Producción: Natalí Risso

------------------------------------------------------------

Las golondrinas de Massa

Por Martín Burgos (*)

La economía argentina es en verdad dos economías, una que florece en otoño y otra que pierde sus hojas en primavera. Esa metáfora no tiene que ver con el clima, claro, sino con otro tipo de verdes, que es el color de los dólares. Pero a la vez tiene que ver con el clima, ya que esa estacionalidad de la economía se debe a que, como en el medioevo, la economía argentina tiene un ritmo marcado por los tiempos de la siembra y la cosecha de su principal producto de exportación: la soja.

Cuando esta se cosecha al final del verano, si las lluvias fueron suficientes, pero no demasiados, y si el sol hizo lo que tenía que hacer, entonces el otoño proveerá el país de dólares, se incrementarán las reservas internacionales, se podrá hacer un amplio uso de esas reservas para alimentar el resto de la economía en primer lugar del cual las importaciones de insumos y maquinarias para la industria. Pero cuando asoma la primavera, entonces se acaba el ingreso de dólares, la economía debe ralentizar, y se abre la temporada de corridas cambiarias.

Esa estacionalidad de la economía argentina constituye un disfuncionamiento grave que es causado por la falta de diversificación de nuestras exportaciones, la falta de financiamiento externo fluido, pero también porque parte de esas divisas se dilapidaron en una gran fuga de capitales durante el macrismo, y con el pago de distintas deudas durante este gobierno, destacándose la deuda privada.

Las excelentes noticias en términos de producción y empleo que tuvo Argentina en estos años, recuperando gran parte de lo perdido durante el macrismo y la pandemia, lejos de mejorar la situación la empeoraba, ya que la mejora del consumo y la inversión redundaron en desmejoramiento de las cuentas externas que no pudieron ser compensadas por la mejora en exportaciones y en inversión extranjera directa, a pesar del buen desempeño de esas variables.

De esa forma, a pesar de haber logrado dos superávits comerciales históricos en 2020 y 2021, nunca se pudo lograr la acumulación de reservas necesarias y se fue achicando el horizonte temporal de la economía hasta el actual en el cual hay relativa abundancia en otoño y una cruel escasez en primavera.

No es extraño que con ese acortamiento de la temporalidad económica los niveles de inflación se hayan vuelto insostenibles, cerrando con 7 por ciento el mes de agosto 2022. Esos niveles de nominalidad preocupantes son los que obligaron el gobierno a un cambio de ministro de economía, asumiendo Sergio Massa como un empoderado coordinador del área y como comunicador experimentado de las políticas económicas.

En sus primeros anuncios, Massa se orientó a mejorar la situación de las reservas a través de un cambio en las condiciones de liquidación para los exportadores de soja (el “dólar soja”) y la búsqueda de fondos frescos en Estados Unidos. El “dólar soja” parece haber sido una política adecuada para un momento en el cual, entre la espada y la pared, el gobierno tenía escaso margen de maniobra. Es muy importante que este esquema no se prolongue, sino puede afectar los precios de los alimentos dado que las rentabilidades relativas se ven impactadas por la medida y podría trasladarse a productos de consumo local. También es posible que la dolarización de los productores tenga algún efecto sobre los dólares financieros y agrande la brecha, dado que no se ha puesto regulación al respecto. Pero lo relevante es que esta medida se fundamenta en resultados concretos en términos de acumulación de dólares, cosa que se está logrando.

Respecto a los dólares que debía traer el Ministro de Estados Unidos, debemos resaltar los fondos destrabados por el BID y el Banco Mundial cuya suma podría llegar a completar 2.000 millones de dólares que junto a los resultados de la liquidación de soja acercaría Argentina a las metas comprometidas con el FMI de 6.000 millones de dólares para este segundo semestre.

Esto permitiría a Argentina llegar con los dólares suficientes hasta la próxima cosecha y de esa forma despejar las necesidades de dólares hasta las PASO de 2023, evitando una devaluación que varias economistas –incluso heterodoxos- pedían a gritos. Entendemos que la situación actual no amerita un ajuste si se logra juntar los dólares para poder seguir creciendo, pero se debe hacer un manejo prudente de las reservas, de lo contrario estos dólares serán una simple golondrina: para que se transformen en primavera el gobierno deberá enfocarse en priorizar las inversiones de las pymes y no repetir los errores de 2020 y 2021, donde el apetito de los grandes grupos económicos se devoraron las reservas y nos llevaron hasta este punto.

(*) Coordinador del departamento de economía política del CCC.

----------------------------------------------------------------------

Consolidar las reservas

Por María Florencia Ojea (*)

La gira de Sergio Massa por Washington trajo algunos logros políticos y anuncios en materia económica, pero sobre todo trajo dólares. 3.000 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y 900 millones del Banco Mundial (BM) se suman a la pesca de divisas para robustecer las reservas raquíticas que tiene el Banco Central para hacer frente a sus obligaciones. Y es que, con mayor o menor nivel de premura, antes Guzmán y Batakis, y ahora Massa, tiene que hacer frente a dos problemas medulares de la Argentina: la inflación (y la consecuente pérdida del poder adquisitivo de los salarios) y la escasez de dólares (fundamentalmente marcada estos meses por el incremento del precio de las importaciones energéticas). No debe sorprender además que, sin éstos últimos dólares, combatir la suba de precios se torna lejos de una guerra, más bien una pelea de escarbadientes.

Ahora bien, la necesidad de juntar dólares y consolidar las reservas internacionales no es un capricho. Éstas sirven tanto para intervenir en el mercado cambiario e influir en el tipo de cambio; para cancelar toda deuda existente en moneda extranjera - pública y privada - y para pagar las importaciones necesarias para la producción. Nada más y nada menos que el sostén de la actividad económica y la generación de empleo. Y en el contexto actual, no debe olvidarse: consolidar las reservas es no sólo una función del BCRA sino una meta a cumplir en el acuerdo con el FMI.

Pregunta obligada ¿cómo obtenemos esos dólares? Acá aparece una primera cuestión: no es lo mismo generar dólares que conseguir dólares, y Massa ha adoptado una estrategia para ambas tareas. La generación de dólares proviene del aumento de la producción de bienes y servicios que a su vez nos permiten exportar e ingresar divisas. En ese sentido, Argentina alcanzó un récord histórico en materia de exportaciones en el primer semestre del año pero el Gobierno tuvo que sentarse a negociar con una parte del sector agroexportador que decidió guardarse esos dólares - o “ahorrar en granos” - de cara a pelear por una mayor rentabilidad. De allí, el denominado “dólar soja” y los incentivos a las cerealeras como estrategias para acelerar las liquidaciones de soja, con un resultado de 500.000 toneladas comercializadas y 1.075 millones de dólares liquidados en la primera semana.

Una medida por demás generosa, pero que debe sopesarse porque permite no sólo engrosar reservas sino recaudar en términos fiscales (dado que sobre esas exportaciones se aplican las retenciones); una medida que refuerza la rentabilidad de un sector con poder relativo para presionar y que implica una mayor emisión, pero que traerá un retorno adicional que se trasladará a una también necesaria política de ingresos. Un recordatorio de que la economía es política.

La segunda estrategia entonces tiene que ver con la obtención de dólares “por fuera”, a través de endeudamiento o de financiamiento externo. En este marco se explica, más allá del respaldo en términos políticos, la contundencia de los desembolsos destrabados en la gira por los Estados Unidos. Argentina tenía acuerdos establecidos con anterioridad con diversos organismos internacionales, pero del dicho al hecho hay un trecho, y ese camino hoy lo transitó Sergio Massa. Así, el BID se comprometió a desembolsar unos 3.000 millones de dólares este año, de los cuáles 1.200 son de libre disponibilidad e irán directamente a las reservas del BCRA, y el resto a programas específicos. En momentos donde el tiempo es aliado, es importante destacar, que, de ese monto, 700 millones llegarán este mes. Por su parte, el Banco Mundial aportará 900 millones de dólares que también tendrán un destino específico para programas como la Asignación Universal por Hijo, capacitaciones laborales, obras de saneamiento y salud, de los cuales 500 arribarán durante este 2022. Estos fondos se suman a las inversiones acordadas con empresas como Chevron y Total destinadas a proyectos productivos estratégicos para el país.

El desafío estará en ver si esta triple inyección de dólares proveniente del incentivo vía dólar soja, los desembolsos del Banco Mundial y los del BID contribuyen a alcanzar la meta trazada por el FMI, de 5.800 millones de reservas para el 2022. Si bien en el segundo semestre desaceleran las importaciones de energía por cuestiones estacionales, se prevé un monto considerable de salida de divisas fruto de la cantidad de argentinos que viajarán a Qatar para el mundial de fútbol.

En definitiva, los dólares provenientes del financiamiento externo y que le dan cierta holgura al Gobierno, ciertamente no resuelve la presión devaluatoria ni garantizan un eventual salto del tipo de cambio, pero permiten mermar la presión de ciertos sectores con poder de fuego. Y, sobre todo, le devuelven la toma de las decisiones al Estado que, poco a poco, deja de estar con la soga (y la soja) al cuello.

(*) Analista Económica e Investigadora de CEPA.