y a todas las almas.”

Ustedes se intercambiaron mails con un profundo grado de intimidad. ¿Por qué piensan que se lanzaron de esa manera a abrirse a la otra?

E.D.: Un milagro de la creación. Se produjo una especie de epifanía y simplemente la disfruté. Nos fue dado -¿por las musas?- un nivel de comunicación intenso en el que me zambullí sin preguntar. Jugueteé con la idea de ser una dupla al estilo de Deleuze y Guattari. Apenas se conocían cuando comenzaron a coescribir e hicieron cinco libros de manera epistolar

A.C.: La había visto en la explanada de un cine en la Ciudad de Mar del Plata, levantando los brazos a un cielo estrellado y despotricando contra el patriarcado cinematográfico. Había leído parte de su obra. Sabía que cada palabra que escribiese en un sentido de lo íntimo, sería una oportunidad para abrir nuevos mundos. Ir hacia otras formas de interpretación. No solo hacia eso que estaba ahí afuera, sino hacia aquello más difícil de revisitar con la mirada límpida, que es la propia experiencia.

¿Qué pasó cuando se conocieron con los cuerpos presentes? ¿Qué sintieron? ¿Estaban nerviosas en la previa? ¿Dónde se encontraron? ¿Cómo fue ese momento?

E.D.: Durante la primera parte del libro no hubo ningún encuentro presencial. Nos conocimos personalmente cuando se comenzó a abrir el encierro sanitario, en un bar de Puerto Madero, frente al agua, disfrutando del cielo soleado y planeando la continuación de la escritura de este libro. Me sentí tensa. Al menos en mi caso, era más apasionante escribirnos. Recién ahora puedo relajarme y disfrutar de su compañía. Le seguía teniendo un poco de miedo (risas).

A.C.: Fue una desilusión descubrir que no era una bestia salvaje, pero fue un alivio saberla replicante. Aunque también descubrí, que del planeta del que venía, conocimiento y escucha tenían una ligazón consistente, aunque a la par necesaria. Eso hizo que mis caprichos sobre la potencia de lo agreste se desplegaran con confianza hacia los nuevos territorios que se abrían entre palabras.

¿Se siguieron viendo o la relación concluyó con la aparición de Las posesas?

E.D.: La relación presencial comenzó justamente al terminar el proceso escritural. En estos momentos estamos como las siamesas que diseñó Alejandro Ros para la tapa del libro. Nos juntamos para sesiones fotográficas, para reportajes, para viajar a presentaciones por el interior y ¡por fin! también por el simple placer de estar juntas, tomarnos un té o unos vinos, comer, charlar y pensar un poco en un futuro libro.

A.C.: Sí, claro que nos seguimos viendo. Su misión es súper ultra compleja, delicada, secreta y mutante. Tengo que mantenerme cerca para ir dilucidando sus intenciones sobre las especies que habitamos esta comarca.

¿En qué las cambió esta experiencia?

E.D.:  A mí se me expandió el universo simbólico. Creo en la frase de Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Durante lo más intenso del intercambio Albertina me abrió puertas a autores, películas y experiencias diferentes. De modo que, parangonando al filósofo, podría decir “Los límites de mi lenguaje posterior a Las Posesas son los límites de la ampliación de mi mundo”.

A.C.: Estoy iniciando una conversión hacia algunos de los perceptos que Esther desparramó durante la posesión. Me siento cada vez más libre debido a sus conceptos y su generosidad. A veces temo que me devore, pero esa fantasía se desvanece cada vez que nos acercamos y su templanza me cobija.