El atentado contra Cristina Fernández es intolerable, rompe estructuras democráticas de lo pensable y agrede a toda la sociedad que aceptó el resultado de las elecciones.

Los términos y la manera de articular la voz de José Derman, titular del centro cultural neonazi, alabando el atentado, tiene una similitud muy llamativa con los discursos de Milei.

Sin embargo, en la búsqueda por empatar la cuenta del odio -ese acto reflejo liberal de las dos campanas y los dos demonios- está el supuesto de que los discursos de odio tienen todo que ver con insultos y nada con las desigualdades de la sociedad en la que circulan.

Es verdad que desde el kirchnerismo también se retoman discursos de odio, pero no cuando se califica de manera más o menos violenta a la oposición política, mediática y social, sino por ejemplo en las definiciones y acciones contra los pobres de Sergio Berni. No existen discursos de odio hacia los poderosos, como no existe machismo ni racismo “al revés”. Discursos de odio son aquellos que exacerban la discriminación contra sectores sociales desfavorecidos, justificando y reforzando la desigualdad, pero que además son utilizados para acosar, perseguir, segregar o avalar la violencia. Para todo lo demás está “violencia simbólica”. Cristina es objeto de discursos de odio por representar el crecimiento del Estado para la defensa de quienes son odiados y odiadas.

Pero la exaltación de la voz no hace a lo central de los discursos de odio, lo muestra el inventivo y tanguero racismo de Miguel Pichetto. Comparar al conourbano con África denota la añoranza por el fracasado proyecto de una Argentina blanca y europea.

El manual para no discriminar de Revista Barcelona señalaba que en lugar de decir “negro”, debemos decir “afroperonista”. El humor como forma de conocimiento de una fibra íntima del particular racismo sin razas en Argentina1.

Quizás la transformación del peronismo en una herramienta de las élites dominantes durante los años 90 haya puesto a germinar ese racismo en el húmedo suelo del sentido común, a cocinar al fuego lento del resentimiento clasemediero por la desaparición de la movilidad social ascendente. En Estados Unidos, este proceso fue señalado por Richard Sennett2 como la humillación que significa para personas blancas deber recurrir a políticas sociales, por ser consideraras “para pobres”. De los mismos sectores provienen quienes irrumpieron en el Capitolio buscando forzar la nulidad de las elecciones en que perdió Donald Trump. Es sintomático que se autodenominen “Proud Boys”. El orgullo, como lucha por el reconocimiento, parte de una humillación y la resignifica, aún contra otros menos favorecidos.

Milei y Macri no son causantes del atentado por sus intervenciones públicas, pero los sectores sociales cuyos intereses representan sí son responsables del largo proceso de empobrecimiento de las grandes mayorías del país, y el consecuente resentimiento. Los comunicadores y los conglomerados mediáticos opositores, como dijo hace años Alejandro Kaufman, creen que por no tener responsabilidad legal no tienen ningún tipo de responsabilidad.

Unos y otros son personas públicas que influyen en la cultura, que la hacen más o menos estigmatizante, patriarcal, clasista o racista. Hay grupos que asumen la cultura como valores morales y buscan disciplinar y poner en caja a quienes se "desvían" (migrantes, pobres, mujeres, pueblos indígenas, afrodescendientes, trabajadores, militantes sociales). En especial cuando se organizan políticamente. El antropólogo Didier Fassin3 mostró cómo las policías asumen el rol de “corregir” esas “desviaciones sociales”, aunque también lo asumen los autoconvocados del odio.

Odiar es humano…, pero en la charla de café, donde todos odiamos a alguien. Debe convertirse en otra cosa al pasar al espacio público, en disputa de intereses políticos. En los 90 se borró la línea entre lo privado y lo público, hecho previo y necesario para el actual uso de las plataformas y redes sociales. Odio “promocionado”. Reservar el espacio público para la disputa de intereses democráticos requiere de una re-alfabetización política. Hay que animarse a reconstruir la historia de nuestros propios intereses políticos y luego atrevernos a reconocer si estamos o no del lado de los más desfavorecidos.

* Comunicador popular; docente de comunicación, UNSa; Consejo Editor, Revista Pampa, IEF-CTA

Notas:

1 Alejandro Grimson et al. Estudios sobre diversidad sociocultural en la Argentina contemporánea. CLACSO, 2017

2 Richard Sennett, El respeto. Anagrama, 2003.

3 Didier Fassin, La fuerza del orden. Siglo XXI, 2016.