Faltaba él en la foto, pero todos pronunciamos su nombre: "¡Miguel!" La noche del 16 de septiembre, en el hall central del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino, no hubo quien no llevara una margarita en el ojal. La exposición antológica de pinturas y dibujos Le encantaban las margaritas. Miguel Ángel Passerini / Obras '80-'90, que este sábado tendrá una visita guiada a las 18, es el resultado de un esfuerzo amoroso de sus amigos y familiares por reunir y dar a conocer la promisoria obra de Miguel Passerini. Nacido en Rafaela (Santa Fe) en 1964, murió en Paraty (San Pablo, Brasil) en agosto de 1992 en circunstancias no esclarecidas, lo traumático de las cuales llevó al silencio de tres décadas que al fin se rompe: brotan las lágrimas y aparecen las flores que amó. 

Hijo de la abundancia entre los huérfanos funcionales del plazo fijo -los cachorros famélicos de la generación grunge-, Miguel tenía un padre en su ciudad natal, para quien llevaba una carpeta sobre la carrera de artista que su mismísimo nombre le asignaba. Había venido a estudiar interiorismo en el I.S.E.T. N° 18 y luego Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario. Participó con el Mono Ramos, Mabel Temporelli y Marcela Römer en la producción de la obra teatral para niños Un vuelo anaranjado. En 1987, aprendió a confeccionar títeres de guante con el grupo Tiempo, de Venezuela. Se dice que formó parte del grupo de teatro Discepolín. En 1989, iba al taller de arte de Emilio Torti y fundó con varios compañeros de allí y de la Facultad el grupo Rozarte, donde tuvo un rol muy activo. Su padre murió poco antes que él. Él le había prometido ir a Brasil como artista y cumplió. Fue dos veces, y del segundo viaje regresó sin vida.  

 

"Si se hubiera desarrollado hubiera terminado siendo un pintor muy influyente, por cómo venía su producción. Muy laburador, estaba permanentemente produciendo obra. Fue sobre todo un gran amigo, una persona entrañable, muy preocupada por el grupo; muy interesada por las cuestiones grupales, también en otras agrupaciones con gente de teatro, con gente de títeres, en Discepolín estuvo también, me parece: una persona muy activa, de gran compromiso con su trabajo", lo recuerda Hugo Cava, co curador de la exposición con Marcela Cattaneo, ambos ex Rozartes lo mismo que Raúl D'Amelio, director del Museo Castagnino (Oroño y Pellegrini) que alberga la muestra.

Cattaneo recuerda "su inquietud, sus ganas de hacer cosas... compartí con Miguel los viajes a San Pablo, la gestión del espacio Rozarte; compartí comidas, salidas, hasta creo que alguna casa". El artista plástico y performer Víctor Gómez, ex Rozarte, lo evoca así: "Soy la última persona de Rosario que lo vio con vida. Para mí era un gran laburante y muy solidario. Cuando te veía en algo solo, venía y te acompañaba. Cuando me puse una madrugada a hacer la placa esa del ceibo (para la intervención urbana Recuerdo de la Argentina, Patio de la Madera, 1990), vino a ayudar... Muchas veces estaba atento a ver dónde podía colaborar, que hubiera necesidad de poner el cuerpo", contó Víctor. 

Inauguración de

Explica Gómez que "por eso fue también dos veces a San Pablo. No es la Bienal de San Pablo, es la muestra de los 500 años. La primera vez, fuimos a armar la muestra; la segunda, a desarmarla. Estaba alegre... y medio que se borró. Una vez que armamos las cosas, embalamos, y después no lo vi más y yo estuve como dos semanas renegando con la aduana de Brasil. Y volví re enojado a Rosario porque él se había ido, no apareció más. Y les comenté a todos: che, al final le bancamos el viaje y fue y estuvo allá pero después se borró, fue a la playa, no sé qué, porque eso me había dicho un brasilero en la casa donde él vivía. Poco después, nos enteramos que lo habían encontrado muerto".

"El 11 de septiembre de 1992, nos avisa por teléfono el embajador de Argentina en Brasil que lo habían encontrado muerto", recuerda Cattaneo. "Después de eso, la familia se ocupó de ir y traerlo en avión. Lo fuimos a recibir al aeropuerto de Fisherton, lo trajo su hermano Diego y fuimos todxs a Rafaela", relata. Diego fue la persona que trató de contactar Cattaneo treinta años después. Es padre de dos hijas que viven en Santa Fe.

Sol Mailén Passerini tiene 27 años, la misma edad que llegó a tener su tío. Cuenta que "a mediados de mayo, Marcela Cattaneo rastrea por Google un contacto de Passerinis. Marcela me cuenta que buscaba en realidad el contacto de mi papá Diego. Da con el teléfono del corralón, que es un negocio que tiene mi familia en Rafaela, y llama por teléfono. Resulta que mi papá vive en el sur hace más de 20 años, en Esquel, Chubut, y ella habla con mi tío Gustavo. Le cuenta que había intenciones de armar una muestra de las obras de Miguel y que se comunica para pedir permiso para exponer las obras de Miguel, permiso que debía conceder mi abuela, la mamá de Miguel, Clidelia. Gustavo le dice que hablaría con la abuela y que se volverían a comunicar. A fines de mayo es cuando llamo un domingo a mi abuela, como siempre, para ver cómo andaba, y mi abuela, bueno, tiene 86 años. Y conversando, en un momento me dice: ah, Sol, tengo una pequeña noticia para contarte. Y me dice: se comunicaron de Rosario porque quieren hacer una muestra de obras de Miguel". Sol recuerda que le empezaron a temblar las piernas: "me senté, me emociono, me empieza a latir muy fuerte el corazón... le digo, abuela, ¿cómo una 'pequeña' noticia? Esto es enorme". Clidelia estaba contenta: "me alegra que no se hayan olvidado de Miguel, o que lo recuerden, me dijo". 

"Corto con mi abuela y la llamo a mi hermana, Pilmaiquén, muy emocionada; yo estaba como temblando", intenta describir Sol. "Y al otro día me levanté y me fui a Rafaela, porque necesitaba ver y hablar y abrazar a mi abuela, y me fui a Rafaela y estuvimos tomando mates en un mano a mano con la Clide. Recuerdo que yo le dije: abuela, mirá, yo tengo 27 años, es la primera vez que te pregunto de Miguel porque de Miguel nunca se habló acá, nunca hubo una foto, y le pregunté: bueno, ¿quién es Miguel? ¿Qué me podés contar de Miguel?" Enseguida, Sol y Pil tomaron la posta. "A principios de junio entablamos contacto con Marcela; yo me voy sola a Rosario a conocerla un jueves. ¡Era la primera vez en 27 años que hablaba con alguien que conocía a Miguel! Después ya volvemos a viajar con mi hermana porque se nos ocurre hacer un registro, registrar lo que estábamos viviendo y lo que íbamos a vivir, que se fue convirtiendo en una especie de documental, ya que mi hermana es realizadora audiovisual. Y en esta investigación me encontré con mensajes de Facebook que yo había mandado cuando tenía, no sé, 15 o 16 años, a personas ex Rozartes preguntándoles por mi tío. Recuerdo eso, de cuando apenas surge Facebook, haber googleado Rozarte y sacar de ahí dos o tres nombres y buscarlos y escribirles: hola, soy la sobrina de Miguel, quiero que me cuentes de él".

"Una de las primeras preguntas que nos hacemos con mi hermana es esa: '¿quién era Miguel?' Y la convertimos en '¿quién es Miguel?' porque lo percibimos como alguien presente. En distintas etapas de nuestra vida, hemos sentido a Miguel con alguna presencia fuerte, por más que ninguna de los dos lo conoció. Pilmaiquén nació en mayo del '92, a Miguel lo matan en agosto. Miguel sí conoció a Pil, muy pocos meses, pero es una persona que siempre estuvo presente en nuestras vidas", reflexiona Sol y cuenta que "mi abuela en su momento no quiso hacer ni autopsia ni nada, pidió que traigan el cuerpo y que se dé como muerte natural, para no indagar, entonces no sabe qué le pasó a Miguel; en realidad nadie sabe mucho. No hay fotos de Miguel. Yo no tengo recuerdos de estar con mi abuela recordando a Miguel. Nunca se habló de Miguel, de hecho la única foto que hay es en la mesita de luz de mi abuela que es una foto que tiene cinco centímetros por diez, muy chiquita. Sí la casa está llena de cuadros. Yo vivo en Rincón, mi hermana vive en Santa Fe, pese a estar a cien kilómetros cuidamos a mi abuela siempre y en todo lo que fue previo y el fin de semana de la muestra yo la percibí muy bien, al otro día de la inauguración me fui a desayunar con ella y ella estaba muy contenta, no lo podía creer, que hubiera ido tanta gente, que se esté haciendo esto, ella como que cuenta que nunca imaginó que esto iba a pasar. Y anda con los catálogos por todos lados, mostrándoselo a gente, en Rafaela... una de las cosas que me dijo el día después de la inauguración fue: bueno, ahora tengo un montón de cosas para contar". 

"Yo conocí a Miguel a fines de los '80", relata Mabel Temporelli, artista plástica. "Él llegó con su amigo, el Mono Ramos, a ver una función de Inodoro Pereyra. Yo era parte del elenco del Grupo Litoral (de teatro, no el de plástica con ese nombre) que en ese momento dirigía Norberto Campos. Norberto me pidió que lo reemplazara en la coordinación de un grupo de militantes jóvenes que estaban tratando de armar obritas de teatro para destinarlas a los pibes de los barrios periféricos, adonde las propuestas culturales no llegaban en aquel entonces. Empecé a trabajar con el grupo y me encariñé muchísimo, en el grupo estaba Miguel. Yo lo conocía porque una noche me lo presenta el Mono, en el teatro, y me cayó muy bien, me parecía muy cálido. Las propuestas de este grupo eran de teatro popular, para trabajar con los chicos, yo era una alumna avanzada de Norberto, por eso me pidió que lo hiciera... Miguel estaba haciendo una experiencia en la Seccional 16, para chicos, sobre plástica. Era el barrio Las Delicias, y en el Centro Cultural Las Delicias, justamente. Fue en esos días en que lo conocí. Para ese entonces, Miguel y el Mono alquilaban una casa en calle Montevideo pasando Oroño, más o menos. En esa casa nos reuníamos para ensayar y preparar los elementos que usaríamos en la obrita, que se llamó Un vuelo anaranjado. El grupo se llamaba 'Qué te pasa calabaza' y todavía conservo unos originales que Miguel había hecho del programa para repartir a los chicos. Allí armábamos los muñecos: la luna, un mosquito... en ese grupo estaban Marcela Römer y el Mono Ramos como artistas. Marcela hacía de una mandarina, y el Monito era "un gorrión marrón volador aventurero y cantor". Entonces la mandarina se caía de una bolsa en medio de una plaza y ensuciaba la plaza. Ahí salía el guardián de la plaza, que era un títere gigante que habíamos armado con Miguel, y los retaba. Y siempre los estaba reprimiendo. El objetivo era que los chicos tomaran partido por la mandarina y el gorrión. Hasta que bueno, le sacan la gorra de mandar, una gorra bien militar, y entonces el guardián pierde su fuerza. Era una cosa hecha con mucho afecto, con poca producción, el telón de fondo lo había pintado Miguel", evoca.

"Yo recuerdo con qué felicidad íbamos a los barrios y qué bien nos recibían los chicos. Cada encuentro para nosotros era una fiesta y cada función, otra. Nos hacía felices esta actividad. A veces íbamos a barrios lejanos, a veces a distintas localidades de Santa Fe; fuimos a Rafaela, donde parábamos en la casa de los padres de Miguel. Cada vez que yo iba a la casa de Miguel y el Mono, subía al cuartito en el que Miguel pintaba; era uno de esos departamentos que tienen un altillo, un departamento viejo, y me alucinaba ver la obra y los elementos que usaba", cuenta Mabel Temporelli. Dice Gómez: "Lo recuerdo como un tipo quejoso pero a la vez muy resuelto, resuelto a que las cosas se hicieran. En eso no dudaba. Una vez me contó que vivía en un lugar muy chico, y empezó a hacer cuadros grandes... tenía un cuadro que no lo podía sacar de la habitación", ríe Víctor.

"Es una obra muy representativa de los '80, ecléctica y fragmentaria, que apela a la yuxtaposición de lenguajes, de planos, de grafismos", opinó su antiguo profesor de Arte del siglo XX, el historiador Guillermo Fantoni, en la emisión del 24/9/2022 del programa Happening, de Radio Universidad Rosario. "Hay un uso de planos decorativos con texturas visuales, como si fuesen estampados textiles, y planos con un tratamiento fuertemente gestual; cierto remedo de las pinturas que realizaban Kenneth Kemble o Luis Wells, de los que habla Silvina Buffone en un texto del desplegable", citó Fantoni.

A Wells y a Kemble los conocimos en Encuentros en La Cumbre, en 1990. A Pollock y De Kooning -vastamente citados en la obra de Passerini-, por los libros de arte que Fantoni mismo daba en su cátedra. En esos tiempos de apropiacionismo artístico, de parodias, pastiches y homenajes, el virtuosismo de Miguel le permitía imitar cualquier estilo. Él desplegaba su vitalidad en pinceladas vibrantes de un expresionismo abstracto que le salía tan fácil que después lo "emprolijaba" (así decía) y hasta se permitía rincones de hiperrealismo ecologista en 1991. No era, todavía, contemporáneo, sino "posmoderno". Habitaba la vida como artista, con una traviesa creatividad que jamás lo abandonaba.

"Nos juntábamos a ver películas en casa; siempre había una pizza o dos para comer y seguir viendo cine", recuerda Temporelli. "Lo de Miguel era la pintura. Recuerdo carteles que Miguel nos ha pintado para alegrar las escuelas, también yo trabajaba en un grupo en Barrio La Cerámica y así hacíamos una tarea de militancia cultural. Siempre Miguel traía ideas para concretar. En el taller de impresiones, cuando no teníamos un peso para comprar cartulina, hacíamos engrudo casero y pegábamos una hoja de diario arriba de otra y hacíamos un cartón con textura. Y salíamos por el barrio a recoger cositas que después iban a ser parte de los collages grupales. También hacíamos murgas... éramos felices porque sabíamos que les habíamos aportado un cacho de felicidad a esos pibes. Tengo a Miguel en mi corazón. Fue él quien me hizo ver mi capacidad para poder trabajar en el arte y eso no es poco. Guardo una tela que me regaló y otros recuerdos que tengo de él que para mí son tesoros. Yo me divertía mucho con Miguel, los diálogos que tenía con él eran increíbles. Llegaba a mi casa y yo le decía: quedate, inventábamos un almuerzo y para mis hijos adolescentes él era el tío Miguel". 

Miguel no podía morirse. Para la tribu Rozarte, custodiaba "el archivo chivo" (una caja de cartón, a la que él le había dibujado un chivo en la tapa, como para seguir con el chiste) y cocinaba unos suculentos guisos que atemperaban el frío del galpón donde el grupo laburaba. Aquel afán por nutrir a los artistas amigos le valió el apodo de "la Clota". A comienzos de los '90, alquilaba un departamento frente al antiguo Mercado del Abasto, ya entonces Plaza Libertad, a media cuadra del bar gay Inizio. Una vez le saquearon esa casa; lloró por cada cosa robada y siguió pintando. Una lona manchada de pintura, hallada al llegar a ese nuevo hogar, fue la base de una de sus obras: un díptico, uno de cuyos paños reproduce gota a gota el dripping accidental. En la entrevista que le hice para su muestra con Dante Taparelli, De la Re-construcción/ ex-culturas y pinturas (Centro Cultural Rivadavia, actual Fontanarrosa, 1991), me dijo que se imaginaba a la historia del arte como un supermercado, de donde podía tomar lo que le gustara. "Terminamos la facu, fuimos a Brasil y él no se murió. Nos lo mataron", denuncia Xil Buffone (ex Rozarte) en el tríptico, al que se suma un texto de sala por Darío Homs.

En 1994, en el Galpón Rozarte, sus compañeros hicieron una muestra de sus obras para recordarlo. El 5 de noviembre, a las 18, los curadores darán una visita guiada. "No sé si es una curaduría, tampoco sé si es un homenaje", dice Cattaneo. "Primero hicimos una búsqueda de las obras. La que tenía la familia, la que estaba acá en Rosario, la fuimos viendo y agrupándola en algunos bloques: obra temprana, obra de pequeño formato, obra donde había un predominio de línea negra, obra con chorreado... más desde lo técnico y desde las exploraciones, y la montamos con una idea de simetría, que lo que pasaba en una pared lateral pasara en la otra, y que terminara en esa última búsqueda de él que fueron las banderas. Fue muy emocionante trabajar con los ex Rozarte, con la familia, con amigos, primos de Miguel que nos acercaban anécdotas... y muy gratificante trabajar con las sobrinas de Miguel. Que nos filmaban, nos hacían unas entrevistas y querían conocer a Miguel a través de nosotros. La gestión con el Museo fue muy cómoda, todo fue con un ambiente muy amoroso. Ni Hugo ni yo somos curadores, nos pusimos en ese lugar y solo hicimos las cosas que estamos acostumbrados a hacer: gestión, traslado, limpieza, montaje, cargar, descargar... Fue una alegría poder hacerlo. La obra se restauró, se limpió, la gente del museo trabajó con mucha disposición, y hay una obra gráfica donde hay una biografía, y un texto contando nosotros cuál fue la idea de esta muestra. Esto fue algo que nos curó, porque no lo volvimos a hablar, 30 años de silencio en esto que fue tan trágico para todos nosotros y para todos los familiares. Más que curadores, estamos un poquito más curados".