A Sara la vida no se le da fácil. Sentada detrás de una de las heladeras de exposición de la carnicería de su padre –el aire acondicionado combatiendo el calor intenso que viene del exterior, la luz de tubo violeta friendo moscas, la máquina de embutidos metiéndole garra a los chorizos–, la mirada se pierde en los chicos y chicas que conversan alegremente en la calle, del otro lado del vidrio. Ella no forma parte de ese grupo de amigos, a pesar de conocerse de la escuela, a pesar de que el tamaño del pueblo hace que todo el mundo se conozca. Hay un par de compañeras de la secundaria que ni siquiera la llaman Sara, y se mofan constantemente imitando los chillidos de un chancho. Para ellas su nombre es Cerdita. Una de las formas del bullying, en su máxima expresión. Acostumbrada al maltrato, también a esquivarlo, a hacer caso omiso de los dichos y hechos (aunque la procesión, se sabe, siempre va por dentro), Sara se escapa a la piscina municipal en los horarios desiertos, cuando nadie puede verla y, por lo tanto, molestarla. Pero justo ese día, además de Sara, coinciden un hombre extraño y extranjero, alguien que no es del pueblo, y la más agresiva de las “amigas”, acompañada de dos colegas. “¿Te has echado novio, cerdita? ¿Cómo habláis entre ustedes, haciendo oinc oinc?” Las frases dolorosas continúan con menciones metafóricas sobre el tocino y la grasa, hasta que lo verbal se transforma en acoso físico. Minutos más tarde, Sara advierte que algo raro está ocurriendo, y la confirmación llega de la manera más inesperada y sorprendente: ese hombre extraño, el extranjero, ha secuestrado a las otras chicas, y un cruce de miradas transforma el hecho, casi, casi, en una ofrenda hacia ella. ¿Acaso es un ángel vengador caído del cielo? ¿O una manifestación física, concreta, de sus deseos ocultos de revancha? Tal vez se trate de una simple casualidad, pero lo cierto es que la vida de Sara, esa existencia atravesada por la burla constante a su cuerpo, a partir de ese momento no volverá a ser la misma. Así comienza Cerdita, primer largometraje de la madrileña Carlota Pereda, que viene haciendo ruido desde su estreno en el Festival de Sundance a comienzos de año y acaba de presentarse en San Sebastián y el encuentro anual de cine fantástico que tiene lugar en Sitges. Por estos pagos, este particular film de terror llegará a la plataforma Paramount+ el próximo viernes 29 de noviembre sin pasar por las salas de cine.

Así también comenzaba (y finalizaba) Cerdita, el corto de 2018 dirigido por Pereda que sentó las bases del guion del largometraje por venir, no tanto remake como ampliación de temas y tópicos. Ahora, la clausura del relato original –también protagonizado por la actriz Laura Galán– es apenas el cierre del prólogo de un cuento macabro lleno de deseos ocultos, oscuros, reprimidos, que la realizadora adereza con un humor solapado que muchos han señalado como típicamente ibérico, aunque váyase a saber qué significa exactamente eso. Como ocurre con muchas historias de ficción, todo tuvo un origen real, como revela Carlota Pereda en comunicación desde el País Vasco, donde se encuentra dándole los toques finales a la preproducción de su próximo proyecto, otro film de terror llamado La ermita, que estará protagonizado por Belén Rueda. “Una tarde vi como una adolescente visitaba la piscina en esos horarios en los que no suele haber nadie. Estábamos ella, yo y la persona que atendía el bar. Empecé a pensar en el bullying. Y también en el terror real. Esa imagen, por algún motivo, cuajó y fue el punto de partida de todo”. Luego de recorrer varios festivales y de ganar un premio Goya con el cortometraje, la realizadora pensó que el cuento era demasiado potente como para dejarlo ahí, y comenzó a preguntarse qué haría Sara después del secuestro de las “villanas” del relato. “Ahí apareció la idea de hacer un thriller moral, centrado en el concepto de alguien que decide no hacer algo. En este caso, denunciar esa situación de violencia extrema. Las películas, en general, suelen ser sobre personajes que hacen algo, no lo contrario. El hecho de conocer a Laura Galán y de saber que era capaz de hacer cualquier cosa delante de cámara nos empujó a pensar en el proyecto del largo. Además, ambas estábamos enamoradas de la protagonista, Sara. Ahí apareció la productora Merry Colomer con la oferta de hacer una película, la que fuera. Una de esas cosas que pasan una vez en la vida. Así nació la nueva Cerdita”.

Carlota Pereda


Sara calla. A las chicas desaparecidas las empiezan a buscar con algo de desesperación –sobre todo los padres, la policía todavía piensa que están de jarana–, pero Sara no dice nada. Mientras tanto la vida continúa, ahora sin las burlas constantes de las vecinas, y la atracción por ese hombre misterioso aumenta día a día, noche tras noche. Su padre, el carnicero, y su madre, por demás extrovertida (la gran Carmen Machi), no intuyen absolutamente nada, pero las escapadas nocturnas de la hija son cada vez más frecuentes y extensas. La víctima de las otras, las que acosan y burlan, observa a su victimario con fascinación y miedo, una cuerda floja que en cualquier momento puede balancearse demasiado y provocar una caída libre. Las agendas políticas ligadas a cuestiones de fondo, como la diversidad sexual y las causas del feminismo, han llegado al cine y a las series para quedarse, y es cada vez más frecuente que esos conceptos se pongan por encima del relato y sus personajes, en particular cuando se trata de producciones englobadas en géneros como el horror. Cerdita, con su núcleo fuertemente ligado al acoso estudiantil y la gordofobia, corría el riesgo de subirse a la idea del relato como reservorio de la bajada de línea, pero Pereda es vehemente al respecto. “No me interesa el cine de tesis. Creo en hacer películas entretenidas para la gente y que, si pueden hacerles pensar un poco, mejor. Lo más importante es encontrar personajes y conflictos interesantes, al menos que en un primer momento me interesen a mí. Me van más las preguntas que las respuestas, la verdad. Para tratar todos esos temas están los ensayos, no el cine. Hay algo interesante que se ha dado en casi todas las sesiones de preguntas luego de las proyecciones en festivales. Siempre le consultan a Laura si ha sufrido bullying y es interesante, porque jamás le ocurrió. Nunca hay que dar por sentado que una persona con un cuerpo con unos kilos de más ha sufrido esas cosas. El bullying viene de la persona que lo ejerce, no tiene nada que ver con el objeto. Otra cosa interesante, que ocurrió en Sitges, es que no había muchas películas de mujeres seleccionadas, básicamente porque en España no hay muchas realizadoras de género. Muchas conversaciones giraron alrededor de eso”.

La mirada femenina, ese unicornio multicolor. Durante muchos años se escribió y leyó que cineastas como Kathryn Bigelow filmaban “como si fuera un hombre”, entre otras delicias del sexismo cinematográfico. “Para mí la mirada femenina no existe. Existe la mirada del autor. Por supuesto, las mujeres tenemos en común una experiencia vital, que está ligada al hecho de haber nacido mujeres, con independencia del lugar de origen. Eso viene dentro de nuestra mochila, pero cada autor tiene su identidad, y eso tiene que ver con la experiencia de vida. Pero vamos, no creo que mi cine sea parecido al de Isabel Coixet ni al de Kathryn Bigelow o al de Claire Denis. Me parece algo absurdo”. La mirada, el estilo, las ideas. Cerdita recorre varios lugares reconocibles del terror no fantástico, citando directa o indirectamente títulos famosos en la historia del género (allí está El loco de la motosierra como tótem o faro o refugio en el cual guarecerse). Lo que se respeta en gran medida a lo largo de los cien minutos de proyección es el punto de vista de Sara. “El objetivo siempre fue que el público se pusiera en la piel de ella, y todas las decisiones narrativas y estéticas tienen que ver con el crecimiento del personaje a lo largo de la película. Y con cómo ella ve al resto de los personajes. Ella está muy enclaustrada en la imagen, por eso optamos por un formato de pantalla casi cuadrado y que las alturas de la cámara potenciaran ese efecto. El centro de atención tenía que estar puesto en el cuerpo humano. Los colores van cambiando, desde esa cosa pastel del comienzo a una paleta muy diferente. Fue algo muy pensado. Incluso armamos una especie de dossier que compartimos antes del rodaje con todos los departamentos, para estar en sintonía. Pienso que la forma siempre tiene que ir de la mano del fondo, no ponerse por encima ni tampoco desdibujarse. Al fin y al cabo eso es el cine, trabajar con imágenes. Aunque desde luego, también está el sonido, que tiene una textura muy orgánica. En ocasiones los sonidos y la música que se escuchan tienen más que ver con el subconsciente de Sara que con cualquier otra cosa”.

“Fueron veinticuatro meses haciendo el casting para el cortometraje”, recuerda la directora. Es evidente que ahora, seis o siete años más tarde, las dos cerditas serían inimaginables sin la presencia de Laura Galán, quien ya tiene una presencia en la pantalla de tevé de España constante, además de varios papeles cinematográficos. “Fui a ver muchas obras independientes, recorrí institutos de teatro, vi todas las películas españolas que salían. Hasta que un día fui a una función de una adaptación de Medea, en la cual Laura aparecía en escena muy poquito. Sin embargo, había algo en su dominio del cuerpo que era justamente lo que estaba buscando. El problema era que Laura era un poco mayor para el papel. Lo interesante es que quedamos en encontrarnos en un bar y cuando llegó parecía que tenía catorce años. Creo que ella hace una cosa muy difícil en la película, porque sin necesidad de maquillaje ni prótesis de ningún tipo, solamente con su interpretación, consigue hacerte creer que tiene la edad de Sara, una adolescente. Lo único que le pedimos fue que no se depilara las cejas”. En pantalla, la más particular de las relaciones y las historias (¿de amor?) se establece entre Sara y el loco de la van blanca. Pero todo se desmadra y los terrores y el gore reprimidos estallan en el tercer acto. Sin espoilear, ese verbo afincado en los miedos del espectador del siglo XXI, la realizadora describe la primera parte de Cerdita como algo “muy real. Queríamos generar la impresión de que es algo que podría ocurrirle a cualquiera a la vuelta de la esquina. En la segunda parte, en cambio, optamos por la idea del thriller, en el cual lo más importante es lo que le ocurre al personaje en su interior, más que todo lo que viene de afuera. Y encontrar el humor, porque en la vida real, ante cualquier desastre, la vida continúa, ¿no? Y luego, en el tercer acto, bueno… la vida siempre te encuentra y te muerde. La catarsis final. Ahí no podíamos cortarnos”. Es allí y entonces, cuando todos los miedos y anhelos se enfrentan en el cruce de caminos, cuando la sangre brota, aunque muchas veces sea difícil saber de qué heridas provienen exactamente.