Este último domingo se realizaron las elecciones presidenciales en Brasil en las que Lula le sacó cinco puntos de ventaja al actual presidente Bolsonaro. El candidato del PT quedó a poco más de un punto y medio de lograr el definitivo triunfo en la segunda vuelta a desarrollarse el domingo 30 de octubre. Es una excelente noticia. Sin embargo, una suerte de amargura, desencanto y hasta espanto recorre buena parte del campo nacional y popular en esta región del mundo. Es que no solo fracasó la expectativa de ganar en primera vuelta sino que sobre todo --y de manera impactante por no decir calamitosa para la vara racional de los actos humanos--, resultó que un sujeto violento cuyo credo ideológico atenta contra los ejes mínimos de una convivencia civilizada obtuvo más del cuarenta por ciento de los votos. Para ser más precisos: 51 millones de personas optaron por Bolsonaro. Se trata de un crudo recordatorio de la barbarie, el odio y la agresividad que agita al ser humano, aspectos que Freud desarrolló en El Malestar en la cultura: un texto donde la clínica psicoanalítica ilumina la experiencia social y política de los cuerpos hablantes en el mundo. ¿Por qué sorprendernos entonces del apoyo prestado por millones personas a un racista misógino que no cesa de incitar a la violencia?

El Malestar en la cultura

El punto no es menor, por cuanto se trata de un aviso del cual el campo progresista debería tomar nota. Esto es, por el lado de los más vulnerables: el hecho de brindar mejoras, inclusión, dignidad y calidad de vida a las personas --tal como hizo Lula en sus gestiones-- de ninguna manera asegura su reconocimiento. De hecho Freud precisa que “el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por una elevación del sentimiento de culpa” que “se exterioriza como necesidad de castigo”, un sometimiento indexado al odio y el amor por el Padre (léase al Amo), Dios o sencillamente la admiración por el rico y el poderoso, si así se prefiere. Y por el lado de los menos vulnerables: el ascenso del pobre e indigente amenaza la porción de engañosa pero satisfactoria superioridad de la que se alimenta el ego de muchos. “Narcisismo de las pequeñas diferencias” fue el nombre elegido en este caso. Ambos casos ilustran oscuros aspectos de la subjetividad que no siempre estamos dispuestos a recordar.

Lo sorprendente es que nos sigamos ilusionando con la razonabilidad y sensatez de las personas cuando en esta precisa región del mundo tenemos patéticos y recientes ejemplos. Para decirlo todo: el 43 por ciento de Bolsonaro se parece mucho al cuarenta por ciento que cosechó Mauricio Macri en el año 2019 después de su paso por el gobierno: una calamitosa gestión en la que no hubo aspecto, renglón o área que no se distinguiera por el más absoluto fracaso. Para no hablar de los delitos que desde espionaje; deuda fraudulenta; encarcelamiento de opositores; extorsión y corrupción a los dos lados del mostrador, completaron la peor administración que se recuerde por parte de un gobierno ungido desde el voto popular. Lo cierto es que hoy Macri cuenta con chances de volver a ser elegido. ¿Por qué sorprendernos por los cincuenta y un millones de votos para Bolsonaro? Por cierto, el balance cambia si tenemos en cuenta el mentado rasgo destructivo y caótico del ser hablante. Es decir: hoy que la ultraderecha avanza en el mundo, bien podríamos gratificarnos de que en esta región Lula cuente con enormes chances de alcanzar el ansiado cincuenta por ciento el 30 de octubre.

Malestar en el inmundo

En definitiva, se trata de saber con qué nos estamos enfrentando y así contar con más recursos simbólicos a la hora de reflexionar sobre los actos de las personas, nuestros actos. Es aquí donde la singularidad y lo general; lo íntimo y lo público; la expresión y el recogimiento; la compañía y la soledad; el cuerpo y su entorno; el mundo y el in-mundo son convocados para gestar una nueva posición ante la experiencia humana. El ser hablante cuenta con chances de construir un mañana sustentable y digno solo si parte de sus propias contradicciones, de las tuyas y de las mías. Al respecto se hace oportuno mencionar el comentario que, a propósito del texto freudiano, vierte Lacan bajo el título Malestar en el inmundo. Dice:

“En cambio, no carecemos de pruebas de que el mundo --por más que la unidad de nuestro cuerpo nos obligue a pensarlo como universo-- no es mundo, sino in-mundo. Sin duda, toda nuestra experiencia procede del malestar que, en algún lugar, Freud puntúa como el malestar en la civilización”. O sea: este trágico escenario que atraviesan nuestras naciones no es más que la continuidad del conflicto que cada cuerpo hablante porta como marca indeleble de su división estructural. Hacemos el mundo que hablamos sin saber lo que hacemos cuando hablamos.

Para terminar: me tocó transitar el tramo final de las elecciones brasileñas en Río de Janeiro donde, entre otras actividades, fui a visitar el imponente Museo del Mañana. Un estremecedor testimonio del cambio que el ser humano está imprimiendo sobre el planeta tierra y lo que nos queda esperar según la actitud que adoptemos respecto de nuestro desestimado hogar planetario. De esta manera, el agotamiento de los recursos naturales; un pavoroso crecimiento de la desigualdad y el hacinamiento urbano (para mencionar tan solo algunos rasgos) se confunden con un enorme avance tecnológico; crecimiento de las expectativas de vida y la posibilidad de construir una conciencia planetaria. La perspectiva que orientó la construcción de este impactante sitio junto al mar --inaugurado durante el gobierno de Dilma Roussef-- es que el Mañana depende de lo que hagamos con el mundo que habitamos. Desde el ángulo que aquí enunciamos, habría que agregar que el Mañana depende también de lo que hagamos con el in-mundo que nos habita.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.