Desde Barcelona

UNO Perdido en un mundo cada vez más y menos fantástico (más en el sentido que no pasa día sin que se lance noticia falsa como certeza absoluta; menos, porque, bueno, las cosas están cada vez menos fantásticas y cada vez más terroríficas), Rodríguez decide distraerse pidiendo audiencia para, una vez más, arrodillarse agradecido ante el clemente y benéfico monarca absoluto de la imaginación bien entendida y mejor escrita: el Rey King.

Larga vida y ya muy larga obra al reciente septuagenario + cinco, y que cumpla y siga cumpliendo, año tras año, muchos más: libros y septiembres.

Salve y que siga salvando.

DOS "Estoy seguro de que puedo contar esta historia. También estoy seguro de que nadie se la creerá. Eso me da igual. Me basta con contarla", es lo primero que leemos en Cuento de hadas, en la voz del adolescente Charlie Reade, protagonista de la novela número quién sabe cuánto de Stephen King. Y, claro, ese escritor constante que es King sabe perfectamente que no sólo está capacitado para contar lo que cuenta. Sí: King es un narrador puro y pocos conocen más y mejor los trucos mágicos (la magia sin trucos) para atrapar a sus más que voluntarios desde las primeras líneas. En este sentido, King ha establecido complicidad con sus huestes de seguidores (Rodríguez incluido) comparable a la que supo ganarse un tal Charles Dickens en el siglo XIX.

TRES Y, como el autor de Cuento de Navidad, King sabe lo que se espera de él. Así, aquí, otra vez gran chico que acabará siendo escritor (y Charlie sumándose a los jóvenes héroes de Carrie, El resplandor, El misterio de Salem's Lot, Ojos de fuego, El cuerpo, It, La chica que amaba a Tom Gordon, Corazones en la Atlántida, Doctor Sueño, El instituto, Quien pierde paga, Revival y tantas otras) siguiendo el mandato/vocación original de su creador quien, alguna vez, en una entrevista, dijo: "Desde muy niño, siempre quise que me asustaran" y "Cuando somos chicos pensamos diferente" y "Los primeros miedos son menos complejos pero más poderosos".

Y no olvidarlo: durante el período de formación de King como escritor fueron muy populares las novelas de terror "infantiles": El bebé de Rosemary de Ira Levin (1967), El otro de Thomas Tryon (1971), El exorcista de William Peter Blatty (1971) y La profecía de David Seltzer (1975).

Y --parafraseando a Cyndi Lauper-- los niños sólo quieren tener miedo.

CUATRO Pero valga una advertencia: Cuento de hadas (aunque se tenga claro que todo cuento de hadas es, en verdad, un cuento de brujas) no es terror sino fantasy. El tipo de fantasía que King ya exploró en Los ojos del dragón, en El talismán (en co-autoría con el portentoso y recientemente fallecido Peter Straub) y en la un tanto excesiva saga de La torre oscura. Y, bueno, la verdad que a Rodríguez no le gusta mucho el género: leyó El señor de los anillos y suficiente para él. Y de tanto en tanto se asoma a derivados y comprueba que lo suyo no es la memorización de reinos y linajes. (Puesto a fantasyar, Rodríguez recién disfrutó en sofá y sin culpa y con placer de Top Gun: Maverick y sus alegres caballeros andantes en dragones de acero a los que no parece preocuparles --entre tanto high five con sonrisas Colgate-- el volar/bombardear sin pedir permiso territorio enemigo pero sin nacionalidad, porque el enemigo está en todas partes, para más que probablemente desencadenar Tercera Guerra Mundial cada vez más cercana o ya aquí).

Así --si bien todas las ficciones de King suelen ser derivativas; rasgo que el propio King no disimula y hasta reconoce, como aquí, explícitamente ya desde el apellido de su héroe que suena a read, a leer-- en Charlie tenemos a un/otro viajero interdimensional. Y en su visita al reino de Empis resuenan ecos de las trompetas de Narnia y encandilan destellos esmeralda de Oz. También, allí, el Ray Bradbury de La feria de las tinieblas, el Robert McCammon de Muerte al alba, el canino-obseso Dean Koontz (el perro Radar) el William Goldman de La princesa prometida. Y, por supuesto, el propio King con reflejos de sus Territorios y sentenciosos dichos à la parco-pistolero Roland y pasajes espacio-temporales de 22/11/63 y hasta un silbido a Cujo. Y --claro y claroscuro-- las muy dickensianas y recurrentes en lo suyo figuras del padre/madre muriendo en accidente o buscando olvido vaciando botellas alcohólicas y, sobre todo y todos, del anciano atemorizante que resulta benefactor (y ahí está la más que digna y recién estrenada en Netflix El teléfono del señor Harrigan, poniendo una vez más en evidencia --si gustan/creen de/en esas cosas también un tanto fantasy-- la constante necesidad/recurso en sus ficciones de figura súper-protectora de King quien vivió una infancia con padre que una vez fue a comprar cigarrillos y no volvió: es decir una infancia sin padre con padre omnipresente que, si se lo preguntan a Rodríguez, es mucho más digna de un Nobel que la de Annie Ernaux).

Y, de nuevo, precaución: aquí King es más maravilloso que espantoso. Y el placer que depara Cuento de hadas --luego de una magistral y "realista" primera tercera parte de la novela, contenida pero siempre anticipando el tsunami de prodigios por llegar-- depende exclusivamente de la capacidad para sentirse maravillado por los portentos y peligros con los que Charlie se cruza y a los que se enfrenta en Empis. Y que (a veces un tanto desdibujado por exceso de "atracciones") incluyen zombis eléctricos, caballos parlantes, gigantes carnívoros, chicas-ocas, grillos inteligentes, familia real derrocada por mortal usurpador, hermosa princesa a la que se le ha borrado su boca y duelos dignos de Errol Flynn y Douglas Fairbanks en esas películas del canal Turner Classic Movies a las que King hace una profunda y sentida reverencia (sólo falta ese desopilante e imposible "Unicornio de la Independencia" del que se ríe y con el que hace reír el programa satírico Polònia en la televisión catalana). En cualquier caso, ya Paul "Bourne" Greengrass se apresta a filmarla y será bonita de ver y de olvidar.

CINCO Aunque Rodríguez fue tanto más feliz en los pasillos del hotel Overlook o en las alcantarillas de Derry. O, incluso, en su aproximación al noir en la Trilogía Bill Hodges o en la reciente Billy Summers que en el convulso y algo desaforado atlas de Empis. Pero es su problema, claro. Y lo que acaba imponiéndose aquí es el talento de King para tejer y destejer la telaraña de su trama y su voluntad de --como explicó-- dedicarse a algo que lo hiciese muy feliz durante los días y noches más oscuros y siniestras de la pandemia. De ahí que (ya desde su dedicatoria en iniciales que apenas esconde a los padres/viajeros tutelares Robert E. "Conan" Howard, Edgar "John Carter" Rice Burroughs y H. P. "Randolph Carter" Lovecraft) todo parezca entrar y tener cabida en las páginas de Cuento de hadas. Referencias a Star Wars o a de Los juegos del hambre o clásicos de la literatura infantil, pero que --más allá de todo guiño e influencia-- no aspiran a más ni a menos que volver a encantar con la misma vieja y por siempre joven historia de siempre: irse a otra parte, El Bien versus El Mal, y todo eso.

Y que gane el mejor ahí.

Y el mejor gana allá.

Y así hasta la próxima odisea en la que, seguro, el Rey Stephen volverá no a ordenar sino pedir (porque se sabe tan adorable y obedecido) que dejen que los por siempre niños se acerquen a él.

 

Rodríguez --uno de sus millones de creyentes y "constantes lectores"-- incluido.