Uno de los propósitos del “cambio” que se nos plantea desde el Gobierno, que también se pregona como “cambio cultural”, consiste en que la ciudadanía se acostumbre a nuevos estándares, que los asuma como legítimos y que, por este camino, los adopte con naturalidad.

Es la manera que se propone desde el poder de turno para llevar a la práctica el paradigma aquel de que “nos hicieron creer” que podíamos estar mejor cuando, en realidad, somos ciudadanos y ciudadanas “de segunda” que tenemos que asumir nuestras “limitaciones” e “incapacidades” reconociendo no solo que las “virtudes” y las “capacidades” solo son para unos pocos y únicos merecedores (¿se acuerda del asunto de la meritocracia?) de gozar de los beneficios  y, por añadidura, de conducir los destinos de la sociedad.

Siguiendo está lógica de razonamiento y haciendo apenas una muy somera lista, se pretende:

 La lista podría ser mucho más extensa y cada uno/a seguramente la podrá completar desde su propia experiencia. 

Pero lo central es que desde la ridícula “AgradeSelfie” hasta el cierre de fábricas han pasado a formar parte de “haciendo lo que hay que hacer”. El efecto buscado es el acostumbramiento a las nuevas condiciones, la naturalización de la pobreza y de la pérdida de derechos, la disminución de los estándares de calidad de vida. Y frente a eso la única respuesta posible es no acostumbrarse a la mediocridad y a dar por válido lo que ya se sabe y se ha experimentado que no lo es. Porque no acostumbrarse a resignar derechos es la manera de decir que se está “sabiendo lo que hay que hacer”.